lunes, 22 de junio de 2020


Lo de AD no es una división, por Tulio Ramírez

AD vive


Acción Democrática (AD) es un partido que nace en el fragor de la lucha contra el oscurantismo y la barbarie. Su historia se reconoce como briosa y combativa desde sus primeros pininos con la Agrupación Revolucionaria de Izquierda (ARDI) creada en Barranquilla en 1931, luego con el Movimiento de Organización Venezolana (ORVE) y el Partido Democrático Nacional (PDN), fundados ambos en 1936. En 1941, como producto de la fragua de esas experiencias previas, surge de la mano de Rómulo Betancourt, el llamado Partido del Pueblo. Desde entonces, AD ha sido tema de conversación, para bien o para mal, de cuanta tertulia, mojadita o no, se ha materializado en este paraíso caribeño.
Hombres como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rómulo Gallegos, Luís Beltrán Prieto Figueroa, Mariano Picón Salas, Alberto Adriani, Andrés Eloy Blanco, Gonzalo Barrios, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas y tantos otros, esculpieron una organización con vocación de poder, pero también de justicia social y compromiso con la democracia. La trayectoria de ese partido no ha sido un camino de algodón, como alguna vez dijera el caudillo de Guatire y máximo líder de esa organización, Rómulo Betancourt.
Los adecos no solo se han tenido que enfrentar contra regímenes extremadamente crueles como la dictadura de Pérez Jiménez así como la más reciente. Cuando les ha tocado gobernar, han tenido que enfrentar insurrecciones armadas con ayuda extranjera e intentos de Golpes de Estado. Hasta hay que anotarles un intento de magnicidio (de los de verdad, no de los inventados) organizado por el dictador dominicano “Chapita” Trujillo.
Pero Acción Democrática ha tenido que luchar también contra sus propios demonios. El denominado Partido de Juan Bimba, fue tocado por la sombra de la corrupción y la conducta poco ética de algunos de sus dirigentes. Esto creó una costra que derivó en una mancha que todavía hoy, no ha podido sanar del todo.
Si lo anterior no es poca cosa, los adecos fueron testigos del parto de la abuela en varias oportunidades. Las divisiones le han obligado a reinventarse para mantener la ilusión de una militancia que ha sido puesta a prueba de manera reiterada.
Primero fue la división de los jóvenes bajo el liderazgo de Simón Sáez Mérida, Américo Martín, Moisés Moleiro, Gumersindo Rodríguez y otros brillantes muchachos que crearon el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Inspirados por la revolución cubana, terminaron acompañando al Partido Comunista en una aventura armada que enlutó cientos de familias venezolanas de lado y lado. Fue una división por motivos ideológicos, era inevitable contenerla.
Luego, en 1963, vino la segunda división encabezada por Raúl Ramos Jiménez. Se trataba de la generación intermedia que quería hacerse del partido desde los puestos de dirección. La idea era imponer la candidatura de Ramos Jiménez por sobre la de Raúl Leoni. La vieja guardia sometió la rebelión y expulsó del partido a los sublevados. Estos participaron en las elecciones bajo la tarjeta AD-Oposición concedida por el Consejo Supremo Electoral, obteniendo una pobre votación que no llego ni al 2,5%. Fue una división generacional por el control del partido. Era inevitable.
La tercera división se produjo en 1967. Luis Beltrán Prieto Figueroa asumió como derecho la postulación de la candidatura presidencial, Rómulo le dijo nai, nai, el hombre es Gonzalo. Las inclinaciones izquierdistas del maestro no le simpatizaban a su antiguo compañero de ruta. No le quedó más remedio que agarrar sus cachachás e irse a fundar el Movimiento Electoral del Pueblo junto a Jesús Ángel Paz Galarraga y Salom Meza Espinoza. Fue otra división indetenible. El nivel de tolerancia ideológica no daba para evitarla. 
Hoy somos testigos de otra arremetida, pero esta vez no se trata de una división por razones ideológicas, porque quien la encabeza no se le conoce pensamiento alguno. Tampoco se trata del control del partido ya que el personaje no tiene seguidores a quien liderar. Definitivamente no es una división como las vividas en el pasado. Solo se trata de la venta de unas siglas y unas sedes por 30 monedas de plata con lo cual el Judas alpargatado, solo podrá comprar poco más de un guacal de topochos. Qué vergüenza.
Final Feliz


¿Alguna vez tendremos un final feliz?, por Tulio Ramírez


En los últimos 20 años los venezolanos hemos estado ayunos de finales felices. Ha habido episodios cuyo final nos ha dejado una enorme desazón como sociedad. Siempre simpatizando con el más débil, confiamos en que la justicia triunfaría como en las películas de Hollywood. No importaba que en episodios precedentes el lado oscuro batuqueara a las fuerzas del bien, la seguridad de que en el último minuto llegaría la caballería salvadora, nos mantenía con expectativa de un final feliz. Pero hace rato que los finales son otros.
Primero fue con el caso de los cinco policías metropolitanos, acusados de asesinar a 2 de las 19 personas que cayeron por balas disparadas aquél fatídico 11 de abril de 2002. Tuvimos la esperanza de su liberación por la sencilla razón de que después de 7 años de juicio, 230 audiencias, 265 experticias, 5700 fotografías, más de 20 videos, 198 testigos y 48 expertos, los fiscales del gobierno no pudieron probar su participación en los hechos que se les imputaban. Fueron condenados y enterrados vivos en la cárcel. Un final infeliz.
Un año después un Tribunal ordenó desalojar a familias enteras de las viviendas ubicadas en la urbanización Los Semerucos en Paraguaná, estado Falcón. Estaban asignadas a los trabajadores de PDVSA que fueron despedidos por el árbitro de futbol de Miraflores. Teníamos la esperanza de que un tribunal de alzada apegado a la ley les devolviera las viviendas, mientras se decidiera la apelación interpuesta por los botados. Hicieron caso omiso a esta apelación y ratificaron el desalojo. Otro desconcertante final.
En el año 2005 Franklin Brito fue objeto de expropiación de sus tierras de manera arbitraria. Apeló a los organismos correspondientes. No le pararon bolas. La indignación y la impotencia lo llevaron a una huelga de hambre de 4 meses. Fue objeto de burlas. Nunca olvidaremos aquella expresión “Brito huele a formol”, mal chiste macabro expresado por un alto funcionario. Abrigamos la esperanza de que no se atreverían a dejarlo morir, pero lo hicieron. Un final triste.
Lo de la Juez María Lourdes Afiuni fue otro caso donde la caballería salvadora nunca llegó. Afiuni liberó a un empresario, cumpliendo todos los extremos de ley. Esto no gustó al poder. Fue acusada y condenada desde una cadena de radio y televisión, por el juez supremo de la revolución. Corría el año 2009. Fue destituida de su cargo, encarcelada, humillada, calumniada. Se le imputó el delito de “corrupción espiritual” (¿¿??). Asumimos que ante la falta de pruebas, se debía proceder a su liberación. Nos equivocamos. Final injusto.