lunes, 25 de noviembre de 2019

Marcha 11 de abril de 2002


Breve historia de las marchas en Venezuela, por Tulio Ramírez


De las primeras marchas que se conocen en Venezuela quizás la migración a Oriente sea la más famosa. No era una marcha para reclamar pago de pensiones, ni por aumentos salariales, mucho menos para tumbar al gobierno. Todo lo contrario, era una marcha no para pedir sino para evitar algo. La intención no era protestar sino dejar Caracas para salvarse de las huestes de Boves. Estos paramilitares a caballo, cual colectivos chavistas, venían a la capital para no dejar títere con cabeza y defender las posesiones del imperio cubano, perdón, español.
La Campaña Admirable fue otra marcha memorable. Fue la primera marcha sin retorno de nuestra Historia patria. Devolverse a mitad del Páramo de Pisba después de atravesar llanos inundados y escalar montañas nevadas en alpargatas y sin camisa, era una soberana pendejada. “Pa’lante es pa’lla”, decía Bolívar, y la tropa mal vestida y hambrienta respondía, “Pa’tras ni pa´cogé impulso, mi general”. A diferencia de la Migración a Oriente, esa marcha, si era para tumbar el gobierno español de la Nueva Granada. Afortunadamente los patriotas llevaban algo más que banderitas y pitos, porque si no el ejército español en Boyacá, les hubieran dado guataco por las orejas.
Desde 1830 al período gomecista, no hubo marchas civiles de especial trascendencia, solo incursiones de caudillos regionales con ejércitos particulares, guiados por la apetencia del poder y el erario público. Según la historia rojita, todos eran escuálidos menos Zamora que era chavista.
Los ropajes doctrinarios eran disímiles, se presume que se usaban solo para llevarle la contraria al caudillo de la competencia. Si unos eran liberales los otros conservadores, si unos eran centralistas los otros eran federalistas, o viceversa. Al parecer en esa época se dio inicio a la rivalidad entre caraquistas y magallaneros.
De Gómez a Pérez Jiménez las marchas civiles desaparecieron, salvo la famosa marcha de los jesuitas en el trienio adeco, reclamando igual trato para los estudiantes de las escuelas privadas. Esa marcha que para más señas fue con retorno, hizo recular al gobierno de Betancourt, quien echó para atrás el Decreto 321 que imponía a los colegios privados un régimen de evaluación estudiantil discriminatorio con respecto a los de las escuelas oficiales. 
Con la llegada de la democracia representativa, se pusieron de moda las marchas de trabajadores los primero de mayo de cada año. Marchaban obreros y empleados adecos, copeyanos, urredistas y comunistas cantando todos el Himno Nacional, además de sus consignas reivindicativistas. Eran marchas con retorno, pero no precisamente al hogar, sino a la parrillada organizada en las casas sindicales.
Durante los 80 y 90 la marcha como instrumento de reclamo se puso en boga. Aún recuerdo las marchas de maestros por la firma de contratos colectivos y las universitarias por un presupuesto justo. No siempre culminaban pacíficamente, es cierto, pero quedaba la sensación de que tales demostraciones servían para dar señales de fuerza y presionar conversaciones que despejaban caminos para solucionar los conflictos de manera negociada. Las Tascas de La Candelaria fueron fieles testigos del retorno de marchistas exhaustos en búsqueda de una fría para refrescarse.
Con el chavismo la marcha se transforma en un arma más política que reivindicativa. La marcha del 11 de abril de 2002 se convirtió en una referencia para América Latina. Se consideró como la más concurrida y la más cruelmente reprimida. El desenlace final no estuvo determinado por la decisión de los ciudadanos, quienes retornaron a sus casas confiados en que, con la intervención en cadena nacional del General Lucas Rincón, el infierno chavista había acabado..
De ese momento a la fecha las marchas no han cesado de salir. Las del gobierno cada vez más escuálidas por las razones que todos conocemos (“si no hay leal no hay malcha”, reza el refranero chino), mientras que las de los opositores se comportan como un electrocardiograma, con picos altos de participación seguidos de picos bajos.
La diferencia con las etapas anteriores es que ahora la participación en las marchas opositoras va a depender si es con o sin retorno, no vaya a ser que alguien se sienta “engañado”. Las convocatorias deben tener una advertencia al igual que los refrescos. Una etiqueta visible que indique si tiene o no tiene azúcar. Francamente.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Anarquismo
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¿Anarquismo igual a desorden?, por Tulio Ramírez


