lunes, 19 de julio de 2021

 

A Cuba se le corrió el maquillaje, por Tulio Ramírez

A Cuba se le corrió el maquillaje
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Twitter: @tulioramirezc


La revolución cubana, al igual que todas las revoluciones comunistas, cuida mucho su apariencia ante el mundo. Lo que se ve desde lejos a través de la propaganda dista mucho de lo que sucede en la dura realidad. Envían mensajes muy bien diseñados, vendiendo paraísos idílicos o «Narnias socialistas». El objetivo: buscar estremecer las fibras de jóvenes soñadores e inconformes de todas partes del mundo.

Así pasaba con la Unión Soviética, la China de Mao, Corea del Norte, Albania, Checoslovaquia y en general en todos los países de Europa del Este. Vendían la idea de un espacio Disney que «los capitalistas llamaban con mala intención, la Cortina de Hierro». Eso fue lo que leí en un número de la revista soviética Sputnik, que un querido colega comunista, profesor de la UCV, dejaba una vez al mes en mi cubículo, con disciplina y puntualidad evangélica o marxista. Corrían los tempranos 80 y la URSS se veía sólida y envalentonada.

Aquellos coqueteos con el socialismo real eran como los amores por Internet de hoy en día. Uno se formaba una idea de esos países por la narrativa de los camaradas (que por lo demás, tampoco habían visitado esos países), por las revistas que llegaban editadas en español y por los pocos documentales y películas que se exhibían en los cine-foros de Sociología o en la Casa del Periodista. Por supuesto, los pocos libros soviéticos y cubanos que circulaban por los predios universitarios eran forrados con papel periódico para «despistar al enemigo». Eso era parte del encanto. 

Recuerdo que en una de esas revistas soviéticas que llegaban a Venezuela se mostraba la fotografía de un grupo de jóvenes sonrientes, bien comidos, con cachetes rosados, vestidos a la usanza de los campesinos rusos, pero con ropa recién sacada de la tintorería.

Estos camaradas corrían alegres por una pradera con grama impecablemente cortada, similar a la que vemos en los estadios de fútbol del mundo. La leyenda decía: «Así vivimos los jóvenes soviéticos y así queremos que vivan todos los jóvenes del mundo». ¡Una guará, caballo! ¿Quién no se iba a meter a comunista con tanta pelazón por estos lados?

También recuerdo la revista Cuba Internacional. Llegaba a Venezuela y se vendía en los pasillos de Ingeniería. Sus artículos destacaban la felicidad del pueblo cubano, su espíritu de lucha y su decidida determinación a defender la revolución y a Fidel. Las fotografías hablaban por sí solas. Fidel manejando un Jeep sin escoltas por las calles de La Habana; Fidel abrazado por niños en el patio de una escuela recién inaugurada; Fidel cortando caña al lado de los campesinos; Fidel esto, Fidel lo otro y todos felices como perdices.

Al igual que los amores por Internet, llega el momento de conocer en persona a la que nos ha quitado el sueño. En ese momento es cuando comienza Cristo a padecer. En 1993 fui a un congreso en la isla. Desde que me monte en el avión de Cubana de Aviación en Maiquetía, iba con el entusiasmo y la emoción de un fan enamorado. Como la Penélope de Serrat tenía una imagen en la mente construida con base en la propaganda, así como cuando uno compra por fotografías.

Para hacerles el cuento corto: la decepción fue inmediata. Pobreza extrema, apartheid contra los propios cubanos, racismo evidente, prostitución por hambre, niños desnutridos y pedigüeños, una ciudad arruinada, caras famélicas y resignadas, basura por doquier; un jabón o un desodorante a cambio de lo que sea y sobre todo mucho miedo en la población. 

En ese momento entendí el porqué esos países tienden a aislarse del mundo. Si abrieran fronteras, quedarían solo los dirigentes.

