Triste, pero orgulloso
Los jóvenes no deberíamos sentir día a día como
la muerte nos respira en la nuca. Bueno, de todas formas, esto ya no es
vida, ya da igual morirse, aunque quisiera morirme después de que
Venezuela mejore, quiero saber cómo es un país normal
Estoy
consciente de que mi deber como escribidor de crónicas, es llevar a mis
pocos, pero estimados lectores, una interpretación (confieso que muy
sesgada), de los aconteceres de esta Venezuela marcada por la impronta
del socialismo chavista del siglo XXI. Por ejemplo, hoy me tocaría
hablar de los intestinos flojos en Miraflores y el CNE, por culpa de la
declaración del director de Smartmatic. Otro buen tema es el de las
sanciones sobre Maduro y casi todo el tren ejecutivo, y su reacción a lo
Noriega, blandiendo, como machete liniero, la réplica de la espada de
Bolívar. Dicen algunos jodedores que hicieron un pedido de 3000 réplicas
de plástico a China, por si hay más sancionados. Pero hoy no escribiré
sobre ninguna de estas suculentas bombitas que el gobierno
revolucionario siempre me pone para hacerle swing. Hoy le cederé el
espacio a mi hija Mariana. Me explico.
Mariana tiene 14 años y acaba de
culminar el 2do. Año de bachillerato en el Colegio para los hijos de los
profesores de la UCV. Desde hace un tiempo, cada vez que culmina un año
escolar, Mariana asiste a las consabidas fiestas de fin de curso.
Bueno, eso creía yo, pues resulta que la última, hace un par de días, no
fue para celebrar haber pasado de curso, sino para despedir a uno de
sus compañeros. Otro más que se iba a vivir al exterior. Ahora le tocó
el turno a Sebastián, antes fue Débora, antes de Débora a Gloria, antes
de Gloria a Luis y así sucesivamente. Como buen padre descuidado,
pendiente solo en ubicar temas para los artículos quincenales que debo
enviar a TalCual, no me había percatado del motivo de “las fiestas”.
Pues bien, ayer hurgando por las redes
sociales me conseguí accidentalmente el escrito que hoy comparto con
ustedes. Es una reflexión de Mariana que me conmovió mucho, ya que
dibuja con precisión el sentir de muchos de los adolescentes que se
quedan viviendo la terrible experiencia que representa esta revolución.
Tal reflexión la escribió a unos amigos de Facebook que nacieron y viven
en otros países. Ese es el milagro de las redes sociales. Mariana les
comentaba sobre la tristeza que sentía ante tanta anormalidad en su
entorno social. Sus interlocutores, todos adolescentes como ella, no
tenían mucho conocimiento de nuestras vicisitudes como país y quizás no
comprendían mucho las palabras de una jovencita que, en vez de
exteriorizar alegría, reflejaba en sus palabras una profunda tristeza.
Bien, como no es mi estilo esquilmar autorías ajenas, con la debida
autorización de Mariana doy a conocer esta misiva y perdonen el
atrevimiento. Tituló su escrito así: Aquí ya no hay juventud.
“Desde mis 2 años de edad he estudiado
en el mismo colegio, lo que significa que llevo viendo a mis compañeros
desde bebé. Son casi mis hermanos. Cuando era pequeña vivía muy cerca
del colegio y cuando veíamos casas para mudarnos siempre preguntaba si
quedaban lejos del colegio. El solo pensar alejarme de mis compañeros
era lo peor que me pudiesen hacer. Ahora no es por la mudanza, yo no soy
la que se va, ahora se van uno a uno mis compañeros a distintos países.
Esto no es por capricho de los padres, esto es por culpa de la
inmoralidad, de la crueldad, del gobierno, de la dictadura, de las
necesidades básicas no satisfechas".
Mi sufrimiento no es por mí, por ahora
vivo bien, tengo con que alimentarme gracias a mis padres que trabajan
casi todos los días para mantenerme, es por mis amigos, no los que se
van, ellos estarán mejor donde se vayan, cualquier parte es mejor, esto
es por los que se quedan, siento su desesperación, algunos comen una
sola vez al día y algunos pasan días sin bañarse porque no hay agua en
sus casas. Siento su frustración. Somos muy jóvenes e incapaces de hacer
algo para cambiarlo, ver como tus padres se sobre esfuerzan para
cuidarte, para alimentarte, para que sobrevivas, y no poder ayudarlos es
una tortura. Solo nos queda seguir estudiando para luego graduarnos de
lo que sea e intentar encontrar trabajo para que te paguen lo mínimo.
Las posibilidades de trabajo son casi inexistentes. Nacimos condenados a
un pecado que no cometimos.
Aquí los jóvenes ya no estamos para la
gracia. Aquí los adolescentes no pensamos como nuestros iguales en otros
países: "no soy linda, no le gusto, no tengo maquillaje, no hay para
beber, hace tiempo que no hay fiestas...". Aquí en Venezuela, nuestro
pensamiento es: "¿mañana hay para comer?, todo está muy caro, tendré que
dejar de estudiar para trabajar, ¿me podré bañar hoy?, ¿dónde se
conseguirán las medicinas?, ¿a cuántos mataron hoy? ¿Hay tranca?, ¿hay
protesta?, ¿queda alguna esperanza?, ¿mañana seguiré viva?. A veces me
pregunto, ¿fui malvada en mí vida anterior?
Los jóvenes no deberíamos sentir día a
día como la muerte nos respira en la nuca. Bueno, de todas formas, esto
ya no es vida, ya da igual morirse, aunque quisiera morirme después de
que Venezuela mejore, quiero saber cómo es un país normal. Qué lástima
que mi juventud no durará hasta ese momento.
Mis amigos ya no tienen esperanza, ya
están cansados, ya estamos cansados, aunque yo no he hecho nada... no
tengo la posibilidad, mis padres no me dejan protestar por miedo a mi
muerte, ¿ustedes saben cuántos muertos ya hay en protesta?,
aproximadamente 100. ¿Saben cuántos días llevamos con las protestas?,
aproximadamente 100. No quiero quedarme sola, ya se ha ido tanta gente.
Una de mis hermanas se fue hace bastante del país.
Lista de gente que conozco que se ha ido
del país o que se va pronto: 1 familiar; 16 compañeros y amigos del
colegio, 1 vecina. Aún no me acostumbro a que se vayan, no me acostumbro
a las lágrimas, no quiero acostumbrarme, pero ya me he acostumbrado a
esa respiración en mi nuca. Recuerden amigos, aquí no se vive, aquí se
sobrevive”. Mariana, 14 años.
¡Me siento triste, es cierto, pero
también orgulloso! Les prometo que para la quincena que viene publicaré
otro de mis malos artículos.
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