lunes, 19 de febrero de 2024

 

El bendito celular, por Tulio Ramírez

El bendito celular
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X: @tulioramirezc

Hace unos cuantos años observé una caricatura que me impresionó. Era la escena de una familia sentada alrededor de una mesa repleta de platillos y manjares, lo cual hacia suponer que estaban haciendo alguna de las comidas diarias. El asunto es que el padre estaba como ausente por estar concentrado en la lectura del periódico. No prestaba la más mínima atención al resto de los comensales quienes conversaban animadamente.

El mensaje era claro. Se alertaba sobre cómo, un espacio de comunicación e integración natural como es el comer en familia, podía desnaturalizarse involuntariamente. La necesidad de uno de sus miembros por estar informado sobre lo que pasaba en el resto del mundo, lo apartaba de la experiencia familiar. En el recuadro siguiente, el padre se levanta de la mesa comentando airado sobre el alza de la Bolsa y la crisis inmobiliaria, sin haberse enterado que su menor hija había confesado en medio de la comida, que se encontraba embarazada. 

Hoy esta caricatura tendría una pequeña alteración. En la misma mesa estarían el padre, la madre y los dos hijos, concentrados todos en el Facebook, Instagram, Tik Tok, X, WhatsApp o Tinder. Cada uno absorto en su red, totalmente ausentes y sin percatarse que la niña vació la salsa de tomate en la falda del liceo, al niño le guindan los espaguetis en la camisa como si fueran una corbata con flecos, mami se sirvió el jugo de naranja en el frasco de sus pastillas para adelgazar y papi corta insistentemente el Power Ranger del hijo, pensando que es el enrollado de carne que con tanto cariño preparó mami para la cena. 

No exagero. Demasiadas personas dedican más tiempo del necesario a la revisión de las redes sociales. Más de uno habrá caído de bruces en algún hueco dejado por Hidrocapital, tras la reparación de alguna tubería o chocado contra la puerta de vidrio de algún edificio, por estar pendiente del último mensaje de despecho que le envío Lila al Puma a través de las redes.

Donde estemos, observamos escenas similares a las comentadas. Solo basta asomarse a las porterías de los edificios, las cajeras de las panaderías, los vigilantes de estacionamientos, oficinas públicas, casetas de policías, terminales de mototaxis, kioskos de periódicos, etc. Conseguiremos personas más atentas al celular que a quien les solicita el servicio

Con motivo de las fiestas de carnaval, decidimos hacer un viaje familiar a Higuerote, para disfrutar del mar y el sol. Por esas fechas el tránsito aumenta debido al asueto. En la carretera había como 30 alcabalas, cosa que me pareció muy bueno. Sin embargo, a diferencia de otras veces, el tráfico estaba bastante fluido pese a esa gran cantidad de puestos de control.

La razón de tal fluidez es algo digno de contarse. Con la habilidad digna de un experto, los funcionarios dirigían el tránsito al mismo tiempo que revisaban sus celulares. Mientras con una mano hacían señales de avance, con la otra no solo sostenían el celular frente a sus ojos, sino que chateaban con el pulgar que les quedaba libre. Era una escena digna del Circo du Soleil. Se necesita un entrenamiento de años para lograr esa perfección.

Definitivamente un fenómeno picosocial recorre el mundo, la nomofobia. El término proviene del inglés «no-mobile-phone-phobia» y se utiliza para describir el miedo irracional a estar sin teléfono móvil. Los síntomas son los siguientes: ansiedad o nerviosismo cuando no se tiene el celular a mano; sensación de estar incompleto o desinformado sin el móvil; comportamientos compulsivos como revisar el móvil constantemente, incluso cuando no hay notificaciones; dificultad para concentrarse en otras tareas cuando se está cerca del teléfono móvil; y, sentirse aislado o desconectado del mundo sin el teléfono móvil.

Por cierto, esta información la obtuve mientras departía con mi familia en la playa. Pasé 4 horas revisando el celular para documentarme bien mientras remojaba mis pies en la orilla. Déjenme decirles que con la información soy muy responsable.

