lunes, 30 de septiembre de 2019


Consejo Comunal

Carmen Cecilia, la presidente del Consejo Comunal, por Tulio Ramírez


Carmen Cecilia, quien prefiere que la llamen, La Chicha, es la presidente (o “presidenta”, como siempre aclara) del Consejo Comunal de un populoso Barrio del Valle. La Chicha, mujer de 57 años, nació adeca. Esto no solo lo pregona ella, sino que lo aseguran sus vecinos. Sus testimonios informan que, desde muy joven, año tras año, iba con sus padres a la tradicional Romería Blanca que organizaba en Los Caobos, el llamado Partido del Pueblo. La recuerdan con su banderita blanca, franela del mismo color con el escudo de Acción Democrática estampado en el pecho, gritando su consigna preferida: “AD Juventud”, “AD Juventud”.
Hoy día ya no es adeca, más bien se podría decir que es chavista por naturalización. Después de haber sido dirigente estudiantil en el liceo y militante disciplinada de la tolda blanca, optó por seguir a Hugo Chávez desde su primera campaña electoral, a pesar de que ofrecía “freír en aceite la cabeza de los adecos”. Su transformación fue total. Su fanatismo por el partido rojo la llevó desde decorar con fotos de Chávez la sala de su casa; montar guardia solita durante 24 horas en las afueras de la Academia Militar durante el velorio del ex presidente, hasta pintarse los bigotes de Maduro durante su campaña electoral.
La Chicha es una apasionada de la política, de eso no hay duda. Memorable fue su disposición a reparar y conducir un autobús propiedad de un vecino, para contrarrestar el paro de transporte que amenazaba radicalizar las protestas del año 2003. Solo lo sacó dos veces a la calle para llevar gratis a la gente, en la tercera salida lo estrelló contra un poste. Su impericia al volante pudo más que su voluntad. También se recuerda la carta que escribió al hoy fallecido presidente, ofreciéndose como guardaespaldas ya que no confiaba en los militares que cumplían ese papel.
Como presidente del Consejo Comunal se encargó de la distribución de las Bolsas CLAP, censó a todo al que necesitaba una vivienda, y sembró con cilantro y ají dulce todo terreno cultivable que se le atravesaba en su camino para “ayudar a la producción de alimentos”.
También comandó durante aquellas elecciones de 2013 la llamada operación 10 x10 en todo el municipio. Dicen que prácticamente sacaba a la gente de sus casas para llevarlos a votar. No sé si es leyenda urbana, pero muchos afirman que la vieron echarse a la espalda viejitas que no podían caminar, para llevarlas al centro de votación. Se habla de unos 20 viajes y caminatas de unas 8 cuadras promedio. ¿Y las marchas rojitas?, La Chicha debe tener el record de kilómetros recorridos. No faltó a ninguna.
Hoy La Chicha está prostrada en una cama. Ha enflaquecido de manera alarmante por la falta de alimentación y su glucosa en sangre ha aumentado a niveles alarmantes por no tener acceso a las medicinas. Está medio ciega, perdió una pierna y no tiene como adquirir una silla de ruedas o unas muletas. Sus hijos se fueron del país en búsqueda de mejores destinos y con la esperanza de enviar remesas. Hasta ahora lo que han mandado no alcanza para el mercado. Los vecinos de vez en cuando la ayudan, pero cada quien tiene sus propios problemas y sus propias carencias. Hacen lo que pueden.
Lo último que se sabe es que al parecer sus hijos se la llevarán para Colombia. Ellos apenas trabajan para subsistir, pero la madre es la madre. Asumen que, si se queda en el país, irremediablemente morirá por desnutrición o por un coma diabético. La imposibilidad de acceder a la alimentación y a la salud los obliga a tomar esa decisión. Ella, al parecer, está de acuerdo. Para La Chicha el slogan ¡Socialismo o Muerte! que tantas veces repitió, se transformó en ¡Huida o Muerte! Así paga la revolución a sus hijos más fieles.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Milicianos


