lunes, 22 de agosto de 2016

Por qué iré a la Marcha del 1S

Protestas en Venezuela

La gente se cansó de tanta corrupción, impunidad, escasez, inseguridad, improvisación, mentiras, promesas incumplidas, negligencia, prepotencia, injusticia, torpeza, abuso de poder, nepotismo, mediocridad, falta de probidad, irresponsabilidad y, sobre todo, de que lo creyeran pendejo
Todas las encuestas evidencian que el pueblo le quito al gobierno la escalera y lo dejó sosteniéndose solo de una brocha institucional secuestrada por un grupo de adláteres uniformados y civiles. La gente se cansó de tanta corrupción, impunidad, escasez, inseguridad, improvisación, mentiras, promesas incumplidas, negligencia, prepotencia, injusticia, torpeza, abuso de poder, nepotismo, mediocridad, falta de probidad, irresponsabilidad y, sobre todo, de que lo creyeran pendejo.

“Está bueno el cilantro, pero no tanto”, comentó una joven señora en la cola que hicimos para ver si nos vendían algo. Yolimar, como dijo llamarse, llegó a las 12:30 de la madrugada a hacer la fila en una conocida cadena de venta de víveres ubicada en la urbanización Santa Fe. Venía de El Tanque, uno de los tantos Barrios ubicados en los cerros de Petare. Me aclaró que no era Bachaquera, cuestión que constaté al verle una criaturita de menos de un año en brazos. Atravesó la ciudad corriendo todos los riesgos, porque le dijeron que hoy “sacarían” leche y pañales en ese establecimiento. “Toda mi familia era chavista. Hace 5 años nos prometieron una vivienda. Pagamos unos reales y nos engañaron. Estamos peor cada día”.

Rafael, un amigo de la infancia, después de una larga odisea fue hospitalizado en el Hospital Clínico Universitario. Le fue descubierta una terrible enfermedad. Lo visitaba a diario. Pude constatar el estado de abandono de ese centro de salud dominado por los Colectivos del Gobierno. Más allá de la voluntad incansable del personal médico y paramédico, la falta de mantenimiento, insumos médicos y materiales de limpieza lo convirtieron en un depósito de enfermos. En una de mis visitas observo que la cama de José Luís estaba vacía. Me informan que fue dado de alta. Llamo a su teléfono y me aclara, “no, no estoy curado, me enviaron para la casa porque no tienen como darme comida ni tienen los medicamentos para la quimioterapia”. José Luís es vigilante en una escuela oficial.

Berta, caraqueña de mediana edad, jubilada de la Alcaldía, tiene una carpeta llena de papeles y en uno de sus bolsos, varios de esos familiares tubos negros donde se resguardan los Títulos universitarios. Espera su turno para legalizar los documentos. Le pregunto si va a realizar estudios en el exterior. “Yo no, pero estoy haciendo un enorme esfuerzo por mandar a dos hijos a estudiar fuera”. Le pido me indique que tan complejos son los trámites. “Me los conozco de memoria”, dijo mirando fijamente a ninguna parte, “hace exactamente 6 meses hice esta misma diligencia para mi hijo mayor y no alcanzó a irse porque me lo mataron en un asalto. A los que me quedan les quiero salvar la vida”.

Estoy en la farmacia buscando mi medicina para la diabetes. Como es de esperarse en estos tiempos de revolución socialista, no las consigo. A mi lado una señora tiene un récipe muy arrugado en la mano. Busca su medicamento para la tensión. Le comento que no sé como hace la gente que trabaja para buscar medicinas y alimentos. “Por eso no tengo problemas”, me responde, “después de 25 años y 5 meses de servicio en la administración pública y estando de reposo médico, fui botada por haber firmado para el revocatorio. Había entregado mis papeles solicitando la jubilación apenas una semana antes, y lo peor es que a mi esposo lo cesantearon por cierre de la empresa donde trabajaba. No sé qué va a ser de nosotros”. Ana, así se llama, se despide secándose una lágrima provocada por la indignación y la tristeza.

