lunes, 26 de abril de 2021

 

¿7×7, 7×14 o seis x derecho?, por Tulio Ramírez

seis x derecho radical
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Twitter: @tulioramirezc


Confieso que me han explicado de todas las formas posibles las medidas del 7×7 y 7×14. Entiendo que son estrategias gubernamentales para administrar la cuarentena frente al covid-19. Sin embargo, todavía, a estas alturas de la pandemia, no las entiendo. Bueno, corrijo, entiendo lo elemental.

Vamos a ver. Lo del 7×7, supone siete días de «flexibilización» o traducido al castellano es algo así como «puedes ir a donde te dé la gana», seguidos de siete días de «cuarentena radical» o, lo que es lo mismo, «no te vistas que no vas a salir». No es tan difícil. 

De igual manera entiendo la medida del 7×14. Es la misma del 7 x7, pero extendida. Supone los mismos siete días de «flexibilización», seguidos de 14 días de «cuarentena radical»; o también, como dicen mis amigos andinos, «a la visconversa», es decir, al revés. De acuerdo a como sienta el viento el dedo real, esos 14 días pueden ser de «flexibilización» y los siete restantes, de «cuarentena radical».

Hasta allí no he tenido problemas. El asunto se complica cuando trato de encajar esas combinaciones numéricas con el día a día. Me parece que el comportamiento del virus tiene muy poco que ver con el huso horario decretado desde las alturas del joder…perdón, poder. Lo que he visto es que las cifras permanecen o van en aumento con independencia de si hay cuarentena o no.

Vamos a estar claros. Es lógico que los números tiendan a disminuir si la gente no sale de sus casas. Para saber esto no hay que ser un científico galardonado. Basta con leer los comentarios y consejos de todos los expertos del mundo y entenderemos que no fue por capricho que la medida aplicada en casi todo el planeta fue la cuarentena.

Lo que enreda es lo de la «flexibilización». ¿Será que hay algunos días en los que el virus no atacará? ¿Será que ya conocemos su ciclo de descanso?, ¿cómo saber cuáles son esos siete o 14 días del año en el que estaremos a salvo?, ¿por qué esos siete o 14 días de flexibilidad son corridos y no intercalados?, ¿será que el virus se inhibe de contagiar durante los días decretados como flexibles, por temor a la justicia revolucionaria?, ¿si se atraviesa un día feriado durante la «cuarentena radical», no se debe contabilizar convirtiéndose realmente en 15 días de aislamiento?.

No tengo idea si en otros países se ha aplicado lo del 7×7 o lo del 7×14 en todas sus variantes, Tampoco tengo conocimiento si se han promovido «gotitas milagrosas» por sobre las vacunas certificadas por la OMS o la OPS. No me extrañaría que estas medidas fuesen inéditas.

Esto es propio de una revolución que parte del principio acuñado por Simón Rodríguez, «inventamos o erramos», con miras a buscar nuestras propias soluciones. Aunque de seguro, ese jodedor impenitente que es mi compadre Chuíto, diría sin que se le agüe el ojo, que en revolución ese lema lleva una pequeña variante, se coloca una «y» donde va la «o».

Pero, otorgando el beneficio de la duda, es posible que el experimento no haya resultado eficaz porque sea decretada la semana «radical» o «flexible», la gente sale igual a la calle, bien para buscarse el pan —ya que este no llegará solo a la puerta de la casa— o bien para continuar la joda como si nada estuviera pasando. Bajo ese ambiente de «necesidad de trabajar» o de «vivalapepismo», algunos salen para ganarse la arepa, mientras otros organizan fiestas, salidas a la playa, juegos de dominó y hasta balaceras, sin las medidas de bioseguridad necesarias.

Estas necesidades diferenciadas, quizás, sean las que no han permitido evaluar bien si las medidas del 7×7 o del 7×14 son realmente eficaces o si es otro intento fallido de hacer que la naturaleza nos obedezca por decreto. Por lo pronto, creo que la expresión que mejor explica nuestra situación es la del «seis x derecho», vale decir, con este ambiente de flexibilidad, inclusive en tiempos de cuarentena radical, debemos ponernos las alpargatas, porque este joropo, sin las vacunas, seguirá por un buen rato.

miércoles, 14 de abril de 2021

 

Hola, Hugo; por Tulio Ramírez

Hola, Hugo
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Recuerdo ese encabezado como si hubiese sido publicado ayer. Era un Hola Hugo retador, irreverente, lleno de un fino sarcasmo digno de su remitente y muy adecuado para su destinatario. Cuando medio país gozaba de la luna de miel con el presidente Chávez, Teodoro Petkoff le advertía, con ese titularque la piedra no se le había salido del zapato y que continuaría allí, obstaculizando su caminata hacia el autoritarismo mandón.

Fue un 3 de abril del 2000 cuando ese Hola, Hugo irrumpe desafiante en la primera página de un diario que nacía como respuesta a las intimidaciones del poder. TalCual surge de la mano de Teodoro con la firme misión de servir de ventana para dejar ver al país los tempranos desafueros y abusos de poder que dibujaban lo que al final terminaría siendo el nefasto régimen chavista.

Cada editorial de Teodoro era un dardo al corazón del régimen. Eran tan atinados que, sin subestimar la indudable calidad y combatividad de sus articulistas fijos y colaboradores, me atrevería a asegurar que de cada diez ejemplares vendidos, un tercio era comprado solo para leer el editorial. El resto se leía, si daba tiempo.

