lunes, 21 de junio de 2021

 

Qué difícil es hablar con un joven adoctrinado, por Tulio Ramírez

Qué difícil es hablar con un joven adoctrinado
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Twitter: @tulioramirezc


Una de las características más resaltantes de los movimientos comunistas consiste en crear realidades paralelas a través de un muy bien aceitado y creativo aparato de propaganda. Cuando están en la oposición, usan el recurso propagandístico de manera tan eficiente que logran convertir a muchachos naturalmente díscolos y rebeldes en máquinas disciplinadas, incapaces de arreglar su cuarto, pero convencidos de la impostergable tarea de «lograr una sociedad justa y de iguales».

La propaganda comunista no solo distorsiona la realidad existente para mantener encendida la llama de la necesaria «gesta libertaria en beneficio de los pobres y necesitados», también crea realidades imaginarias que sustituyen a las realmente existentes en los países comunistas.

La idea es reconceptualizar todo para ajustar la realidad real a la pensada. Por ejemplo, las reglas democráticas que garantizan la alternancia en el poder, las califican como «mecanismos burgueses de pan y circo para hacer creer al pueblo que tiene el poder de elegir». De igual manera, las políticas públicas distributivas que aseguran la inversión social para crear igualdad de oportunidades, son tildadas de «migajas lanzadas al pueblo para mantenerlo sumiso ante los poderosos».

Van creando la imagen maniquea de una sociedad dividida entre «buenos» y «malos», donde los «buenos» (o sea, ellos) tienen la supremacía moral y el deber histórico de «destruir a los malos», hasta por el bien de «los malos».

Peor sucede cuando se trata de defender a los países comunistas. En esos casos recrean paraísos donde todos son felices como lombrices, nadie se enferma, impera la igualdad y se sienten orgullosos de la vida en pobreza «porque lo importante es la dignidad revolucionaria». Rematan diciendo que tanta felicidad hay que defenderla a través de la solidaridad internacional para evitar que «sucumban ante las agresiones imperialistas».

Desde esta filosofía simplista y plana, que reduce enormemente la capacidad de pensamiento autónomo, se construyen canciones, consignas, afiches, proclamas y manifiestos dirigidos a crear una sensiblería colectiva y un resentimiento acumulado contra todo lo que representa el bienestar material, el éxito individual o la meritocracia.

Cuántos jóvenes soñadores he visto alabar el queso cubano a pesar de que la pudrición llega hasta el otro lado del mundo.

Es impresionante observar la capacidad de justificación de lo injustificable. Se convierten en maestros y doctos sobre el socialismo cubano, pero cuando indagas un poco más descubres que nunca han pisado la isla.

Para ellos, la realidad cubana es la realidad contada en afiches, canciones, documentales y la narrativa de sus camaradas. Lo otro, son inventos de «los imperialistas y sus lacayos la burguesía criolla».

Esta perorata viene al caso por haber tenido la oportunidad de conversar con un joven partidario de las políticas oficialistas. Durante las siete horas invertidas para echar gasolina, departí con un portugués dueño de abasto, una costurera sesentona y buenamoza y un joven estudiante revolucionario. Mencionó que hacía la carrera de Derecho en una universidad «democrática y popular» donde, por cierto, nunca ha habido elecciones ni de reina de carnaval.

La vehemencia con la que el joven defendía sus ideales, nos recordaba los discursos escuchados hace más de 40 años durante mi época de estudiante ucevista. Hablaba de Cuba como si se refiriera a Asgard y de Fidel como si de Odín se tratara.

