lunes, 26 de noviembre de 2018




La realidad paralela, por Tulio Ramírez


Durante mis años de estudiante de sociología, recuerdo haber sido un asiduo lector de las publicaciones ñangaras que se adquirían con los libreros de los pasillos de la Universidad Central de Venezuela. En mi bolso, terciado de medio lado (usual en los ucevistas de los tempranos 70), no faltaba alguna revista editada por los países comunistas para consumo de los lectores de de esta parte del mundo. Por supuesto, completaba el equipaje el Manual de Martha Harnecker, algunas guías multigrafiadas, además de las manoseadas Tesis sobre Feuerbach.
Eran revistas de acabados de lujo. Tenían portadas de fuerte y parafinada cartulina, hojas de papel perlado y fotografías a todo color. Su lectura nos trasladaba a zonas del mundo imposibles de conocer por nosotros, insignes pelabolas que sobrevivíamos en Caracas con una bequita de 600 Bolívares Democráticos, que si bien nos servía para pagar la residencia, las guías, el comedor universitario y un par de cervecitas el viernes por la noche, no nos permitía disfrutar en vivo alguno de los “paraísos socialistas” que se nos dibujaba en esas publicaciones.
La imaginación volaba. Con la lectura de las soviéticas Misha y Sputnik uno se contagiaba de la alegría mostrada por bellas mujeres de overol y casco de obrero que, en plena faena en las enormes acerías de Magnitogorsk y Nikopol, apuntaban con su dedo índice a la enorme litografía de Lenin. Igual sucedía cuando leíamos China Hoy. Los rostros sonrientes de los camaradas asiáticos trabajando en las granjas colectivas con el azadón o la hoz al ristre, nos hablaban de una sociedad perfecta, donde el trabajo parecía ser verdadera  fuente de liberación, tal como el periodista lo reseñaba.
No menos sucedía con Cuba Internacional. Leer sobre el exitoso experimento de las escuelas del campo, la distribución equitativa de alimentos a través de las Libretas de Racionamiento, ver fotos de Fidel montado en un Jeep sin escoltas o a los barbudos con fusiles al aire, presumía uno que gritando a todo pulmón “Patria o Muerte, Venceremos”,  nos generaba una suerte de envidia sociológica por no haber sido capaz Venezuela de lograr la dicha de ser un país socialista.
Estábamos tan convencidos de que esa era la realidad real, que tachábamos a las noticias o testimonios que pretendían desmentir tales bellezuras, como “propaganda ideológica para desvirtuar los logros de la revolución comunista”. Por supuesto, versiones que asumíamos fabricadas por las agencias internacionales al servicio del imperialismo yanky. Qué ilusos fuimos.
Hoy, después de haber visitado algunos de esos “paraísos” y de haber sufrido 20 años del doméstico, no me queda más que reconocer la enorme eficiencia de los aparatos propagandísticos gobbelianos diseñados para hacer “reingeniería de almas” tal como en alguna oportunidad lo manifestó el Camarada Stalin para referirse a la misión de la educación comunista. 
En estos momentos me vienen a la mente los jóvenes colombianos que posiblemente atiendan el llamado de Maduro para  estudiar una carrera universitaria en Venezuela.  Muchos vendrán atraídos por conocer y disfrutar la realidad paradisíaca construida por el Ministerio de Propaganda de la revolución bonita. Pero a la vez pienso que después de 3 meses, cuando tengan que utilizar los últimos huecos del cinturón para evitar que por la delgadez se les caiga el pantalón, se darán cuenta de cuál es la realidad real y cuál, la paralela.

lunes, 12 de noviembre de 2018



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Larry, Curly y Moe, por Tulio Ramírez
Tulio RamírezPublicado noviembre 12, 2018
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@tulioramirezc

Estos 3 curiosos personajes hicieron reír a varias generaciones desde la década de los 20. Es posible que los menores de 30 años no tengan ni remota idea de la existencia de este singular trío. Sus peculiares figuras y desatinos recurrentes hicieron que se desternillaran de la risa millones de televidentes en el mundo entero.

Se trata de los Tres Chiflados, que en realidad eran 4 porque al grupo habría que agregar a Shemp quien sustituyó al gordito y gracioso Curly en varias oportunidades. En mi memoria siempre estará el recuerdo de regresar de la escuela y sintonizar en nuestra vieja TV a esta serie norteamericana que se transmitía en blanco y negro para deleite de toda Latinoamérica.

El guion era siempre muy parecido. Los tres personajes se veían envueltos en problemas debido a sus miopías e ingenuidades. A pesar de las buenas intenciones y las iniciativas cargadas de nobleza y solidaridad para con el otro, se metían en cada barullo gracias a que siempre hacían el diagnóstico equivocado y, por supuesto, las acciones equivocadas.

Estas apreciaciones erróneas los metían en enredos que se complicaban más, por sus torpezas y peleas internas. Allí estaba la gracia del programa. Ver como salían de los atajaperros a pesar de ellos mismos.

Si bien andaban juntos y perseguían la misma causa, chocaban entre sí y se saboteaban unos a otros sin tener conciencia que tales discrepancias los alejaban de la solución anhelada. Sin embargo, luego de situaciones hilarantes y francamente en extremos graciosas, salían con bien gracias a un imprevisto golpe de suerte.

Por supuesto, esos finales eran predecibles. El ingenio de los guionistas creaba las más inverosímiles situaciones para buscar salida a la trama. Esa es la magia de la televisión.

Por más de 60 años los Tres Chiflados, a pesar de las altisonantes cachetadas, patadas a traseros, jaladas de nariz utilizando las falanges proximales como alicates, golpes a la cabeza, ahorcamientos con la corbata, incrustación en los ojos de los dedos índice y medio en forma de tijeras, tirones de pelo y empujones varios, siempre sorteaban con éxito las más descabelladas situaciones.

Un dato importante es que nunca esperaban quedarse con la bella en apuros, ni con el oro perdido o el botín rescatado. Su objetivo era más noble: hacer el bien sin mirar a quien.

En Venezuela tenemos nuestros Larrys, Curlys y Moes. Pero a diferencia de los de la serie en cuestión, nuestros chiflados no han podido resolver el embrollo en el que están metidos. Eso evidencia que en política no hay golpes de suerte que valgan.

Al igual que los chiflados de la serie, los nuestros tienen un objetivo común, por lo menos así lo han declarado. Siguiendo el mismo guion de la serie, hierran en sus diagnósticos, se tiran zancadillas, se descalifican entre sí, se enseñan los dientes y, al igual que los originales, cuando se les abre una puerta tratan de pasar todos al mismo tiempo en el vano intento de sacar ventaja y llegar primero.

Al final terminan derribándola y obstruyendo esa opción de salida. Pero hay una diferencia importante con los chiflados de los Estudios Fox. Los nuestros no provocan ni una sola sonrisa, salvo a los que están en el poder, quienes gozan un puyero cada vez que saltan a escena con sus incoherencias, acciones erráticas y justificaciones por los actos fallidos.

El último episodio de esa versión vernácula de Los Tres Chiflados, fue el de la votación dividida en la Asamblea Nacional para declarar persona no grata al inefable señor Zapatero. Así estamos.