lunes, 29 de octubre de 2018


Taxonomía del chavismo, por Tulio Ramírez

Tulio Ramírez Publicado octubre 29, 2018





La verdad es que los venezolanos somos una cosa seria. Ahora resulta que tenemos un nuevo entretenimiento. De un tiempo para acá la nueva modalidad es ponerle nombres a facciones, grupos y grupúsculos chavistas que se deslindan del gobierno, por vaya usted a saber por qué. El asunto consiste en identificar a los que se dicen ser pero que ahora no son, o de aquellos que dicen seguir siendo, pero diferentes a los que se dicen que son, pero que no son. ¿No entendió amigo lector?. Pues abróchese el cinturón (de seguro utilizará el último huequito), porque intentaremos explicarle en qué consisten y que describen estas denominaciones.

Los primeros fueron los llamados “chavistas Light”. En un primer momento creí que eran chavistas dietéticos o dedicados al Fitness. Luego me explicaron que se trataba de aquellos que entre palos y tequeños asentían y hasta acompañaban a furibundos opositores en sus críticas al gobierno, mientras que al día siguiente iban a las reuniones del PSUV. Estos Chavistas bajos en calorías, confesaban que si eran, pero no tan así como los “mascaclavos repartidores de trompadas”, que sí lo eran en extremo (¿¿??). Lo cierto es que este tipo de chavista disfrutaba de lo mejor de ambos mundos. Igual asistían a los cocteles organizados por opositores que ingenuamente los invitaban porque había que sumar y ganárselos, como asistían a las parrilladas y whiskysadas del gobierno, donde decidían en medio de la pea revolucionaria a cual opositor había que joder

Años después saltaron a la palestra los llamados “Chavistas críticos”. Advertían que nunca han dejado de serlo y que eso no los invalidaba para criticar a los que son o dicen serlo (¿¿??). Estos chavistas críticos nunca fueron tan vivianes como los “Light”. Asumieron riesgos con sus duras críticas al régimen, es cierto, pero nunca han renunciado a su condición chavista. Eran los “nuevos aliados” a quienes había que tratar con manos de seda porque “hay que sumar”. Se nos advirtió que no se les podía culpar de nada, no vaya a ser que se devuelvan. Se hizo rutina verlos en los actos de la oposición, compartiendo tarima y micrófono con los que días antes criticaban de manera furibunda y rabiosa. Pero así es la política, no la he inventado yo.

Ahora aparecen los “chavistas originales”. Esta tercera categoría es un caso extraño. Dicen que son y siguen siendo, pero no quieren ser como los del gobierno porque dejarían de serlo (¿¿??). O sea, algo así como que son pero no son, porque quieren seguir siendo (¿¿??). Su objetivo declarado es que cambie el gobierno chavista para imponer un gobierno chavista (¿?¿?). En todo caso hay que comenzar por saber si lo de “originales” es para diferenciarse de los “imitadores” o porque fueron los que originalmente contribuyeron al caos que hoy nos azota.

Imagino que luego aparecerán los “chavistas arrepentidos” afirmando que si bien ellos eran, ahora no son y les avergüenza haber sido (¿¿??). Y por supuesto no está descartada la aparición de los “chavistas antichavistas” diciendo que si antes eran, ahora no son, y que no se explican porque fueron, si nunca estuvieron de acuerdo con serlo (¿¿??). Mi abuela Clemencia siempre decía ante estos enredos: “Aprenda mijo, no se engañe, loro no es humano porque hable. Puede hasta cantar, pero seguirá siendo un loro”.



