lunes, 19 de septiembre de 2022

 

Las «señoritas» de Las Mercedes, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Cuando conduzco por Las Mercedes, y observo la cantidad de automóviles de alta gama ocupando los estacionamientos de restaurantes lujosos a cualquier hora del día y en cualquier día de la semana, me da la sensación de estar en un país normal. Hasta el carácter me cambia. Me pongo nostálgico recordando tiempos pasados.

Lo primero que me viene a la mente es que tengo muchos años sin disfrutar un exquisito plato en alguno de esos espacios gastronómicos de alta cocina. Tampoco recuerdo cuando fue la última vez que disfrute por esos predios, de una agradable velada con whisky bueno o con vino importado. 

Pero hoy no me dedicaré a quejarme por el deterioro de mi salario, gracias a la pésima gestión económica del gobierno, ni tampoco a hablar mal de «enchufados», «manos mojadas», «cuántohaypa’eso», «cómoquedoyoahí», «engrasados» u «hombres nuevos» con moral revolucionaria, pero con bolsillos bien llenos. Más bien me referiré a las «señoritas» que desde hace un tiempo pululan por Las Mercedes. 

He tenido la oportunidad de observarlas muy de cerca ya que es una vía alternativa para ir hasta mi hogar. Inclusive, cuando decido transitar por la Francisco Fajardo, ahora rebautizada como Guaicaipuro por la nomenclatura chavista, logro verlas a lo lejos. Su presencia es inconfundible.

He contabilizado unas quince. Es inevitable reconocerlas. Además, son muy parecidas. Son altas, esbeltas y del mismo color, aunque algunas son un poco más claras que el resto. Todo el que pasa frente a ellas, inevitablemente tiene que voltear la mirada. Una vez me reclamaron por quitar la vista del camino. 

Otro dato es que siempre están en el mismo lugar, por lo que es muy fácil localizarlas. La que está en la calle Veracruz es diferente a la que siempre está en la calle París. Así que, cada una en su calle, rara vez están juntas. Entiendo que cada uno de esos sitios, constituye su lugar habitual de trabajo. No se aglomeran en un solo espacio, como es costumbre en otros países. Están dispersas por todas Las Mercedes.

Lo que no me explico es cómo, en una zona con tanto tránsito vehicular, multiplicidad de locales comerciales y hasta edificios y casas residenciales, los vecinos no se hayan quejado por su presencia. 

Es normal que las familias quieran vivir en una zona tranquila, lejos del ruido y de las incomodidades. De igual manera, los dueños de negocios deberían evitar todo lo que altere la comodidad de sus usuarios. Sin embargo, que se sepa, nadie se ha quejado.

Un amigo, conocedor del mundo donde se mueven esas «señoritas», me comentaba que se trata de un negocio redondo. «Las personas que las usan, pagan una fortuna por el servicio y sus dueños las exprimen hasta que se ponen muy viejas e inservibles. Las explotan al máximo, hasta que ya no pueden dar más». 

Aclara mi amigo, «no todos tienen acceso a ellas, su precio no es para los limpios. Sus propietarios viven de lo que ellas generan, y mira que generan mucho dinero». Pregunto haciéndome el tonto, ¿pero tienen propietarios?, ¿alguien las compra? La respuesta fue «sí, pero el que las compra lo hace para beneficiarse de su trabajo. Nadie las compra para uso personal porque sería botar la plata. Además, ¿dónde la vas a guardar y con qué las vas a mantener?, ellas deben pagarse solas».

Soy poco conocedor de ese negocio, pero la lógica de mi amigo es impecable. Si no hubiese sido profesor me hubiese metido en el negocio de la compra y posterior alquiler de «señoritas». Aunque el mercado esté contraído por la crisis económica, siempre habrá quien necesite una. 

Invito a mis lectores a que piensen en esa posibilidad tan lucrativa, inclusive asociándose con un amigo. Invertir en la compra de un montacargas tipo «señorita» para alquilarlo a los constructores de edificios, siempre será un buen negocio. ¿Qué imaginaban?


lunes, 5 de septiembre de 2022

 

«To be or not to be», pero a la criolla, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Cuando consulto al doctor Google sobre la expresión «To be, or not to be, that is the question» (en español, «Ser o no ser, esa es la cuestión»), me informa que se trata de «la primera frase del soliloquio o monólogo del personaje Hamlet de la obra de teatro Hamlet, príncipe de Dinamarca, escrita alrededor del año 1603 por el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616)».

Esta frase, de acuerdo al sabio que tengo encerrado en la computadora, «representa la pregunta esencial de la experiencia humana, atribulada frente a las tensiones que se producen entre la voluntad y la realidad», o sea, lo que «pensamos que es» versus «lo que es en realidad». 

Al reflexionar sobre esta famosa frase, concluyo que lo que hemos vivido durante esta experiencia revolucionaria, ha sido una obra inspirada en el dramaturgo inglés. Sin embargo, dando el beneficio de la duda, trato de entender si es que, por estos lados socialistas, le damos el mismo significado al dilema existencial expresado en la obra referida.

En el idioma anglosajón el verbo «To be» se traduce como «Ser y Estar». Para los nacidos en esa cultura no existe ninguna dificultad al momento de entender la oración construida con ese verbo. Entienden perfectamente cuando se quiere decir «es» y cuando se quiere decir «está». 

El rollo lo tenemos nosotros, los de lengua castellana, para la traducción correcta y pertinente. Si leemos «She is a woman» entendemos que lo que nos quieren decir es «Ella es una mujer», pero si leemos «She is in the house», y lo hacemos literalmente, tendríamos que decir, «Ella es en la casa», cuando el significado verdadero es «Ella está en la casa».

Bien, pero no vine a dar clases de inglés, ni mucho menos. A duras penas hablo el español para andar echándomelas de «English language teacher». Más bien a lo que vengo, es a dejar constancia de cómo, en el idioma revolucionario, la confusión entre «ser» y «estar» ha adquirido niveles casi esotéricos, en tanto que lo que «es» no necesariamente «existe» y a la visconversa (como diría mi amigo, el profesor Abilio Carrillo, uno de los hombres más ilustrados de su querida Boconó), lo que «existe» no necesariamente «es». 

A diferencia de lo que el lector pueda pensar, no se trata de un profundo problema filosófico alrededor de «el ser» y «el no ser». Tampoco se trata de un lenguaje cargado de retruécanos o uso de dos oraciones contradictorias usando las mismas palabras, pero de manera invertida. No es lo mismo decir que «el alcohol en la sangre tiene cura», que decir «el cura tiene alcohol en la sangre». Lo que comentaré va más allá de un habilidoso retruécano. 

No soy experto en nada, mucho menos en reglas sintácticas, pero mantener como una expresión lógica que «algo está, porque se aplica, pero a la vez no existe, ergo si no existe, no puede estar aplicándose, porque no está», va más allá de mi humilde y limitado entendimiento.

Estos soliloquios gubernamentales sobre lo que «es», lo que «no es», lo que «existe» y lo que «no existe», se presenta a todos los niveles. Así, tenemos una bolsas CLAP que están, pero no existen, unos CDI que existen, pero no funcionan, unos presos que son políticos pero que oficialmente no existen, unos ministros que existen, pero no están, unos servicios que están, pero no existen y una moneda que existe pero que «medio está». 

En ese ir y venir de lo que «está, pero no existe» y lo que «existe, pero no está», nos conseguimos con una Instructivo Onapre que se aplica, pero no existe, una Constitución que existe, pero no se aplica y una justicia social que ni existe ni se aplica.