lunes, 23 de noviembre de 2020

 

Me exijo un derecho a réplica, por Tulio Ramírez

Protesta educadores

Twitter: @tulioramirezc


Para mi último artículo escribí una carta dirigida a mí mismo. Mis amigos no entendían nada. Solo les comenté que así nos tiene esta tormenta perfecta de chavismo y pandemia. Mi réplica es porque esa misiva tenía la aviesa intención de mal ponerme ante mis escasos lectores.

En vano el remitente intentó desmontar cada una de las denuncias que hago sobre la improvisación y las nefastas políticas del gobierno “revolucionario”. Sin embargo, no lo quiero dejar pasar por bolas y hoy exijo mi derecho. La ley me asiste.

Claro que sí, apreciado lector, usted tiene toda la razón, esto parece cosa de locos, pero qué no lo parece en Venezuela. Somos el único país del mundo que tiene dos presidentes, dos asambleas y si nos descuidamos serán tres, dos tribunales supremos, dos fiscales, opositores que parecen chavistas y chavistas proletarios que, de Chávez, heredaron solo el gusto por los reales. Lo que falta es que aparezca un Hombre del Papagayo chavista, Dios no lo quiera.

Así las cosas, replicarme a mí mismo encaja dentro de los parámetros de la nueva normalidad impuesta por esta revolución, bastante esquizoide, por cierto. Ahora bien, en esta suerte de “yo y el Doctor Merengue”, procederé a contestar a mi alter ego chavista.

Pero antes debo admitir que la carta no parecía de un revolucionario convencido, había rasgos que hacían dudar de su militancia política. La carta estaba bien redactada, no tenía errores ortográficos, amenazas ni improperios. Eso me hizo dudar de su autenticidad, pero no tengo alguna prueba que indique que la haya escrito alguien diferente a mí. Así entonces, voy con mi derecho a réplica.

Apreciado compatriota, advierto en su carta una molestia comprensible por “el chalequeo” al que a diario someto al gobierno por la corrupción, la ineficiencia y la represión.

Pues le diré, estimado amigo, si usted está molesto, imagínense lo molestos que estarán los venezolanos. Pero puedo entender que no hay nada más fastidioso que gobernar o desgobernar con críticas diarias de ciudadanos cansados del mal gobierno.

Usted hace referencia a las cajas CLAP, las cuales, según su parecer, han salvado a muchos de morir de hambre por culpa de las “salvajes sanciones”. Pues le diré que son curiosas esas sanciones. Los bodegones están llenos de productos del “cochino imperio”, las camionetas americanas de lujo y blindadas hacen cola en la aduana para su nacionalización y en la mesa de un enchufado no falta un litrico de Jack Daniel’s, bebida espirituosa producida en la muy gringa Tennessee. Cosas del socialismo, camarada.

Me comenta usted que los maestros siempre han recibido “sueldos majunches” y que eso “nunca los llevó a querer tumbar gobiernos”. Además, se permite hacer alarde de un supuesto conocimiento de la sociología de las profesiones, cuando me enrostra que el gobierno nunca estará dispuesto a desnaturalizar la esencia apostólica y desinteresada de quienes ejercen esa actividad profesional. Pues, amigo, lo invito a que diga eso mismo en una convención de educadores con micrófono en mano y voz bastante alta. No se preocupe, no tenga temor, prometo garantizar su seguridad.

Finalmente usted me acusa de ser un cronista de medio pelo, por tener tan pocos lectores. Sugiere que debería agradecerle que me lea. Entiendo que eso lo hace en contra de su voluntad, pero no le queda otra alternativa porque usted, o sea yo, es quien ha escrito esta columna quincenal desde hace diez años.

Mire amigo, a diferencia de usted, yo soy tolerante y demócrata, aunque a veces— y usted es testigo de excepción— , también intolerante y dictatorial. Bueno, eso es lo que dice mi psiquiatra, el cual, por cierto, también es el suyo.

