lunes, 18 de septiembre de 2023

 

Un superhéroe de a pie, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Los de mi generación, y seguramente los de la suya también, crecimos en un mundo imaginario lleno de superhéroes con poderes y dones adquiridos por su condición de dioses, semidioses, alienígenas o por accidentes de laboratorio.
Estos fantásticos personajes se dedicaban a salvar el mundo del empeño de villanos, tan poderosos como ellos, por adueñarse del mundo, en el mejor de los casos, o destruirlo definitivamente. Era la manera de sacarse el clavo por alguna humillación padecida.

Por supuesto, no todo el tiempo andaban vestidos con una lycra ceñida al cuerpo, interiores de colores por fuera y capa almidonada. Cuando no estaban salvando al planeta, hacían vida civil como periodistas, extravagantes millonarios, estudiantes universitarios o científicos con sueldo ONAPRE. Curiosamente, ninguno de ellos, para pasar desapercibido, ha hecho el papel de político como camuflaje. Quizás nunca quisieron que los confundieran con los camaradas y su oferta engañosa de salvar a la humanidad “sin pedir nada a cambio”.

Recuerdo que el primer contacto que tuve con estos personajes fue a través de los llamados “suplementos”, hoy conocidos como “comics”. Recuerdo que renovaba mi colección, intercambiando con otros chamos en la entrada de los cines Encanto y Miranda, en el Casco Histórico de Petare. Los domingos a las 11:00 am, se aglomeraban los muchachos con una treintena de suplementos bajo el brazo, cambiando “Batman contra el Guasón” por “Capitán América vuelve a atacar”.

Unos años después, la programación de los escasos canales de TV en blanco y negro incluían series protagonizadas por estos superhéroes. La primera vez que vi a Superman quedé maravillado. Su habilidad para volar sin despeinarse me hizo pensar que se colocaba la misma brillantina que usaba mi papá cada vez que iba a una fiesta.

Posteriormente llegó la serie de Batman con Adam West como el magnate y filántropo Bruno Díaz y su fiel protegido Ricardo Tapia, interpretado por Dick Grayson. Ambos como Batman y Robin lucharon contra villanos nada tenebrosos y hasta simpáticos. Con los años descubrí que la escena donde escalan un edificio no era más que un efecto especial de la época. Caminaban en una plataforma horizontal de una manera tan graciosa solo superable por el vecino que se asomaba por una ventana para preguntarles la hora.

En el siglo XXI, aparece The Avengers. Una superproducción de Hollywood que reunió una enorme variedad de superhéroes para combatir a Loki, el hermano de Thor, quien, para variar, también quiere destruir la Tierra. Debo señalar que en ese comando súperpoderoso no estaban el Dúo Dinámico, ni Supermán. Es posible que hayan pedido mucha plata, alegando mayor antigüedad y trayectoria.

Lo cierto es que desde la Grecia antigua, el hombre (y mujer, aclaro para evitar demandas), ha creado personajes mitológicos en los cuales han cifrado la esperanza de mejorar al mundo de sus defectos de fábrica. Se les delega la tarea de combatir aquello que se le torna difícil de componer al ser humano común y corriente, por ser parte del problema que quiere combatir.

No me explayaré filosofando en torno al superyó y el inconsciente. Solo quería resaltar que en Venezuela he identificado a un Superhéroe. Aunque no posee los mismos poderes de los descritos, pero se les acerca.

Este superhéroe criollo, no vuela, pero siempre aparece donde hay que denunciar un atropello; no es tan rápido como Flash pero siempre es oportuno; no tiene la tecnología de Iron Man, pero sus manos son hábiles; no tiene el escudo de acero del Capitán América, pero si uno de papel que irradia verdades; no tiene flechas como El Halcón, pero sus palabras siempre dan en el blanco; no tiene la fuerza de Hulk, pero si la sabiduría de su alterego, el Dr. Bruce Banner.

Se trata del señor Rafael Araujo, conocido en la Liga de la Justicia vernácula como el “Señor del Papagayo”. La diferencia con The Avengers, consiste en que su lucha no es estruendosa ni filmada por la industria del cine. Su transitar es más bien callado y discreto. Su gran súperpoder es la persistencia, y contra eso no hay enemigo que valga. Decía el gran Babe Ruth “no puedes vencer a alguien que nunca se rinde”. Gracias, señor Rafael.

lunes, 4 de septiembre de 2023

 

Caracas también es Cosmopolita, por Tulio Ramírez

Caracas también es Cosmopolita
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New York, Londres, París, Madrid y Dubai, son calificadas como ciudades Cosmopolitas. Son metrópolis donde la diversidad de nacionalidades se asemeja a un arco iris interminable de culturas. En todas ellas es posible conseguir un Barrio Chino, un Barrio Latino, un Barrio Musulmán, un Barrio Judío, entre otros tantos, donde se desarrollan costumbres e idiosincrasias diferentes que han enriquecido la cultura anfitriona, incorporándose a ella a partir de las segundas generaciones.