No hay que ser un etnógrafo para entender porqué el pueblo le volteó el santo al gobierno. La dura realidad ha sido la mejor arma para contrarrestar la propaganda y la ideología. La gente ya no soporta. Son muy pocos los que todavía creen. No pasan de 20% y cada día se reducen más. Al gobierno no le queda otro recurso que infundir miedo y represión. Por eso el Presidente amenaza con sorpresas para el 1 de septiembre, día de la marcha para exigir el revocatorio para el 2016. Confía en que esta amenaza paralizará a los descontentos. Quizás esto surta efecto para algunos, pero por casos como los de Yolimar, Rafael, Berta y Ana superaré todos esos miedos e iré a la marcha del 01S.

lunes, 8 de agosto de 2016

La Batería

Duncan

Tuve que comprar una Batería usada, me la vendieron inservible al mismo precio que la nueva. Estaba tan mala que ni siquiera prendía auxiliada
Un cronista serio, responsable y con sentido de oportunidad no pelaría el boche del referendo revocatorio, las trampas del CNE o el juicio a los sobrinos de Su Excelencia para escribir su entrega semanal al periódico. Son temas de bombita que todo lector inteligente y preocupado por lo que queda de país, esperaría encontrar en la columna de su opinador favorito. Pero como no tengo tantos lectores, podré darme el lujo de hacerme el paisa y escribir sobre uno de los dramas que ha afectado a conductores sin distingo de ideologías ni colores: la compra de una Batería en tiempos de revolución.

Les haré el cuento corto. Madrugada del domingo, alegre y zarataco, monto en mi vehículo para dirigirme a casa, el cumpleaños del compadre Próculo estuvo espectacular, hasta hubo whisky. Paso el suiche y nada. Me robaron la Batería. Era cuestión de estadística, me tocaba. Me dieron las 11:30 am del domingo esperando respuesta del seguro, finalmente termine pagando una grúa porque la del seguro nunca llegó. Después de la consabida cantaleta en casa, “eso te pasa por….”, me fui a la policía a poner la denuncia. No amigo lector, no para que investigaran el robo, no soy tan ingenuo, el trámite es necesario para que me puedan vender una nueva Batería.

El funcionario que tomó la denuncia gritó hacia el fondo, “epa Julián, otro Bachaquero con el cuento del robo de la Batería”. Que indignación. Mientras más explicaba, más me vacilaban. Que si no les constaba lo del robo, que tenía que llevar el carro a la estación, que seguramente había vendido mi Batería para comprar aguardiente, que cuántas Baterías había comprado con ese cuentico para después revenderlas. La verdad no soporte tanta humillación y me largue sin la denuncia en la mano. Comenzaba otro vía crucis.

Me fui al mercado informal. Los precios eran tan exagerados que tendría que vender el carro para poder comprar la bendita Batería. Fui al mercado formal. Me eche el primer madrugonazo (el del novato). Me prestaron un acumulador más grande que el espacio destinado para calzarla. Iba por la autopista con el capó semi abierto y medio cuerpo fuera para poder observar el camino. Por poco un camión me despescueza. Después de 5 horas de espera se acerca el empleado y me suelta sin anestesia que para mi carro no hay Batería. Para atrás con las manos vacías y con el compromiso de entregar la que me prestaron.

Cinco semanas después, traqueteado por el Metro y asaltado dos veces en la Buseta, me informan que llegaron las Baterías para mi tipo de vehículo. Otro madrugonazo. Como en el ínterin se me venció el seguro del carro tuve que pagar una grúa. Me costó un ojo de la cara. Luego de 6 horas de espera me dice el empleado que debo dejarle una Batería ya que no tenía la denuncia de la policía. Me puse frío. Rogué, pedí clemencia, casi lloré. La respuesta con sonrisita de Mona Lisa fue: “lo siento, esas son las reglas”. Me recordó tanto a Tibisay Lucena. Qué vaina, para atrás otra vez pagando otra grúa, otro ojo de la cara. Estoy pensando seriamente en tirar el carro por un desfiladero. Me contengo. Hay que seguir adelante, estamos en revolución.

Juré que a la Comisaría no volvía, tengo dignidad. Tuve que comprar una Batería usada, me la vendieron inservible al mismo precio que la nueva. Estaba tan mala que ni siquiera prendía auxiliada. Pagué otra grúa y me lancé otro madrugonazo. Ya van tres. Los empleados me saludan con cariño, los indigentes me tratan familiarmente, creen que tengo un negocio de “aguantapuesto” en la cola. Después de 7 horas me dejan pasar. Me pareció un milagro.

Casualmente en ese momento estaba escuchando I heard the Voice of Jesus say. Fue premonitorio. ¡Gloria a Dios!. Finalmente y para terminar el cuento, había la Batería, tenía una inservible para dejar y tenía los reales completos. Voy a pagar y me dicen que no puedo comprarla porque estoy suspendido por 8 meses. Hace 2 meses había comprado una Batería a mi nombre para el compadre Próculo. Ahora lo que quiero es comprar una soga.