En mi país, mear no es un delito
La analogía es pertinente. En Venezuela la
revolución bolivariana no solamente ha roto las ventanas de la
convivencia y la solidaridad que siempre nos caracterizó como pueblo,
sino que no ha hecho nada por repararlas
Hace
unos días apareció en las redes sociales una información que pasó
desapercibida para la mayoría de los usuarios de esos medios de
comunicación. Se trataba de un venezolano que fue capturado por las
autoridades en el aeropuerto de Tucumán, en Buenos Aires, orinando en
plena vía pública. Al parecer el paisano de marras no aguantó las ganas y
procedió a dar media vuelta y con la destreza propia de quien lo hace
con frecuencia, hizo la forma del túnel con su mano derecha, apuntó el
meñique hacia el lado izquierdo y dio rienda suelta a un presuroso y
potente chorro. Y así de lo más natural, no estaba ni siquiera pendiente
si alguien lo estaba viendo.
La verdad nunca me enteré si estaba
llegando a Argentina o regresando a su tierra natal. Lo cierto es que
fue avistado por la guardia civil de ese transitado terminal aéreo, e
inmediatamente detenido sin miramiento alguno. Especulando un poco,
imagino que, en caso de estar llegando al país austral, nuestro pasajero
incontinente fue el primer sorprendido ante tal aprehensión. “Usted no
sabe con quién está hablando señor agente, ¿cómo es posible que en este
país se violenten de tal manera los derechos humanos y no se permita que
un cristiano desaloje la vejiga para evitar males mayores?”, supongo
fue el alegato altanero de alguien acostumbrado a chapear en su país
natal. Pero no me detendré sobre lo anecdótico de la noticia, más bien
mi reflexión es sobre cómo ha cambiado nuestra manera de ser en tiempos
de revolución “socialista”.
En los aciagos años de la tan
vilipendiada IV República, orinar en la calle era una acción de
borrachitos o de adolescentes amanecidos que, como diría el poeta
Armando Manzanero, procuraban el momento más oscuro para desahogarse y
poder continuar el camino a casa o al Bar más cercano. Pero eran otros
tiempos. La revolución “Bonita” ha alterado la conducta del venezolano.
Se podría explicar tal trastoque conductual a través de la Teoría de las
Ventanas Rotas, es decir aquella Teoría que partiendo de un experimento
diseñado por James Wilson y George Kelling: asume que, si en un
edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto,
inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas por los
vándalos.
La analogía es pertinente. En Venezuela
la revolución bolivariana no solamente ha roto las ventanas de la
convivencia y la solidaridad que siempre nos caracterizó como pueblo,
sino que no ha hecho nada por repararlas. Por el contrario, ha
estimulado las conductas vandálicas gracias a una política de impunidad
que protege los desafueros de sectores sociales que considera sus
aliados, porque ayudan a amedrentar a la mayoría que no comulga con sus
extraños ideales de “redención social”. Como plantea esta Teoría, las
conductas inmorales e incívicas se contagian hasta llegar a ser el
modelaje de conducta dominante.
Afortunadamente todavía la mayoría de
nuestros compatriotas se resisten a contagiarse de este tipo de
conductas, pero cada vez son más los que terminan destrozando las pocas
ventanas que quedan incólumes. Basta observar en nuestras calles ciertos
procederes para percatarnos de ello. Ahora es totalmente natural ver a
taxistas y motorizados parados en plena autopista orinando al aire
libre. Inclusive lo hacen a pocos metros de las Alcabalas de policías
sin que pase absolutamente nada. Pero esta conducta no es exclusiva de
gente humilde o trabajadores del volante, también se observa con
frecuencia a personas con costosos automóviles y atuendos de marca,
hacer exactamente lo mismo a pleno día en vías públicas, sin el menor
pudor o cuidado para no ser vistos. Esto indica que se está convirtiendo
en una conducta “normal”, lo que en otros tiempos menos
revolucionarios, era una conducta anómica y socialmente reprochable.
Así entonces, nuestro anónimo paisano,
debe estar sufriendo un shock de adaptación en el país del tango. Tendrá
que reaprender a usar los baños públicos, las papeleras, los ceniceros y
todos aquellos instrumentos que facilitan mantener un ambiento físico
limpio y un ambiente social de respeto y convivencia. Por lo pronto, muy
poco le servirá el socorrido argumento que, en casos similares, algunos
de nuestros paisanos esgrimen ante las autoridades en países
extranjeros, a saber, “Señor Agente discúlpeme, pero en mi país mear no
es un delito”.
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