Tal convivencia, no exenta de dificultades y tensiones, les ha dado un atractivo especial. No resulta extraño que un taxista del Bronx use turbante, o que un grupo de damas asiáticas se pasee en kimono por las calles de Manhattan, o que en Lavapiés, en Madrid, un grupo de gitanos húngaros establezcan su centro de reuniones familiares; o que en Liverpool digan que la comida típica de Inglaterra sea la comida India, o que en Saint Michelle, en Paris, la música de salsa sea la más escuchada.

Además de sus bellezas naturales, su historia, lo espléndido de sus construcciones, lo moderno de sus tendencias culturales, las pautas que dan al mundo en materia de moda y espectáculos, son ciudades abiertas al cambio, no chauvinistas, tolerantes, y vanguardistas. Son ciudades cuya característica multicultural, constituye un atractivo turístico en sí mismo.

En ese mismo rubro debo incluir a Caracas, la capital del cielo. Ok, ok, entiendo que muchos lectores ya están pensando «este comenzó con la joda, que broma que no quiso terminar el artículo en serio». Pero no, queridos amigos, no es una chanza. Caracas al igual que las metrópolis mencionadas, la han convertido en una ciudad cosmopolita, pero eso sí, a su manera.

Si bien es cierto que ya no tenemos Barrios donde se iza la bandera de Ecuador o Colombia, ni una colonia de peluqueras dominicanas alegrando con merengues las pensiones donde vivían, ni españoles e italianos jugando dominó en los cafés de la avenida Victoria o en La Candelaria, tampoco musius caminando por la plaza Bolívar comprando oro barato, lo cierto es que si hemos asumido los peor de muchas ciudades del mundo.

Por ejemplo, basta ir al centro de Caracas y sentirse como en Bangkok. Los conductores no respetan los semáforos ni el cruce de peatones. Los motorizados zigzaguean entre los carros con una sorpresiva habilidad acrobática. Van y vienen en sentido contrario al flechado, hablando por el celular y con el casco en el codo, como si ese fuera la parte más preciada del cuerpo.

Si tomamos el Metro nos sentimos como en Calcuta o Bombay. Repletos, sin aire acondicionado y un hilo musical de cánticos religiosos, pero evangélicos, no hinduistas. Observas a la mayoría de los pasajeros con evidente signos de desnutrición y mirada perdida. También debes sortear a la cantidad de vendedores con pinta de ascetas en permanente ayuno, ofreciendo chucherías, pregonando algo así como «pueblo de Venezuela, yo pudiera estar robando pero aquí estoy construyendo patria, cómprame los caramelos a dos por 5 bolívares». Otros venden medias panty, pañales al detal, mentol chino y «cremitas de chigüire albino para combatir el sabañón» a 10 Bs, «y si compras uno el otro te sale gratis». La pobreza anda en tren, sería el nombre adecuado para ese documental.

Al caminar por los alrededores de la Plaza Caracas, te sientes como en La Habana. Muchos comercios otrora emblemáticos en la zona, hoy están cerrados. Los pocos abiertos y que venden ropa, son grises y sin preocupación por la estética para atraer al cliente. La vidriera expone un vestidito amarillo-casi blanco, desteñido por el sol; 2 metros más allá se muestra un suéter pasado de moda y mucho más allá unos anaqueles con harina de maíz y aceite vegetal. Son una suerte de tiendas Wal-Mart pero a lo Berlín, o sea antes de la caída salvadora del Muro.

Si curioseas por los locales que venden chucherías, te encuentras como si vivieras en el medio oriente, pero no entre Puerto La Cruz y Güiria, sino en los países de las dunas y los camellos. Son muy malas imitaciones de las chucherías que hace un tiempo eran de manufactura venezolana. Deduje que esas eran las que vendían en el Metro «a dos por cinco bolívares», porque en honor a la verdad, compradas al por mayor salen extremadamente económicas. 

Si nos aventuramos a caminar por las tiendas ubicadas en la avenida Universidad, cerca del Metro de La Hoyada y hacia La Candelaria, nos sentiríamos como en Shangai o Beijing. Hasta las figuritas de yeso de José Gregorio Hernández son Made in China y ni hablar de los Jean de «marca americana» a 10 dólares por unidad y a 8 dólares si compras la docena.

En fin, no tendremos a los extranjeros deambulando por las calles tomando fotos y comprando «figuras del Salto Ángel» para pegar en la nevera, pero sí muchos ambientes que nos evocan paisajes y situaciones de países extranjeros. Por eso sostengo que Caracas también es una ciudad cosmopolita, pero a su manera.

