La Delpiniada del socialismo del siglo XXI
Exponer a la burla pública a unos humildes
venezolanos, balbuceando parlamentos disparatados e incoherentes,
prometiendo cosas absurdas como elevar a categoría constitucional el
fiao para adquirir las Bolsas Clap, nos retrotrae a la emboscada que le
hicieron a Don Francisco Delpino y Lamas
Por
allá por el año 1885, en la caraqueñísima esquina de Capuchinos, estaba
una sombrerería regentada por un curioso personaje llamado Don
Francisco Delpino y Lamas. Este hombre de mediana edad y cultor del arte
de la palabra, se asumía como poeta florido, aunque sin mucho garbo ni
atinada rima. Era la Venezuela del Ilustre Americano, General Antonio
Guzmán Blanco, un refinado déspota cuyo control férreo sobre un país
rural y aturdido por la cruenta Guerra Federal, asfixiaba las libertades
que reclamaba la juventud universitaria. Nuestro personaje de marras,
Don Francisco Delpino y Lamas, publicaba sus defectuosos y cochicornetos
versos en La Opinión Nacional, un periódico que le abrió sus páginas,
bajo riesgo de perder lectores por dar espacio a tan impresentables
versos.
Sin embargo, el efecto fue contrario a
toda lógica. Los poemas de Don Francisco Delpino gustaban al escaso
público lector de la Caracas de los techos rojos, pero no precisamente
por su belleza y buena técnica, sino por lo disparatada y alocada
inspiración y escritura. Su lectura generaba risa y burla entre los
pocos caraqueños que sabían leer y escribir. Un experto en comunicación
de los de hoy, pensaría que se trataba de una estrategia publicitaria
para aumentar el tiraje. Si me permiten la extravagante analogía,
imagino que para los usuarios de la época fue algo así como El Gallo
Pelón o el semanario El Camaleón, dos publicaciones de corte
político-humorístico que entretuvieron a los venezolanos durante los
años 60 del siglo XX y los de comienzos del siglo XXI.
Pero como siempre ha sucedido en nuestro
país, el ingenio de los estudiantes universitarios de esa Caracas rural
se activó. En un alarde de retruécano político, vincularon la locura
del poeta sombrerero con las glorias del Ilustre Americano. Así, armaron
lo que en nuestra Historia se conoce como “La Delpiniada”. Organizaron
en el Teatro Caracas la tarde del 9 de marzo de 1885, un homenaje a Don
Francisco Delpino y Lamas a quien presentaron como “el mejor poeta de
todos los tiempos”. Los discursos de los estudiantes sobredimensionaban
las capacidades de su orgulloso homenajeado, haciéndose evidente ante
los asistentes la burla solapada al presidente afrancesado que se vendía
como un intelectual de pensamiento profundo y fina pluma. El objetivo
fue hacer reír a los caraqueños de los delirios Delpinianos del
dictador, haciendo ver que no existía ninguna diferencia entre el
Ilustre Americano y el vendedor de sombreros y fallido poeta de la
esquina de Capuchinos.
¿A razón de qué viene este cuento? Pues
resulta que el gobierno de Maduro está organizando su propia Delpiniada.
Pero esta vez el objeto de burla no es el adversario político sino el
pueblo de Venezuela, ese pueblo llano y noble que ha creído en las
ofertas demagógicas de esta revolución de la miseria. Cuando observamos y
escuchamos las cuñas de los candidatos oficialistas a esa fraudulenta
convocatoria, experimentamos simultáneamente dos tipos de reacción:
lástima y risa.
Exponer a la burla pública a unos
humildes venezolanos, balbuceando parlamentos disparatados e
incoherentes, prometiendo cosas absurdas como elevar a categoría
constitucional el fiao para adquirir las Bolsas Clap, nos retrotrae a la
emboscada que le hicieron a Don Francisco Delpino y Lamas. Si bien es
cierto que los estudiantes antiguzmancistas, valiéndose dolosamente de
la candidez e inocencia del desangelado poeta, lo usaron cruelmente como
espejo burlesco del presidente Guzmán Blanco, hoy la crueldad debe ser
endosada a Maduro y sus publicistas. Nunca en nuestra querida Radio
Rochela, donde tanto se parodiaba con humor el acontecer político
venezolano, se usó a los humildes de manera tan humillante y
desconsiderada, para exponerlos con sus precariedades, limitaciones y
miserias ante el gran público televidente. Pero ni modo, así es el
socialismo del siglo XXI.
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