lunes, 24 de mayo de 2021

 

El orden de los factores…, por Tulio Ramírez

El orden de los factores..
FacebookTwitterWhatsAppTelegramEmail

Twitter: @tulioramirezc


Después de más de 40 años que obtuve el título de Bachiller de la República, recuerdo aún cosas con meridiana claridad. Debo agradecer a los recursos y mañas que desarrolló esa generación de estudiantes de los años 60 y 70. La gran mayoría pudo superar las exigencias académicas y continuar rumbo a la universidad gracias a esas estrategias.

Por ejemplo, para poder aprobar las temibles tres Marías, vale decir: Matemática, Química y Física de tercer año, no solo tuvimos que dedicar muchas horas al estudio —y menos a la chapita o al béisbol—, también a desarrollar habilidades personales para entrarle a esas horcas caudinas.

En esa época no había aprobación automática —como ahora— ni se hacían tantos exámenes de reparación como fuesen necesarios hasta que el muchacho apruebe, «no vaya a ser que sufra un daño psicológico que repercuta en su futuro desarrollo», ¡qué riñones!

Las reparaciones eran en septiembre y diciembre. Si salías raspado, no había otra: o ibas diferido o directo a inscribirte en un liceo privado, lo cual, por cierto, era una raya. Te quedaba el estigma de que te habían coleteado o expulsado de un liceo público.

Volviendo a las tres Marías. En el caso de la Química, nunca olvidaré la fórmula de la ley especial de los gases. No porque tenía habilidades en esa área del conocimiento ni mucho menos. Solo usaba trucos nemotécnicos que me sacaban la pata del barro en los exámenes.

Recuerdo que tenía que aprender la fórmula para poder despejar la incógnita que me preguntarían en uno de los exámenes. La bendita fórmula era volumen inicial (V1) por presión inicial (P1) por temperatura final (T2) igual a volumen final (V2) por presión final (P2) por temperatura inicial (T1.). ¿Qué cómo me lo aprendí?, memorizando como una avemaría que la fórmula era ViPiTo igual a VoPoTi. Santo remedio, más nunca se me olvidó.

En el caso de Matemática, nunca olvidaré las operaciones básicas; pero confieso que la multiplicación me la aprendí primero de memoria (como todos). Dospordoscuatrodosportresseisdosporcuatroocho…. Esa era mi letanía cuando iba camino a la escuelita del barrio. 

En el liceo no me fue tan mal, pero pasé mucho trabajo. Creo que fui pionero en eso de la Misión Robinson porque, para pasar matemática de tercer año, mis padres tuvieron que contratar a un estudiante de Ingeniería de la Simón, para que me enseñara eso de la radicación, la racionalización y demás yerbas matemáticas. 

Uno de esos mantras matemáticos que quedó grabado en mi mente fue la expresión «el orden de los factores no altera el producto», enunciado conocido como la ley de la propiedad conmutativa.

Memoricé esa ley usando la estrategia que sugirió mi compañero de clases, Hans Manfred, un alemán recién llegado a Venezuela que vivía en el barrio Baloa en Petare. Me dijo algo así como «Herr Tulio, eso ser muy fácil, debes recitarr, el orden de tractores no alterar camino«. Listo, bastó y sobró hasta para comprender su significado.

Esa ley opera para la suma y la multiplicación. Sin embargo, cuando me dicen que la historia es una suma de sucesos, utilizo la ley de conmutatividad como retruécano o como recurso para probar lo impertinente que es matematizar la historia.

Por ejemplo, cuando en una emisora chavista escucho: «El país se vino a menos gracias a las sanciones aplicadas a solicitud del corrupto Guaidó», pienso que el locutor lo que está haciendo es alterando intencionalmente la secuencia del orden de los factores para alterar el producto. El orden correcto es: «El país se vino a menos gracias a los corruptos y por ello fueron sancionados a solicitud de Guaidó».

lunes, 10 de mayo de 2021

 

Por qué dejé de creer en mantras, por Tulio Ramírez

Por qué dejé de creer en mantras
FacebookTwitterWhatsAppTelegramEmail

Twitter: @tulioramirezc


Siempre fui un maleta como pronosticador. Mis panas me preguntaban a quién le iba, para apostar por el contrario. De adolescente me gustaba ir al hipódromo y casi siempre me tocaba regresarme a pie hasta mi casa por haber perdido todo. Por eso tuve que trabajar toda mi vida.

En los carnavales me las ingeniaba para convertirme en el jefe de campaña de alguna de las candidatas a reina del liceo. Debo confesar que eso perjudicó mi vida sentimental. No porque las demás compañeras se pusieran celosas sino porque mis asesoradas —que eran las que más me gustaban—, al llegar detrás de la ambulancia, me quitaban el habla hasta el día de la graduación 

En política me sucedió lo mismo. Desde que cumplí la edad para votar nunca di pie con bola. Tan es así, que mientras la gente bebía y celebraba esperando los resultados, yo me acostaba temprano con la seguridad de que no me tocaría celebrar absolutamente nada.

No es que haya sido «pavoso». No fue un asunto de mabita o de haber nacido a rin pelado y no enmantillado. Esa mala racha tenía que ver con mi pésimo olfato y creer en mantras que en nada me ayudaban a ganar. Por ejemplo, eso de «apostar siempre por el más débil» me fregó la vida. Lo del bendito «hay que obedecer al pálpito» también me llevó por la senda de la derrota. 

Después de tanto palo, aprendí que hay que ser más racional. Eso que los marxistas llaman «el análisis de las condiciones objetivas» y que mi compadre Chuíto, sin haber leído a Lenin ni a Zun Tzu, tradujo como «mano segura no se tranca» o «si te da papaya, no lo peles». A la larga se convirtió en la brújula de mis futuras decisiones y mira cómo han cambiado las cosas.

Si bien no se debe subestimar al contrario, tampoco hay que sobrestimarlo en exceso porque te inhabilitas y te paralizas. Siempre encontrarás alguna fortaleza en el contrincante, nadie es mocho, pero evalúa tus propias fortalezas, a lo mejor con maña puedes vencerlo.

Recuerda que, de acuerdo a la situación, la estrategia cambia. Por ello hay que apartarse de los mantras que te entuban a repetir, en todos los casos, la misma manera de actuar.

Hemos tenido ejemplos de mantras que fueron inspiradores en un momento dado, pero también se convirtieron en obstáculos por asumirlos sin ver para los lados. No quiero causar urticaria, pero me atreveré a hablar de dos de ellos.

Uno es el conocido como el de los tres pasos. Según esta fórmula, aun teniendo la mayoría para ir a votar, teníamos que cumplir los dos pasos previos. El resultado fue que llegaron las elecciones parlamentarias y, fieles al mantra, no votamos y perdimos la AN.

Hay otro mantra que igual nos está inmovilizando. Ese mantra dice: «Nuevas elecciones-Somos mayoría-Votaremos solo si hay condiciones-No hay condiciones-No votaremos-Ellos ganan todo- Nuevas elecciones-Somos mayoría- Votaremos solo si hay condiciones-No hay condiciones-No votaremos-Ellos ganan todo-Nuevas elecciones…», y así, hasta el infinito y más allá.

Las condiciones no se construyen solas, ni tampoco se lograrán estando fuera de la contienda. Repetir el mantra de la abstención porque «esas elecciones están arregladas y por tanto perdidas», es subestimar nuestras fortalezas e inteligencia.