Ante la solicitud de los contertulios de una explicación coherente que justificara la enorme fortuna que tenían Fidel y Chávez en sus manos al momento de morir, la respuesta, luego de un silencio desconcertante, fue automática. «Esas son otra sarta de mentiras inventadas por la CIA para desacreditar el legado histórico de ambos comandantes en jefe». No se diga más. Lo siguiente será defender al camarada Alex Saab, «héroe de la revolución bolivariana».

lunes, 7 de junio de 2021

 

Camucha la negociadora, por Tulio Ramírez

Camucha la negociadora
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Twitter: @tulioramirezc


Mi comadre Camucha se convirtió en una de las mejores negociadoras de Carúpano. Es tan despierta y aguerrida que todos le temen. Esa habilidad la adquirió a partir de una nefasta experiencia en la cual salió trasquilada cuando la contraparte le prometía toda la lana del mundo. Intentaré reconstruir la historia con detalle, porque de ella podemos aprender algunas lecciones.

Recuerdo cuando su primer marido, un pescador margariteño de apellido Marcano, bebedor y mujeriego como el que más, fue descubierto en tierras de Macarapana, con una jovencita de Puerto Santo a la que le tenía montado un rancho y un puesto de empanadas. El amancebamiento tenía un buen tiempo y todos estaban enterados, menos Camucha. Al descubrir la traición, la comadre le cortó todos los servicios y lo dejó en la calle con solo lo que tenía puesto.

Marcano, un resabiado de mil mañas, le planteó que era necesario conversar porque habían unos tripones de por medio y le daba mucha pena que crecieran sin un padre que los protegiera. Camucha, colocando el interés de sus hijos por encima de su orgullo herido, le abrió las puertas de la casa para negociar los términos de la separación.

Pensó que iba a ser una negociación sensata, toda vez que, para bien o para mal, tenían una historia en común y unos hijos por quienes velar. El matrimonio no se salvaría, de esa estaba segura, pero la solicitud de Marcano le convenció de que la relación acabaría en buenos términos. Era lo mejor, los hijos sufrirían menos ya que tendrían un padre que velaría por ellos.

Por supuesto, había cosas que dividir, pero eso era lo de menos. Para Camucha estaba claro que el peñero, el motor y la casa no entraban dentro de la partición porque los había heredado de sus padres. El resto solo eran cachivaches sin ningún valor. De Marcano, eran las redes y unos chinchorros viejos que se trajo de Margarita. Podía llevárselos cuando quisiera.

Pero la cosa no comenzó tan bien. Marcano puso un par de condiciones para hablar sobre el futuro. La primera, que Camucha no debía invalidar la tarjeta de débito que estaba a su nombre. Total, debía disponer de la mitad de los ahorros mientras abriera otra cuenta.  La segunda, Camucha le debía permitir usar el peñero y el motor para ir de pesca. Con eso garantizaría el pan a sus hijos.

Camucha accedió de buena gana. Si tales concesiones iban a permitir un acuerdo en favor de los niños, bienvenido sea.

La conversación se pautó para el día siguiente, pero Marcano no apareció. Camucha estaba preocupada. Algo le pudo haber pasado en el mar, ya que la noche anterior le pidió la lancha para ir a pescar unos corocoros para la comida de la semana.

De pronto, el instinto femenino le afloró y se fue rauda y veloz al banco para constatar el estado de la cuenta de ahorros. Marcano había retirado todo por el cajero automático.

Fúrica se dirigió a Macarapana. Intuía que estaba en la casa de la amante. Al llegar, los  vecinos le informaron que ambos se habían marchado en un peñero a Güiria para, desde allí, partir a Trinidad al día siguiente. Más nunca Camucha supo de Marcano. Aprendió una lección para el resto de su vida. En una negociación la contraparte no le regalará nada por nada, y si puede quitarte algo, lo hará.

Esta historia la cuento a propósito de las negociaciones propuestas por la oposición al gobierno de Maduro como punto de partida para superar la enorme crisis política, económica y humanitaria que sufre el pueblo venezolano.

El mandatario puso como condición para poder dialogar tres exigencias que debían ser cumplidas en su totalidad: el cese de todas las sanciones, el reconocimiento de la AN y la devolución de las cuentas bancarias y activos. Me pregunto, ¿si se accede, no es posible que el gobierno le haga a la oposición lo mismo que Marcano le hizo a Camucha? Pedir todo para no entregar nada. Amanecerá y veremos.