 

A propósito del asesinato de Silvino, por Tulio Ramírez

Barrio Adentro
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Varias han sido las versiones sobre las causas del horrible homicidio de Silvino Antonio Valladares Muñoz, un joven médico de 28 años que laboraba en un establecimiento de Barrio Adentro ubicado en las Lomas de Urdaneta de la populosa parroquia de Catia. 
Una de estas versiones atribuye el asesinato a unos indigentes que deambulan por el sector, otra indica que murió a manos de delincuentes por robarle un celular, la más impactante señala que fueron unos familiares de un paciente en venganza por no haberle salvado la vida. 
Cualquiera de estas versiones no aminora la rabia, la indignación y la tristeza de sus familiares. Ver como a un joven de origen humilde, que estudió con grandes sacrificios, que apostó por el país para desarrollar su vocación en favor de los más necesitados, se le haya truncado la vida de esa manera, nos obliga a reflexionar sobre cómo se está malviviendo en Venezuela.

De acuerdo a la imaginería popular «los crímenes se han reducido porque los malandros se fueron por El Darién». Esta falsa percepción de seguridad lo que indica es una suerte de autoengaño y adaptación resiliente que aminora la angustia y el desasosiego. Repetir constantemente que «estamos mal, pero antes estábamos peor», pareciera suavizar nuestros temores.

El homicidio de Silvino no se debe analizar como un hecho aislado o fortuito «que puede pasar en cualquier parte del planeta, inclusive en las ciudades más seguras del mundo». Los relativistas y los resignados convertirán este asesinato en un número más y en tres días ya no se hablará del asunto. 

Me niego a que sea así. Y no es porque se trate de un joven profesional que tenía un futuro promisorio, lo cual sería suficiente razón para destacar la noticia y generar un debate sobre lo echado a la suerte que están nuestros ciudadanos con respecto al ataque de la delincuencia. Lo significativo del final trágico de Silvino es que simboliza el estado de imperio del delito en el que está sumido el país. 

El experimento social al que hemos estado sometidos, el cual ha sido un fracaso rotundo en los lugares en los que se ha implantado, ha convertido a la conducta delictuosa una forma de vida. Accedieron al poder con la promesa de redención social, justicia igualitaria, redistribución equitativa de riquezas y protección social, sin embargo, han devenido en multiplicadores de la pobreza, del resentimiento social y del ilícito como recurso cotidiano.

El paso del crimen famélico al crimen como fórmula para acceder a la riqueza en forma rápida y sin esfuerzo, tiende a ser cada vez más corto. Al persistir y generalizarse las condiciones que inducen a los delitos por hambre, la secuela natural siempre será la ampliación de la conducta criminal en todos los órdenes de la vida. Es lo que nos ha sucedido.

Esa onda expansiva de pobreza e inseguridad social que nos ha llevado a «buscarnos la vida como sea», explica desde la corrupción de funcionarios de menor rango que comienzan pidiendo una pequeña coima para acelerar un procedimiento, hasta la existencia de verdaderas mafias organizadas, de las cuales no puede escapar el usuario si quiere culminar exitosamente su trámite. Ni en la calle ni en las oficinas públicas escapamos del ilícito.

Ejemplos de lo anterior hay muchos, por ejemplo, el pago a cuidadores de carros que se apropian de las aceras; el pago de vacuna en las alcabalas para poder transportar los productos; el «tributo» del buhonero al «dueño de la calle» para poder trabajar; el pago «por debajo de cuerda» en los registros para que «se acelere la firma del documento»; «la colaboración» para que se otorgue el permiso y se pueda abrir el local comercial; el «toma pal refresco» para que te saquen el pasaporte rápido; el «¿cómo quedo yo ahí?» del funcionario que firmara el permiso de construcción; son, entre otras formas ilegales, lo que garantiza que «las cosas salgan sin problema».

Estas actuaciones cotidianas están convirtiendo a nuestra sociedad en un gran conglomerado de cómplices necesarios en actividades delictuosas.

Así, entre ilegalidad e ilegalidad, el crimen violento asoma como una variante extrema de esta cultura de sobrevivencia. La normalización de la trampa, el tráfico de influencias, el soborno, la coima, la colusión y otros mecanismos utilizados para la ventaja, hace que los ilícitos sean percibidos como recursos naturales para el logro de las cosas.

Estamos recorriendo peligrosamente una ruta que va a ser difícil de revertir usando solo exhortos moralizantes o penalizaciones ejemplarizantes, «pero solo para los pendejos». Nuestros niños están creciendo bajo un modelo de comportamiento social que asume la transgresión de la norma como señal de éxito e inteligencia.