Espero que las manifestaciones que se están realizando en Cuba sirvan para que muchos jóvenes que creen en «el futuro mejor» que garantiza el socialismo, se den cuenta de que ni los propios cubanos lo soportan. A Cuba socialista se le corrió el maquillaje, no es tan bonita como creíamos.

lunes, 5 de julio de 2021

 

El Premio Nacional de Periodismo. Sin sorpresas, por Tulio Ramírez

El Premio Nacional de Periodismo
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Twitter: @tulioramirezc


Estaba haciendo mi rutina diaria de ejercicios y caminata de cuatro kilómetros, cuando sintonice accidentalmente la emisora que estaba transmitiendo la entrega del Premio Nacional de Periodismo. Les juro que la primera intención fue cambiar de emisora. Esta es una reacción casi pavloviana que, de manera inconsciente, realizo cada vez que escucho una voz que exalta de manera hiperbólica al gobierno y la revolución.

Mi psicóloga dice que esa es una conducta totalmente irreflexiva, producto de un trauma sufrido en algún momento de mi vida. Mi hipótesis es que ese trauma fue adquirido después de 1998, ya que no se puede pasar por este mundo, vivir la revolución bolivariana y salir con la psiquis ilesa.

Mi hipótesis finalmente era correcta. En las sesiones de hipnosis, las técnicas de regresión me llevaron directo a algún Aló, Presidente. Ese es el momento en el cual comienzo a sudar frío, con movimientos involuntarios y gritos desgarradores pidiendo auxilio.

Las evidencias indican que, efectivamente, la causa de mi rechazo automático a cualquier transmisión en cadena proviene de una experiencia nefasta que me sucedió escuchando alguno de los programas dominicales que animaba el extinto presidente Chávez.

Hoy estamos en la etapa de identificar cuál de estos dominicales produjo el desequilibrio. Indagamos y fueron 378 transmisiones. Yo no las vi todas, lo juro, pero mi psicóloga insiste en que debo verlas íntegramente para identificar con certeza cuál fue la que causó el daño. 

Esa tortura es la única manera de iniciar un tratamiento adecuado. Lo preocupante del caso es que mi terapeuta debe estar presente. Con la suerte que tengo, de seguro el programa causante de mis fobias es uno de los últimos. Esto supone que mi bella tratante ya tiene aseguradas las hallacas y el whisky de diciembre. A 30 dólares por sesión, saquen cuentas.

No quiero dispersarme. El objeto de este artículo no soy yo y mis traumas. Decía pues, antes de saltar de tema, que por alguna extraña razón, me detuve en el dial que emitía la entrega de los benditos premios. Eso no quiere decir que estoy curado milagrosamente ni mucho menos. Lo que me enganchó fue que el primer premio se lo otorgaron, in memorian, a José Vicente Rangel, quien murió en diciembre de 2020 a los, a los, uhm… mejor paso.

Me pregunté, ¿será que ya no tienen a más periodistas en el PSUV para premiar? Pero no, inmediatamente comenzaron a nombrar a los ganadores en las diferentes menciones. Por supuesto, como era de esperarse, todos eran de los medios controlados por el gobierno, ni siquiera se mencionó alguno de los llamados medios «superveraces y superobjetivos» que se autocensuran por temor a ser cerrados por Conatel.

Los premiados eran periodistas de VTV, Telesur, Vive TV, VEACorreo del OrinocoCiudad CaracasÚltimas NoticiasCorreo del Sur, RNV o funcionarios de dependencias del gobierno dedicadas a la comunicación.

Esto es una constante. Con independencia del premio, al parecer, nunca habrá un opositor con suficientes méritos para merecerlo. Así ha sucedido con los premios nacionales de Historia, de Teatro, Literatura, Música, Arquitectura. Si premiaran a la venezolana más educada, ustedes saben quién se lo ganaría, aunque parezca un chiste.

Quiero aclarar, no pude escuchar toda la transmisión. Mi estómago no es tan fuerte. No me hago la ilusión de estar curado totalmente. Solo estoy haciendo esfuerzos para superar mi problema a través de terapias de shocks autoadministradas y sin supervisión. Debo desarrollar más niveles de tolerancia. Los 30 dólares por consulta me obligan a la autoterapia. Aunque, a decir verdad, a estas alturas no estoy seguro de querer curarme.