lunes, 24 de julio de 2023

 

Medidas que solo verás en socialismo, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Revisando una caja llena de viejos y amarillentos recortes de periódicos desordenadamente ordenados en mi biblioteca, encuentro una nota de prensa un tanto insólita. La misma fue publicada en el diario El Nacional del 14 de febrero de 2011. Efectivamente, aunque usted lo haya olvidado, en 2011, hace apenas 12 años, teníamos diarios de circulación nacional que se vendían en los quioscos. No hablo de escenas en blanco y negro, y a 78 revoluciones por minuto.

“Prohíben reencarnación del Dalai Lama”, decía la nota. El Dalai Lama, cuando cumplió 75 años hizo públicamente votos porque su sucesor guiara espiritualmente a su pueblo en un país libre y democrático. Como respuesta, el gobierno comunista chino decidió a través de un acto administrativo, prohibir cualquier reencarnación, léase bien, “sin su permiso”.

Al leer el titular, me pareció una mamadera de gallo del periódico. Volví a revisar la fecha por si me había equivocado y se trataba de esas notas que acostumbran publicar el Día de los Santos Inocentes. Pero que va, era el Día de los Enamorados, así que la cosa parecía que era en serio. 

Releyendo detenidamente el artículo más que risa, me generó indignación. Pretender reglamentar y condicionar los rituales de una religión con millones de seguidores en el mundo, es pretender suplantar la voluntad individual y colectiva por la voluntad del Estado. Tal barbaridad ha sido práctica común en los países autoritarios sean comunistas o de cualquier otra factura ideológica antidemocrática.

Recientemente, otra insólita noticia del mismo tenor fue publicada en una de las páginas informativas que abundan en internet. El gordito Kim Jong Un, monarca hereditario del reino comunista de Corea del Norte, acaba de prohibir el suicidio en ese país. No mi querido lector, no es una joda. No se trata de un chiste macabro, de esos que acostumbran contar en los velorios allá en Carúpano, tipo “se castigará con condena perpetua al que se suicide”.

La nota de prensa señala que es voluntad del todopoderoso gordito, devenido en primer mandatario por la gracia de su padre, que, si el suicida queda vivo, tanto él como su familia sufrirán penas por haber cometido el delito de “traición a al socialismo”.

Por este lado del mundo nuestros socialismos bananeros no se han quedado atrás en eso de imponer medidas insólitas “porque a mí me da la gana”. Por ejemplo, el “aquí no se habla mal de Chávez” transformado en afiche y colocado de manera visible en todas las oficinas públicas, no fue más que un rechazo explícito a la expresión libre del pensamiento disidente. Al principio se asumió como una travesura de algún funcionario superjaleti, pero realmente era una amenaza.

Otro ejemplo es el del comandante-presidente devenido en Dueño de su Hacienda-país, Nicaragua. En plena pandemia y después de permanecer 60 días encerrado en su casa, Daniel Ortega apareció en un programa de TV anunciando que no acataría ninguna sugerencia sobre aislamiento social y los nicaragüenses debían incorporarse a sus trabajos, a las clases y a los actos masivos en defensa de la revolución. Manifestó que la campaña «Quédate en casa» se trataba de medidas «radicales» y «extremas», promovidas «por los que quieren que se destruya el país”. 

Fidel, por su parte, no escapó a la tentación de hacer el ridículo. Amenazó con prisión a todo cubano que acudiera a tomar un baño en las Playas del Este, ya que este era un sitio exclusivo para los turistas. Terminó su discurso disuasivo exclamando que esa medida era “para garantizar la soberanía del país”. Seguro se había fumado algo.