La muerte violenta de Silvino, más allá de las causas que la motivaron, nos debe hacer reflexionar sobre el estado anómico al cual han llevado a nuestra sociedad por la persistencia en el tiempo de un modelo que estimula al ciudadano a quebrantar la ley constantemente para poder sobrevivir.

 

Las vacaciones de un profesor universitario, por Tulio Ramírez

Vacaciones en cuarentena
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«Llegaron las vacaciones, ahora a planificar lo que haremos para disfrutarlas con la familia». No se rían, esto no es una chanza. Entiendo que pueda parecer una de las tantas expresiones cargadas de ironía que vociferan los profesores universitarios después de haber recibido el mísero Bono vacacional marca Onapre, pero en este caso no es así.

Cuando escuché esa expresión de boca de un profesor muy serio, ajeno a los dobles sentido y a la ironía como recurso para expresar su descontento, asumí que por fin se había relajado y reconciliado con ese humor que a los venezolanos les hace llevar la vida más llevadera.

Pero no, la cosa era en serio. Me aseguró ese profesor que estas vacaciones de agosto tenía pensado «disfrutarlas como nunca», ya que no iba a permitir que el plan para destruir a la universidad, le destruyera también su vida personal y familiar. «Este se sacó el gordo de la lotería y lo tiene escondido», pensé. Nadie puede hablar así, sin tener «la fuerza suficiente» en el banco para afrontar el desafío.

Me aseguró que no había ganado lotería ni un familiar le había dejado alguna fortuna. Pregunté si había sido contratado como «expertoenloquesea» por un organismo internacional. Me aseveró que no era así, y para evitar más preguntas, se adelantó señalando, «y para que quede claro, tampoco he aceptado la Jefatura de Compras de algún ministerio o ente del Estado». No insistí.

¿Cuál es la fórmula?, ¿con qué posaderas se sienta la cucaracha?, ¿cómo vas a costear esas vacaciones? Respondió, «con pura imaginación». «Debemos reinventarnos», fue lo último que le escuche decir antes de despedirse. 

Me quedé pensando. Un Bono vacacional que solo es el 20% de lo recibido el año pasado, no puede ayudar mucho en la tarea de reinventarnos. Son 45 días de vacaciones en los que hay que comer, pagar servicios y ahorrar un repele para la inscripción de los muchachos.

Hay que tener mucha imaginación para vacacionar con tanta miseria. Si él lo podía hacer, me dije, yo también. La imaginación es gratis y creo tener bastante.

Un par de días después tenía un plan perfecto y muy creativo para disfrutar las vacaciones sin requerir más dinero que la miseria aportada por el gobierno de los pobres. Veamos.

La primera semana será de contenido cultural. Iremos a los museos. Me interesa que sepan dónde están ubicados. No entraremos, así me ahorro unos churupitos. Les describiré con detalle cuáles son las obras que exhiben y luego, al regresar a casa, les haré un pequeño examen para ver si aprendieron algo. El propósito cultural se cumpliría y gratis. 

La segunda semana iremos de campamento. Conocer Venezuela es una prioridad. Instalaré una carpa en el estacionamiento del edificio y allí pernoctaremos. Pasaremos las noches viendo Google Maps por el celular. Visitaremos de manera virtual todos los lugares turísticos. Como en todo campamento, habrá incomodidades como comer solo dos veces al día. Al final ayuda a la economía del hogar y compensará el gasto de los datos.

La tercera semana será de deportes extremos. A diario subiremos al Ávila. La caminata se iniciará desde nuestra casa, así no gastaré en pasajes. Como buenos deportistas extremos, no compraremos barras energéticas, ni los jugos de naranja que venden en la entrada de Sabas Nieves. El que llegue a la casa del guardaparques beberá el agua de manantial que emana del chorro allí ubicado. Todo sin costo alguno.

La cuarta semana será dedicada a desarrollar las habilidades sociales. Los enviaré cada día a visitar a alguno de sus primos. Pasar un día completo con sus tíos, estrechará lazos y creará un sentimiento de familiaridad que se ha venido perdiendo por el distanciamiento físico. Los pasaré recogiendo una vez me asegure que hayan cenado.

La quinta semana la dedicaríamos a disfrutar del Caribe. Iremos a Macuto en buseta y comeremos suculentas y frescas sardinas enlatadas. Sol, playa y arenita como en los viejos tiempos, pero a menor costo. 

La sexta semana iremos de visita a los parques, pero no a los de Disney. Observarán cuales son los tipos de helados más comprados por los niños, y harán un gráfico según el sexo y edad de los consumidores. Si lo hacen bien, les daré mis felicitaciones. Más no puedo porque no hay real.

En septiembre, cuando retorne a la universidad, me enteraré de la manera como mi colega resolvió el tema de las vacaciones. Ah, por cierto, se me olvidaba, ya estoy planificando las de diciembre.