viernes, 18 de noviembre de 2016

¡Ni inocentes ni culpables, solo estúpidos!

Asamblea Nacional

La verdad que uno no termina de asombrarse de las cosas que pasan en la Venezuela revolucionaria y del novísimo socialismo del siglo XXI, el cual por cierto nació viejo, desdentado y con olor a naftalina. Si eso le pasa a quien debería estar curado de espantos después de 17 años de tantos desatinos y loqueteras, imagínense lo que le sucede a un extranjero, independientemente de que posea o no la condición de admirador de la revolución bonita más fea que ha tenido la región. Un inciso antes de pasar al siguiente párrafo: con respecto a esta última afirmación estoy seguro que los cubanos de fuera y de dentro de la isla la refutaran de manera airada. El hecho de que les quiten el sitial de honor mantenido con esfuerzo y trabajo por tanto años no es fácilmente asimilable.

Pónganse en mi lugar. Me ha tocado explicarle a un visitante nacido en otras tierras que en Venezuela las sentencias judiciales deben tener el visto bueno del Ejecutivo si pena de la destitución o la cárcel para el juez que pretenda ser imparcial. En otra oportunidad me tocó explicar por qué en Venezuela los altos mandos militares pueden gritar consignas partidistas en actos institucionales sin que pase absolutamente nada. Luego tuve que responder un correo explicando cómo es posible que la institución llamada a velar por el resguardo de los derechos humanos, haya perdido su vocería en las Naciones Unidas por la indiferencia recurrente ante la violación de estos derechos fundamentales. Indiferencia que, por cierto, se potencia cuando los violentados son los opositores al gobierno “humanista”.
 
Cuando estas explicaciones hay que darlas vía redes sociales es aún más complicado. Un colega sociólogo del cono sur me escribía comentando que le parecía bien que la gente manifestara alrededor del despacho del Presidente de la República. Recordaba que eso era moneda corriente en su país. Señalaba que la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, ha sido,desde siempre, espacio compartido entre opositores y oficialistas para expresar rechazos o apoyos a los gobiernos de turno. Saquen cuenta, había que explicarle que esas carpas que veía por los noticiero de TV rodeando al Palacio de Miraflores, fueron instaladas, financiadas y abastecidas por el gobierno y que tal peregrinación estaba vedada a los opositores por la prohibición expresa del alcalde de la ciudad, bajo el peregrino y discriminatorio argumento que señala a esa zona es “territorio chavista”.

Otra prueba fue explicar a amigos en el exterior la razón por la cual un conjunto de ciudadanos se oponían airadamente a recibir los títulos de propiedad de unas viviendas adjudicadas por el gobierno. Nos dimos a la tarea de convencer a nuestros curiosos colegas que no se trataba de potentados oligarcas renuentes a asumir la responsabilidad de nuevas propiedades con la carga de impuestos que eso supone, sino de gente que en su vida ha tenido siquiera un techo donde dormir. Fue una tarea como de locos. Nadie en su sano juicio entiende ninguna explicación, porque lograr un mínimo de coherencia argumentativa para justificar esa conducta es prácticamente imposible.

La última misión fue convencer a unos inteligentes e informados colegas extranjeros de que no fue en Venezuela donde se patentó la estupidez como un delito imperfecto. Es cierto que los magistrados revolucionarios de nuestro Tribunal Supremo han sido creativos en extremo al momento de interpretar nuestra Carta Magna, pero en honor a la estricta verdad no fueron ellos a los que se les ocurrió la genial idea de convertir la estupidez en una suerte de delito atenuado. Fueron los defensores de los innombrables que están en pleno juicio por conspiración para traficar drogas a los Estados Unidos, los que echaron manos de esa novedosa y creativa figura jurídica por falta de mejores argumentos. “No son culpables, solo son unos estúpidos”, le dijeron al Juez. Parecen cosas de un juicio en la Venezuela revolucionaria. Es natural que cualquiera se confunda.