Los Milicianos y la Bruja del Ávila, 

por Tulio Ramírez


En grupos de 4 o 5 se les ve junto a los torniquetes del Metro recibiendo los cartoncitos que hacen las veces de Tickets, también en la entrada de los hospitales públicos o de algún ministerio en el centro de Caracas. Por lo general sus edades pasan por mucho los límites de los 60 años, aunque se pueden encontrar algunas milicianas muy jóvenes rondando un poco más de la mediana edad.
Es curioso, cuando están solos ponen cara muy severa y vigilante. Tratan de infundir una autoridad que nadie parece reconocerles. Esto lo saben, pero no terminan de asimilarlo. Sin embargo, la magia del uniforme los hace sentirse todopoderosos, sobre todo cuando algún despistado transeúnte o usuario les pide alguna dirección o la ubicación de alguna oficina o taquilla. 
Los he detallado. Cuando están en grupo su comportamiento es diferente. Conversan animadamente sobre los hijos, los nietos, las medicinas hechas en casa, los “tigritos” que les salen en el Barrio o las diferentes maneras de preparar el Cocuy de Penca. En esos momentos pareciera que se tomaran un “break” y dejan de tener la pose de “perdonavidas” que les exige “su investidura”.
A estos milicianos los vemos recorrer a diario la ciudad con morralitos tricolor descoloridos, quizás legado de algún nieto que lo tiró por una mochila más presentable. Con paso cansado y evidente estado de desnutrición llegan a sus puestos de “vigilancia”. Allí pasan el día, esperando la hora de partida y hacer el mismo recorrido de vuelta a sus precarias viviendas. Quedan agotados, pero orgullosos de su contribución “al proceso”.
A estos hombres y mujeres, la mayoría jubilados de muchos años, se les ha fabricado una cruel fantasía. Si bien los ha mantenido físicamente ocupados, ha tenido en ellos una suerte de efecto placebo, que los hace sentir eufóricos por “la posición de autoridad que ostentan”. Así me lo manifestó uno de ellos, “la revolución descubrió lo útil que podíamos ser como vigilantes del orden público y del proceso”.
Al observarlos, trato de establecer un paralelismo con mi niñez. Recuerdo que, en las noches, para distraerme por la falta de aparato televisivo en casa, mis padres me colocaban en la ventana que daba al cerro Ávila, con la “importantísima misión” de observar y detectar alguna fogata. Si la consiguiera debía comunicar con urgencia a mis padres porque era la señal de que “La Bruja del Ávila” venía hacia la ciudad en búsqueda de los niños que se portaban mal.
Los milicianos, al igual que lo hacía en mi niñez, también tratan de alertar y detener a “La Bruja del Ávila” por contrarrevolucionaria. Otro aspecto que hace similar a ambos casos es que se aprovecharon de nuestra inocencia, aunque con distintos fines, por supuesto. Ahora, lo que distancia mi experiencia infantil de guardián nocturno, estriba en que mis padres nunca me vistieron de manera ridícula para llevar a cabo esa misión, ni me invistieron de alguna ilusoria autoridad para cumplirla.

lunes, 2 de septiembre de 2019


Destacar a un Venezolano trabajando en Ecuador


Uriel, 

por Tulio Ramírez


Durante estas vacaciones de agosto estuve por varias ciudades de Ecuador atendiendo invitaciones de algunas universidades amigas. Debo aclarar a mis colegas nacionales que el pasaje me lo enviaron y no lo compre con mis recursos. Si hubiese sido así, hoy sería sospechoso de algo, como mínimo de enchufado.
Confieso que no es la primera que voy, de tal manera que el sitio no me es extraño. Visitar Ecuador siempre es grato. No solamente se come bien (suficiente para aceptar la invitación), sino que se come muy rico y abundante. Esta costumbre la tuvimos en nuestra tierra pero la hemos perdido por culpa del Galáctico y sus legatarios. Ojo, no lo digo yo. La encuesta Encovi señaló en estudio reciente, que el venezolano había perdido un promedio de 12 kilos durante 2017. Mi cuota fue de 9 kilos
A diferencia de oportunidades anteriores (tenía 2 años que no iba), encontré un país lleno de compatriotas realizando todos los oficios posibles. Usted está en Quito y cree que está en Las Mercedes o en Catia, dependiendo del sector que visite. Hoy día uno se encuentra como en casa. Me sucedió en un pequeño comedero vía Cuenca, al oír a quien despachaba le pedí de manera inconsciente una empanada y un guayoyo. El dependiente, oriundo de Maracaibo, me recordó que no estaba en mi terruño y que lo que tenía para ofrecerme como desayuno era Bolón o Tigrillo (comida hecha a base de plátano verde).
Están por todas partes, limpiando vidrios en los semáforos, vendiendo avena en la calle, vendiendo cigarrillos en la calle, como mesoneros, cocineros, vendiendo arepas en las zonas donde trabajan muchos venezolanos y también muchos profesionales en diferentes áreas haciendo algo de lo que estudiaron o no. Debo decir, por otra parte, que el trato dado a nuestros compatriotas ha sido muy solidario. El ecuatoriano conoce la magnitud de nuestra tragedia y ha abierto su corazón ofreciendo trabajo y oportunidades
Pero me voy a referir a un caso especial. Se trata de Uriel, un jovencito de 22 años que conocí en el Hotel donde me aloje en la ciudad de Quito. Quizás la tragedia de Uriel no sea peor a la de muchos otros que como él, tomaron la decisión de ir a sobrevivir en un país extraño. Uriel, oriundo de La Guaira, llegó caminando a Ecuador con su madre y su otro hermano, quien decidió seguir de largo a Perú en búsqueda de apoyo de un tío que está en Lima desde hace varios años.
Uriel, no solo es el encargado de la recepción en el Hotel, también es el cocinero encargado de hacer el desayuno, hace labores de mantenimiento, limpia los baños, acomoda las mesas para el almuerzo, controla todo lo relacionado con el salón de fiestas, cambia bombillos, repara los enchufes y hace de vigilante nocturno. Uriel trabaja 16 horas seguidas de lunes a sábado y le pagan menos del sueldo mínimo.
Le comenté que para ecuatorianos amigos los venezolanos están siendo explotados y el caso de él parecía confirmarlo. Me contestó: “Profesor, yo prefiero ser explotado en Ecuador, que vivir esclavizado en Venezuela. Allá trabajaba como un burro y no ganaba ni para el pasaje. Aquí trabajo mucho y no me pagan lo correcto, lo sé, pero puedo comer todos los días, además estudio, ayudo a mi mamá y mando dinero a mi tía en La Guaira. Esto no es para toda la vida, cuando sea Chef buscaré un mejor empleo. En Venezuela con ese socialismo, así estudie o me mate trabajando, nunca saldré de abajo,”. Me pregunto cuántos Uriel se han ido. Con jóvenes como ese es que un país sale adelante