lunes, 15 de octubre de 2018



La verdad se fue de viaje, por Tulio RamírezTulio Álvarez


Salvo algunos beatos, al pueblo norteamericano le importaba muy poco si el galán del Presidente Bill Clinton le había montado cachos a su esposa Hillary con la no menos buenamoza de Mónica Lewisnky. Total, los cachos son universales, no respetan fronteras, rangos, credos, niveles educativos ni posición social. Nadie está exento de ponerlos o sufrirlos, sean presidentes, ministros, religiosos, amas de casa, poetas, Generales y hasta consejeros matrimoniales. Lo que irritó a esa nación fue la mentira presidencial. En ese país, tan contradictorio en sus prioridades, hay algo que se valora más que los símbolos patrios: la verdad.
Mienta en la aduana, mienta al fisco, mienta en un juicio, mienta en su solicitud de tarjeta de crédito, mienta a inmigración o miéntale al pueblo y tenga por seguro que podrá existir la posibilidad de que triunfe en las primeras de cambio, pero eso no quiere decir que lo hará por siempre. Al salirse con la suya y obtener lo deseado mediante la mentira, pensará que los gringos son unos soberanos pendejos. Pues no lo asegure tanto. Cuando sea descubierta su mentira sufrirá las peores consecuencias y se arrepentirá de haber tratado de engañar a quien aseguraba, era bobo e ingenuo. Al Capone puede dar fe de ello.Se preguntarán por qué inicio este artículo con esa soberana jalada al culto gringo por la verdad. La respuesta está en que pienso que ese culto ha sido uno de los pilares que ha logrado que esa nación haya llegado hasta donde está.
Para un buen Tío Conejo venezolano, de esos que se las echan de vivos, usar la mentira es un recurso legítimo para conseguir lo que se quiere. No ha sido diferente desde el ejercicio del poder. Alguien con razón dirá, “pero todos los gobiernos han mentido”. No pretendo meter la mano en fuego por los gobiernos que ocuparon Miraflores desde la caída de Pérez Jiménez. Más de una mentira fue descubierta a lo largo de esos años, quizás muchas otras siguen posesionadas como verdades. Lo que sí es cierto es que nunca antes en la historia de Venezuela, un gobierno había hecho tanto esfuerzo por institucionalizar la mentira como el gobierno chavista.
Han mentido sobre la producción petrolera, sobre las fallas de los servicios, sobre el ingreso real por renta petrolera, sobre supuestos magnicidios, sobre las causas de la escases de alimentos y de medicinas, sobre las enfermedades que han resurgido, sobre la fulana Guerra Económica, sobre la matricula estudiantil, sobre la diáspora, sobre la calidad de los médicos integrales comunitarios, sobre las circunstancias de la muerte de Hugo Chávez, sobre la nacionalidad de Maduro, sobre los votos obtenidos por el PSUV en cualquier elección, sobre los delitos imputados a los políticos de oposición y pare usted de contar. No hay aspecto en materia cultural, económica, política, laboral, salud, nutrición, deportiva y hasta conyugal, sobre el cual no hayan mentido a la nación, por lo menos una vez.
Por si fuera poco mentir, hacen lo imposible por evitar que la verdad se conozca. Así, no hay boletines epidemiológicos, ni memorias y cuentas, ni cifras oficiales de homicidios, no hay información sobre número de empleados en PDVSA, sobre número de presos sin haber recibido audiencia preliminar después de años detenidos, sobre delitos impunes, sobre número de desempleados y sobre cualquier cosa que pueda suponer dejar al gobierno mal parado.
No solo mienten y ocultan información, también impiden que otros digan la verdad. Cierran canales de televisión, sacan del aire programas de opinión, censuran contenidos que molestan al gobierno, vetan a periodistas, encarcelan y persiguen a reporteros que se atreven a informar verdades, compran emisoras de radio y periódicos para homogenizar las mentiras, estrangulan diarios no proveyendo papel y quitan de la grilla a canales extranjeros acostumbrados a investigar para informar con la verdad.
De tanto mentir, ocultar o tergiversar la verdad, ya solo algunos pocos seguidores incondicionales le creen al gobierno. El triste capítulo de las declaraciones del Fiscal sobre la muerte del Concejal Fernando Albán, es prueba de ello. La primera versión nadie se la creyó, y la segunda, menos. El sentido común y la lógica privan. La tesis del “suicidio” no cuadra por ninguna parte. Horas antes CONATEL ordena la salida del aíre el programa Gente de Palabra de Alonso Moleiro y Esteninf Olivarez por sus pociones críticas. En Venezuela, la verdad se fue de viaje, pero no de paseo, la exiliaron.

lunes, 1 de octubre de 2018



¡No más revolución, por favor!, 

por Tulio Ramírez



No voy a comenzar destilando odio contra los que nos tienen comiéndonos un cable desde hace
un buen rato. El temor a que aparezca de la nada un tribunal a aplicarme la Ley del Odio, me obliga
tener la prudencia de un chino budista, no comunista.

