lunes, 4 de septiembre de 2017

En mi país, mear no es un delito

Mear en la calle

La analogía es pertinente. En Venezuela la revolución bolivariana no solamente ha roto las ventanas de la convivencia y la solidaridad que siempre nos caracterizó como pueblo, sino que no ha hecho nada por repararlas
Hace unos días apareció en las redes sociales una información que pasó desapercibida para la mayoría de los usuarios de esos medios de comunicación. Se trataba de un venezolano que fue capturado por las autoridades en el aeropuerto de Tucumán, en Buenos Aires, orinando en plena vía pública. Al parecer el paisano de marras no aguantó las ganas y procedió a dar media vuelta y con la destreza propia de quien lo hace con frecuencia, hizo la forma del túnel con su mano derecha, apuntó el meñique hacia el lado izquierdo y dio rienda suelta a un presuroso y potente chorro. Y así de lo más natural, no estaba ni siquiera pendiente si alguien lo estaba viendo.

La verdad nunca me enteré si estaba llegando a Argentina o regresando a su tierra natal. Lo cierto es que fue avistado por la guardia civil de ese transitado terminal aéreo, e inmediatamente detenido sin miramiento alguno. Especulando un poco, imagino que, en caso de estar llegando al país austral, nuestro pasajero incontinente fue el primer sorprendido ante tal aprehensión. “Usted no sabe con quién está hablando señor agente, ¿cómo es posible que en este país se violenten de tal manera los derechos humanos y no se permita que un cristiano desaloje la vejiga para evitar males mayores?”, supongo fue el alegato altanero de alguien acostumbrado a chapear en su país natal. Pero no me detendré sobre lo anecdótico de la noticia, más bien mi reflexión es sobre cómo ha cambiado nuestra manera de ser en tiempos de revolución “socialista”.

En los aciagos años de la tan vilipendiada IV República, orinar en la calle era una acción de borrachitos o de adolescentes amanecidos que, como diría el poeta Armando Manzanero, procuraban el momento más oscuro para desahogarse y poder continuar el camino a casa o al Bar más cercano. Pero eran otros tiempos. La revolución “Bonita” ha alterado la conducta del venezolano. Se podría explicar tal trastoque conductual a través de la Teoría de las Ventanas Rotas, es decir aquella Teoría que partiendo de un experimento diseñado por James Wilson y George Kelling: asume que, si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas por los vándalos.

La analogía es pertinente. En Venezuela la revolución bolivariana no solamente ha roto las ventanas de la convivencia y la solidaridad que siempre nos caracterizó como pueblo, sino que no ha hecho nada por repararlas. Por el contrario, ha estimulado las conductas vandálicas gracias a una política de impunidad que protege los desafueros de sectores sociales que considera sus aliados, porque ayudan a amedrentar a la mayoría que no comulga con sus extraños ideales de “redención social”. Como plantea esta Teoría, las conductas inmorales e incívicas se contagian hasta llegar a ser el modelaje de conducta dominante.

Afortunadamente todavía la mayoría de nuestros compatriotas se resisten a contagiarse de este tipo de conductas, pero cada vez son más los que terminan destrozando las pocas ventanas que quedan incólumes. Basta observar en nuestras calles ciertos procederes para percatarnos de ello. Ahora es totalmente natural ver a taxistas y motorizados parados en plena autopista orinando al aire libre. Inclusive lo hacen a pocos metros de las Alcabalas de policías sin que pase absolutamente nada. Pero esta conducta no es exclusiva de gente humilde o trabajadores del volante, también se observa con frecuencia a personas con costosos automóviles y atuendos de marca, hacer exactamente lo mismo a pleno día en vías públicas, sin el menor pudor o cuidado para no ser vistos. Esto indica que se está convirtiendo en una conducta “normal”, lo que en otros tiempos menos revolucionarios, era una conducta anómica y socialmente reprochable.

Así entonces, nuestro anónimo paisano, debe estar sufriendo un shock de adaptación en el país del tango. Tendrá que reaprender a usar los baños públicos, las papeleras, los ceniceros y todos aquellos instrumentos que facilitan mantener un ambiento físico limpio y un ambiente social de respeto y convivencia. Por lo pronto, muy poco le servirá el socorrido argumento que, en casos similares, algunos de nuestros paisanos esgrimen ante las autoridades en países extranjeros, a saber, “Señor Agente discúlpeme, pero en mi país mear no es un delito”.