A diferencia de la creencia común, el anarquismo no es necesariamente sinónimo de desorden. Si bien toda conducta desordenada tiene algo de anarquismo, no toda conducta orientada por el anarquismo es desordenada. No es un juego de palabras. No es lo mismo decir “dame una pelota vieja, por favor”, que decir “vieja, por favor, dame una pelota”. Anarquismo y desorden son dos conceptos que hay que aclarar como parte del “marco teórico” que se necesita para comprender el comportamiento de muchos venezolanos en tiempos de revolución.
El desorden, según ese faro de la sabiduría de nuestros tiempos llamado Wikipedia (asesor ilustrado de nuestros estudiantes en todos los niveles educativos), es sinónimo de caos, un antónimo de orden o, en su acepción más sistémica, una alteración de la organización y funcionamiento del sistema.
Hay desorden cuando no existen reglas, y si existiesen, no se acatan. Por ejemplo, en muchas manifestaciones espontáneas, la gente tiende a actuar de manera desordenada y caótica. Es muy usual que se lleven a cabo acciones que luego, en retrospectiva, sorprendan hasta al mismo sujeto que las realizó. “¿Qué me pasó?, ¿cómo es posible que haya intentado quitarle el escudo a ese policía?”, son las expresiones más comunes de quien se desbocó, guiado más por las vísceras, que por el cerebro.
Por el contrario, el anarquismo, según la ya referida fuente (solo superada en consultas por las muy académicas páginas “El rincón del vago” y “Permite que yo te hago la tarea”), supone acciones no sujetas a normas y reglas, bajo el principio del desconocimiento de todo tipo de autoridad. El francés Jean Proudhon, fue quien estableció las bases doctrinarias del movimiento conocido como anarquista. Su libro, escrito en 1840, titulado ¿Qué es la propiedad?, es el alfa y el omega de esta particular manera de entender lo que, según su criterio, es el camino que toda sociedad debe seguir para lograr la libertad plena. En síntesis, el anarquismo es más una posición política, que anímica.
Así entonces, la diferencia es clara. El desorden, si bien puede tener una dosis de anarquía, no es orientado por doctrina alguna y promueve el caos colectivo, mientras que el anarquismo lejos de ser un movimiento desordenado y caótico, persigue un tipo de organización social no sujeta a autoridad alguna. De seguro un anarquista no obligaría a los niños a hacer una fila por orden de tamaño, para recoger los caramelos una vez rota la piñata, pero tampoco permitiría una situación de caos para que los más grandes puedan aplastar a los más pequeños y quedarse con todos los caramelos.
Se preguntarán a qué viene esta perorata un lunes en la mañana, cuando se supone que los articulistas serios deben tener consideración con lo que queda de los lectores, después de un intenso fin de semana. La razón es que en el mercado de la cuadra un vecino aseguraba, que en Venezuela estaba reinando el anarquismo porque nadie le paraba bolas a nada y todos hacían lo que les daba la gana.
Por mi defecto de fábrica (ser profesor), intenté explicarle que, en vez de anarquía, lo que reinaba era el desorden, el relajo y la pillería. Le señale que los anarquistas no son de los que se lanzan a empujones en el Metro para evitar que una ancianita tome un asiente libre, y que tampoco los veía rompiendo vidrieras para robar un televisor mientras protestan por el maltrato a las mascotas, y menos orinando en un parque lleno de niños simplemente porque “me dieron ganas”. Ante la cara de “no entiendo”, le terminé diciendo que, si Miranda invadiera nuevamente a Venezuela para liberarnos del chavismo y entrara por el aeropuerto de Maiquetía, al encontrarse con su equipaje desvalijado y ante la indiferencia de las autoridades, lo más seguro es que terminaría gritando a todo pulmón ¡Bochinche, Bochinche!, y no ¡Anarquía, Anarquía! Creo que al final, si me entendió.