Por otra parte, la creación del, afortunadamente ya olvidado, “Viceministerio de la Suprema Felicidad Social del Pueblo” fue otra de esas ocurrencias solo posible en regímenes mesiánicos y populistas. Nada más y nada menos que la suprema felicidad de todo un pueblo la garantizaría el gobierno a través de un organismo sin rango ministerial ni presupuesto. Ni Orwell tuvo tanta imaginación. Cosas como estas, solo las veremos en socialismo.

lunes, 10 de julio de 2023

 

Poemas por limosnas, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Pareciera que hablar de la jornada electoral de la UCV es clavo pasado. A estas alturas, después de 10 días de la 2da vuelta, comentar los intríngulis de esas elecciones es hasta ocioso, toda vez que los analistas, versados o de graderías, han debido haber atosigado a los lectores con enjundiosos y profundos análisis de lo que ha sido una de las poquísimas elecciones limpias que en este país se han hecho a lo largo de estos pesados 23 años.
No me referiré entonces a los resultados. Por supuesto, no se debe dejar de destacar la participación de los candidatos en esa 2da vuelta. Todos tenían méritos suficientes para ganar. Esto lo demuestra el estrecho margen entre quienes finalmente ganaron y los que no alcanzaron los votos suficientes. Afortunadamente, los ucevistas sabían que la universidad iba a quedar en buenas manos, ganaran unos o los otros, o cualquier de las combinaciones posibles.

Mi interés en el artículo de hoy no se centrará en la patada de ahogado peseuveca, representada por la inhabilitación de María Corina Machado o a la decisión de Er Conde de hacerse el Hara Kiri, pero no al estilo japonés sino al del criollo chacumbele, cuando manifestó, desdiciendo lo expresado días antes, que se lanzaría a las presidenciales fuera de las Primarias.

Tampoco haré referencia a la tragedia ocurrida en las cercanías de Paracotos por la caída de una chatarra con alas, comprada a Rusia con el consabido «¿cómo quedo yo ahí?», suerte de clausula no escrita que forma parte de toda negociación profundamente chavista. Mucho menos haré alusión a la cara de ponchado, como diría mi amigo Abilio Carrillo, que puso el General aquél en Amazonas, cuando la hija del capitán indígena le dijo que las bombas extractoras de oro ilegales que iba a quemar, eran propiedad de un General revolucionario cuyo nombre no me quiero acordar, no vaya a ser.

Hoy utilizaré el espacio para algo más refrescante. Caminando por los pasillos de la UCV en medio del ajetreo de las votaciones rectorales, divisé a lo lejos un grupo de jóvenes rodeando a un muchacho que, sentado sobre un pequeño taburete, tenía sobre sus piernas una vieja máquina de escribir portátil de esas que usábamos en los años 70 para tipear los trabajos que nos mandaba Rigoberto Lanz o el inefable Miguel Ron Pedrique sobre la controversia del concepto de ideología en Historia y Conciencia de Clases de Georg Lukács.

La verdad, no me fijé si era una Olympia o una Remington. El tac tac tac, no paraba. A su izquierda había un cartelito desplegado sobre una cesta que contenía algunos billetes arrugados, todos de baja denominación y en bolívares. Se leía «Poemas por Limosna». 

La imagen era mágica. Solo en la UCV es posible ver escenas como esa. Me retrotraje a aquellos años cuando estudiantes voluntarios se vestían de payasitos para ir a llevarle alguna alegría a los niños hospitalizados en el Clínico, o el Teatro de Calle organizado por estudiantes de Ingeniería para entretener a los habitantes del Barrio Marín, o el Cine-Club de Sociología, que no pelaba un jueves para exhibir una película a quienes no podían pagar la entrada de un cine.

Me acerque para tomarle una fotografía con mi pequeño celular y, aunque le interrumpía su inspiración, muy amablemente me permitió hacerlo. Estaba escribiendo un poema encargado por una de las jóvenes presentes. Luego de un par de fotos, coloqué unos pocos bolívares en la cesta. Ya me despedía agradeciéndole el gesto, cuando me pregunta si quería un poema. Al principio me negué amablemente, pero después de caminar unos pasos, volví y asentí. Tecleó rápidamente y esto fue lo que me entregó en un pedazo de hoja blanca:

Voy hasta ti,

hasta dónde susurran las piedras

un camino de río.

Hasta dónde se teje el viento

y es una promesa la pausa.

Hasta un palafito de cristal,

hasta tus ojos.

Voy hasta ti, abismo y viento,

para volar.

Gracias Jesús García, por personas como tú la UCV es un espacio donde siempre crecerán mil flores.