Comenzaré con un lugar común; “todas las revoluciones nacen preñadas de buenas intenciones”.
Este principio es aplicable hasta al movimiento de “Doñas Unidas por una Buena Administración del
Inmueble (Dubai)” que destituyó “por las buenas” a la sempiterna Junta de Condominio del edificio
donde sobrevivo.

Cómo ellas, todos los grupos insurgentes justifican su revuelta con base a la “imperiosa necesidad de
conquistar para todos, mejores condiciones de vida”. Con esas frases nada originales estos
 movimientos, en las primeras de cambio, son apoyados con entusiasmo y esperanza por aquéllos que
se han sentido desplazados u olvidados por el régimen anterior, así sean vecinos de un condominio.
Lo bueno, viene después.

Estos movimientos que llegan al poder para quedárselos, ya en el gobierno, se empeñan en ocultar o
tergiversar los desafueros, errores y políticas erróneas. Sin embargo, en algún momento, estos
problemas salen a flote y desenmascaran a aquéllos que intentaron imponer la versión oficial
edulcorada. Así pasó con el comunismo soviético. Los Gulag (acrónimo de Glávnoie upravlenie
ispravítelno-trudovyj lagueréi i koloni, o Dirección General de Campos de Trabajo), se vendieron
como centros para el “Trabajo Creativo y Liberador”, ocultando su verdadera misión. La historia
reveló que fueron campos de concentración y de trabajo forzado para los “enemigos de la Patria”,
como les gustaba calificar a la disidencia. También causó indignación mundial lo descubierto luego
 de la desintegración de la URSS.

Durante los años 1932 y 1933, murieron por hambre 1,5 a 4 millones de personas en Ucrania. Fue el
periodo de imposición por la fuerza de “la colectivización de la tierra” para obtener más granos para
vender al capitalismo y así financiar a la URSS a costa del hambre de los ucranianos. Fue el llamado
Holodomor, el cual selló para la historia, el carácter inhumano y cruel del comunismo soviético.

Otro tanto sucedió en la China de Mao. Durante los años 1960 y 1961 murieron más de 10 millones de
personas por la hambruna que se generó por el fracaso de la colectivización de la tierra para hacer
lograr “la soberanía alimentaria”. El gobierno chino llamó a este fracaso descomunal “Tres años de
Desastres Naturales”, tratando de atribuirle a la naturaleza, sus errores y disparates en materia
económica. Como se podrá observar, la manía de culpar a otro de los males ocasionados por el
gobierno,  no es exclusiva de esta ribera del Arauca Vibrador.

Esos intentos de tergiversar la historia para eludir responsabilidades también se consigue en Cuba.
Todavía a estas alturas siguen culpando al “bloqueo” del imperialismo yanky, de su hambruna y
desabastecimiento. Ya el mundo sabe que tal bloqueo es más cuento que verdad. Para nadie es un
secreto que los gobernantes tienen acceso al whisky Jack Daniels, el cual es más gringo que John
Wayne, a automóviles Ford último modelo, a cigarrillos Marlboro, a Directv, así como es público y
notorio que los hijos de la nomenklatura acceden, sin problemas, al Korn Flakes de Kellog’s, a los
chocolates M y M, a los jeans Levi Strauss y a la Coca Cola en todas sus presentaciones.

En el caso venezolano la situación no es diferente. El gobierno elude su responsabilidad y atribuye a
terceros la situación insostenible de los venezolanos. Pinta un país de ensueño y de prosperidad,
ocultando que más del 83% esta hastiado del socialismo del siglo XXI. Pero eso no es todo, por la
pasividad del gobierno se está incubando una tormenta perfecta en nuestro sufrido país. Una suerte de
coctel que incluye dosis del Holodomor ucraniano, del “Desastre de la Naturaleza” chino y del
“Bloqueo Imperialista” cubano, se cierne como un tsunami anunciado sobre nuestra población.

Ya no se puede ocultar el aumento de los niveles de pobreza, las muertes por falta de medicamentos,
la criminalidad desbordada, la migración masiva, la basura como fuente de alimentos y la
anarquización de la sociedad. ¡No más revolución, por favor!, es el grito ahogado de quienes están
muriendo de pobreza en los humildes hogares venezolanos.