Por cierto, mientras buscaba en el celular, cayó la noche. No pude echarme un chapuzón ni comerme el sancocho. Para rematar, tampoco me percaté del pánico colectivo por la aparición repentina de un enorme, enfurecido y hambriento tiburón blanco que, según los bañistas, emergió justo a centímetros de donde yo estaba sentado. Ni cuenta me di.

lunes, 5 de febrero de 2024

 

«Original-original» o «imitación de calidad», por Tulio Ramírez

"Original-original" o "imitación de calidad"
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X: @tulioramirezc

ACME es una marca ficticia que aparece en los dibujos animados de Warner Bros. Todo aquel que creció en los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, sabe de lo que hablo. Los productos de esta marca eran los comprados por el Coyote para atrapar al Correcaminos. Nunca conocí la empresa de transporte que se los hacia llegar al desierto de Arizona, pero al parecer era más eficiente y oportuna que Amazon.

El nombre proviene de la palabra griega «akme», que significa «el punto más alto» o «el apogeo». Sin embargo, su uso en los dibujos animados es irónico, ya que los productos solían tener el efecto contrario de lo que se suponía debían hacer. Así, un explosivo estallaba en las narices del Coyote cuando revisaba por qué no había funcionado. El Coyote siempre perdía sus reales, no atrapaba al Correcaminos y por si no fuera suficiente, terminaba golpeado y maltrecho. 

Aventuras similares las está viviendo el venezolano en su cotidianidad. Es vox populi que buena parte de los repuestos para carros, zapatos deportivos, jeans, herramientas y electrodomésticos que compramos son fabricados como imitaciones y presentados en el mercado con los nombres de las marcas originales. 

En verdad que los tiempos han cambiado. Cuando yo era muchacho también se vendían imitaciones de productos originales. Fue la época en la que los japoneses imitaban las mercancías de otros países pero sin la misma calidad. Uno paseaba por la Avenida Baralt y se te acercaba un tipo para venderte un reloj SEYKO “original” por 4 fuertes (20 bolívares de los que sí valían), pero no caías en la trampa porque cuando lo detallabas, la marca decía SEIKON. Si al final lo comprabas, no pagabas más de 1 fuerte y el hombre se iba contento.

También ocurría que llegabas a la quincalla de los chinos y comprabas un juego de destornilladores marca Staynless. Evidentemente era una imitación de la prestigiosa y duradera marca norteamericana Stanley, fabricado en Connecticut, Estados Unidos. La versión china que se compraba era tan mala que al usarlos se doblaban como una “u” al primer pelón del tornillo. Indudablemente que sabías en donde te estabas metiendo. Nadie te engañaba. Eran imitaciones avisadas y su mala calidad era previsible. Además el precio ridículamente bajo con respecto al original era un indicio demasiado sonoro.

Hoy la situación es otra. Usted jura que el repuesto que compró para el automóvil o la nevera es el original. Algunas señales te dan confianza. La caja lleva el nombre de la marca del prestigioso fabricante, por otra parte se especifica en un costado del envase que es un producto importado del país donde está la archiconocida fábrica y lo compró en un establecimiento serio. Cuando usted confiado se lo da al mecánico o al técnico, este le dice “patrón, ojalá este repuesto sea original” ¡Queeeeeé!

Resulta que la nevera a los quince días deja de enfriar o se quema la pila de la gasolina del carro. Usted indignado va al establecimiento donde compró el repuesto y le dicen “mire caballo, usted no especificó si quería el original-original o la original-imitación”. Ante nuestra cara de consternación, el vendedor nos remata “recuerde que usted dijo que esperaba que fuese barato porque la cosa está jodida. Por eso le di el que se llevó. Pero esa es una imitación buena. Nunca he tenido quejas. Ese fue el técnico que la colocó mal”. 

A diferencia del Coyote, quien por su larga relación comercial con la empresa ACME ya sabe que lo que vaya a comprar, saldrá defectuoso, en nuestro caso sabremos que es una imitación de mala calidad solo cuando nos estalle en la cara. No hay manera de averiguarlo antes.

Estamos tan acostumbrados que hemos llegado a un nivel de resignación tal, que rezamos para que el artículo que vayamos a comprar, si no es el original, por lo menos sea una “imitación de calidad”. Desde esta lógica nos hemos dejado cantar el tercer strike sin tirarle y hemos aceptado mercancías, partidas de nacimiento, sentencias, credenciales diplomáticas, títulos universitarios y currículos, que bien merecen llevar la marca ACME por ser más chimbos e inútiles que teléfono de pabilo y vasitos.