Chao amigo, con esto doy por cerrada nuestra polémica y, como siempre, nos vemos el jueves tempranito en el consultorio. El doctor se molesta cada vez que llegamos tarde.

lunes, 9 de noviembre de 2020

 

Carta a mí mismo, por Tulio Ramírez

Carta a mi mismo

Twitter: @tulioramirezc


Es común que los articulistas escriban cartas dirigidas a Dios, al Papa, al niño Jesús, a los presidentes, a Trump, a José Gregorio, a los marcianos, a la mula, al buey, o a seres que pertenecen a la leyenda urbana nacional, como Pacheco, el Enano de San Agustín, el Ánima Sola, el Dr. Knoche, entre otros. En todas ellas se solicita lo que no se ha podido lograr con la acción propia o colectiva: “Que caiga el gobierno”, “ayúdame a darle un palo al 5 y 6”, “que invadan por favor”, “que llueva café en el campo”, son algunas de las peticiones más frecuentes.

En esta oportunidad no voy a seguir la tradición. Además, en ocasiones he escrito algunas de esas misivas sin recibir respuesta alguna. Por eso, hoy voy a escribir una carta inédita por el remitente y el destinatario. Me escribiré a mí mismo, pero desde los zapatos de un militante y convencido rojo rojito. 

¿Qué estoy medio loco?, pues sí, más bien diría que loco entero. Entre la pandemia, el miserable sueldo, unos perros que no dejan títere con cabeza y un gobierno que parece el doble de Shakira, es lo menos que me puede suceder. Vamos a lo que vinimos.

Apreciado profesor, le escribo estas líneas no desde la rabia que me da recibir casi a diario su chalequeo por las diferentes redes sociales; enrostrarnos a cada rato que nuestro gobierno revolucionario es inepto, corrupto, represor, hambreador y dictatorial. No es como para enviarle flores o tarjetas de buenos deseos, pero sí me obliga a contestarle públicamente de manera decente y comedida. Aunque usted no lo crea, profesor, sí existen camaradas capaces de escribir una carta sin mentir, amenazar y sin errores ortográficos.

Que el país está mal, no se lo niego, yo tampoco recibo un buen sueldo. Pero usted no puede negar que la caja CLAP ha evitado que muchos venezolanos mueran de hambre. Por supuesto, nuestro Comandante en Jefe, cuando la concibió, la pensó con los mejores productos del mercado. No es nuestra culpa que las langostas no puedan conservarse vivas tanto tiempo fuera del agua o que el vino tinto se ponga rancio si recibe demasiado sol; mucho menos que el queso gruyere se ponga piche por la humedad de los almacenes.

Usted siempre acusa al gobierno de haber entregado al país a los chinos, cubanos, iraníes, rusos, guyaneses, kazajos, azerbaiyanos y maracuchos. Definitivamente, usted no ha comprendido lo que es la solidaridad internacional. A esos musiús usted ni los siente ni los ve. No como esos gringos que se robaron nuestro petróleo por tres lochas y no dejaron nada en el país. Claro, salvo unas instalaciones petroleras arrechísimas que nos hemos encargado de destruir para eliminar de la memoria de nuestro amado pueblo esa nefasta influencia.  

Usted nos la tiene montada con eso de los sueldos de los maestros y profesores universitarios. Nada más injusto. Durante la época prerrevolucionaria los docentes tuvieron sueldos  majunches. Siempre se quejaban, es lógico, pero nunca se plantearon tumbar al gobierno. Para ejercer esa profesión hay que acostumbrarse a la pobreza y tener mucha vocación. Nuestro gobierno no será el que desnaturalice el ejercicio de ese noble apostolado.

Por lo que se advierte, usted lo que quiere es que los docentes ganen más para que se distraigan de sus obligaciones y pierdan su milenaria condición de apóstoles de la enseñanza. Un maestro bien comido corre el riesgo de convertirse en un contrarrevolucionario y nosotros, por su bien, no lo llevaremos a esa condición. ¿Usted como que nunca ha leído el pensamiento educativo del Comandante?

Sobre las acusaciones de corrupción y represores, no le contestaré. Son infundios que de tanto repetirse algún tonto se los creerá. Nuestros líderes aman la austeridad y respetan la opinión contraria. Por eso todos los aman. No confunda represión con mantener la paz. De allí nuestro empeño en tener más policías que civiles, así es más fácil cuidar a los ciudadanos de ellos mismos y de gente como usted.

Finalmente, mi apreciado profesor, siga escribiendo sus pendejadas, que afortunadamente a usted nadie lo lee, salvo yo. Y lo leo porque no me queda otra, ya que soy usted. ¡Patria o muerte! Saludos.