Nunca olvidaré a un  profesor universitario amigo y vecino, que llegaba todos los días al quiosco del gocho Roberto, allá en Los Chaguaramos, saludando y hablando pajita mientras leía rápidamente el editorial de Teodoro y la entrega de Simón Boccanegra. Luego de leído, colocaba el periódico nuevamente en el estante con cuidado de no arrugarlo, despidiéndose de todos como si nada hubiera pasado.

Por lectores como mi apreciado profesor, el impacto de TalCual era imposible calcularlo a través del número de periódicos vendidos. Hubo miles que, como el colega, gorroneaban a los quiosqueros, leyendo gratiñan un periódico que, en los momentos de reflujo de la oposición, llegó a ser la expresión más activa y contundentemente crítica al presidente Chávez.

En este mes de abril se cumple otro aniversario de ese emprendimiento de Teodoro. Han sido 21 años de un periódico que se niega a morir, a pesar de la persecución, acosos, demandas, amenazas, chantajes, boicot y de innumerables intentos frustrados de borrarlo del mapa de los ya escasos medios de comunicación en el país.

Después de 21 años esa piedrita en el zapato sigue allí, cumpliendo la misión y la visión que tuvo su fundador. TalCual es como un corcho en el agua. Por más que el poder intente hundirlo, saldrá a flote, gracias al material con el que está hecho.

Finalmente, debo expresar que me honra pertenecer a esa gran familia. Integrar su staff de colaboradores desde octubre de 2010; me ha hecho sentir como parte de ese ejército de 300 guerreros que resistieron en el paso de las Termópilas, al invasor Jerjes I y sus miles de colectivos persas. ¡Feliz cumpleaños TalCual!


lunes, 12 de abril de 2021

 

La coba como recurso, por Tulio Ramírez

La coba como recurso
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No sería absurdo pensar que el Gabo se haya inspirado en Venezuela al momento de escribir Cien años de soledad. Pero no porque en nuestro país sucedieran las cosas más extrañas, insólitas y extraordinarias —que sí suceden— sino por la manera como las explican y recrean nuestros compatriotas.

Tenemos explicaciones y justificaciones para todo. Por ejemplo, imaginemos una película donde un tierno unicornio azul lame afectuosamente el agreste caparazón de un caimán del Orinoco mientras devora a un pequeño cachorro frente a su madre impotente y desconsolada. Esto, de seguro, causaría el rechazo mayoritario de cualquier público. Pero, en Venezuela, podría ser motivo de creativas interpretaciones. Unas más alocadas que otras, como es de esperarse.

Habrá a quien le disguste tan sórdida escena, pero nunca faltará quien, con pose de crítico de arte formado autodidácticamente, señale que se trata de una «genialidad de los Estudios Disney», como consecuencia de alguna «nueva etapa onírica de sus creativos». Por supuesto, lo más seguro es que quien así opina no tenga la más peregrina idea sobre el séptimo arte. Para lo que importa eso.

Somos expertos en dictar cátedra sobre cualquier situación, por más extraña o desconocida que sea, pero también somos unos primeros actores para escuchar todas las mentiras, exageraciones y discursos de esos «expertos», sin darnos por cobeados.

Somos unos fenómenos para convencer. Si no encontramos argumentos con bases lógicas o evidencias empíricas, las inventamos. Siempre tendremos auditorios dóciles para ello. Y si algún curioso pide que ampliemos o expliquemos en detalle, recurrimos a la estrategia usada por los jurisconsultos poco cultos y temerarios: «Si no puedes aclarar, entonces confunde».

Pero la vaina no se restringe a los habladores de pistoladas que usan pipa sin picadura y lentes sin fórmula para parecer intelectuales, tampoco a oyentes muy respetuosos, o temerosos, que no se animan a desenmascarar a estos habladores de tonterías. La cosa es más común de lo que aquí cuento.

Basta pararse un sábado a media mañana en una esquina de un barrio caraqueño, o del interior del país, y escuchar a los cerveceros intercambiar historias y opiniones sobre variados temas. Ni los catedráticos de Harvard hablan con tanta autoridad.

Se habla sobre todo, «con los pelos en la mano». Uno se entera de lo que «en privado le dijo Trump a Biden sobre Venezuela», el día de la toma de posesión; también que la CIA creó artificialmente al papa Francisco en un laboratorio del área 54, como parte de un plan para controlar a los comunistas católicos; o sobre la «carta bajo la manga y que nadie conoce», que tiene Messi para negociar con el Barcelona; y qué decir de «los acuerdos secretos de no invasión» entre los alienígenas sobrevivientes de Roswell y el presidente Truman; o de los «verdaderos asesinos» de Kennedy, Corín Tellado y Consuelo.

Hay cuatro hipótesis para tratar de entender esas conversaciones: 1) el que habla sabe que cobea y asume que el resto se lo cree; 2) el que habla sabe que cobea y el resto también lo sabe, pero se hacen los paisas; 3) el que habla se cree lo que dice y el resto también; 4) cualquier otra combinación. Me inclino por la opción 2, o sea, intención activa y pasiva de engaño.

A conveniencia nos ubicamos en los extremos. Cuenteros, sabelotodo y conocedores de lo humano y lo divino o actuando como «pendejos» cuando nos interesa.

Quizás ese rasgo explique el porqué tratamos siempre de imponernos al otro como el chivo que más micciona del patio o, en el extremo opuesto, hacerle creer al otro que nos está convenciendo para luego descalificarlo ante terceros.  A lo mejor así es la política, pero lo cierto es que con estos comportamientos es muy difícil lograr algún tipo de unidad sincera.