lunes, 17 de octubre de 2022

 

¡No estorben!, por Tulio Ramírez

No estorben
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Twitter: @tulioramirezc


Esta es una expresión que se escuchaba con frecuencia en las escuelas de mi época, por allá por los años 60. Eran tiempos en los que no se cuestionaba la autoridad de los maestros y órdenes como las de no estorbar, nunca provocaron una denuncia por maltrato infantil ante la Zona Educativa.

Por esos días uno se sentía en la escuela como en casa, es decir, expuesto a regaños, castigos, jalones de oreja sin desprendimiento del lóbulo y hasta coscorrones sin orificio de salida. Quizás la única diferencia con el ambiente hogareño eran los cholazos voladores. Estos no se veían en la escuela, pero estoy absolutamente seguro de que no faltaban las ganas de asestarle un misil de esos al desordenado de la clase. Menos mal, porque las maestras iban a clases con tacones.

Definitivamente eran otros tiempos. Los padres confiaban en el criterio de los maestros y procedían en consecuencia. «Tulio, la maestra me ha dicho que te entretienes mucho en clase y no prestas atención, pues ahora te vas a entretener fregando la loza toda esta semana, y no verás El Zorro por un mes». Esa complicidad maestra-madre dejó de existir con el tiempo. La verdad, no estoy seguro si para bien o para mal.

Ahora, la madre es amiga de la maestra hasta el momento en que el pupilo obtenga bajas calificaciones. A partir de esa infausta boleta, las relaciones se enfrían, quedando el docente bajo sospecha hasta que se le salga alguna expresión como la que titula este artículo.

Si llegare a «maltratar» a «ese muchacho que es un pan de Dios», tenga por seguro que la desafortunada maestra será denunciada por maltrato infantil y violación de los derechos humanos ante la Dirección de la Escuela, la LOPNA, la OEA, la ONU y cuidado si hasta en la Corte Penal Internacional.

No me atrevería a decir que en esta materia los tiempos de antes eran mejores que los de ahora. Fui «víctima» de expresiones como «no seas burro, chico, 8 por 4 no es 43, es 32. Para mañana te aprendes de memoria la tabla del 8, que me la vas a recitar como el Padre Nuestro» o, «Tulio, aterriza que estás en la luna, quién te dijo que Colón navegaba sobre unos esqueletos. Esos barcos eran carabelas no calaveras».

Cómo olvidar aquel gancho al hígado que me hizo sonrojar ante mi condiscípula Norma Díaz, mi amor platónico de 4to grado «A» en la Escuela Municipal Leoncio Martínez del Barrio Las Brisas de Petare. La maestra Gladys alzó la voz como un trueno que retumbó en todo el salón: «Tulio, qué broma contigo, apártate de Norma que está tranquila haciendo su tarea, no la estorbes». Qué pena con Normita, mi intención no era esa.

Esos «no estorbes» que escuchábamos en aquellos ambientes escolares, signados por la pedagogía de estricta manu y no por la ternura del mollis manus, si bien me incomodaron, también me enseñaron a medir cuando uno ayuda de manera eficiente o se convierte en  obstáculo.

Esos duros y aleccionadores «no estorbes» de mi infancia —los cuales tenían como objetivo, quizás de manera un poco brusca, enseñarnos a no perturbar el trabajo de otro—  nada tienen que ver con el ¡no estorben! utilizado en Las Tejerías para evitar que los periodistas independientes  realicen el trabajo para garantizar el derecho de la población  a estar informada. 

Habrá que ver, entonces, quién es el que realmente estorba: quien intenta cumplir con su trabajo o quien lo evita.

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