lunes, 24 de junio de 2019



Si hay empate, me quedo con la Corona, 

por Tulio Ramírez


A propósito de los hechos denunciados por algunos periodistas en los que se involucra a personas ligadas a sectores opositores venezolanos, con la apropiación indebida de dineros provenientes de donaciones destinadas a la ayuda humanitaria, se ha levantado una campaña feroz por parte de voceros del gobierno, y no pocos de la oposición, dirigida a inculpar a toda la dirigencia opositora venezolana como responsables y beneficiarios directos de la sustracción y disfrute de tales recursos.
De acuerdo a esta versión oficialista, los 90 mil dólares sustraídos, alcanzaron para cubrir extravagantes necesidades de diputados en el exilio. Según el gobierno, con esos reales se habrían adquirido 2 faraónicos Pent House y 3 apartamentos de lujo en Bogotá; boletos para viajar en primera clase a una docena de países para los voceros del gobierno interino (incluidos viáticos jugosos); giras nacionales con llegada a Hoteles 5 estrellas y consumo de camarones al ajillo con contorno de langosta; automóviles blindados con guardaespaldas jamaos; estadía por más de un mes en el exterior de la esposa de Guaidó; trapos para cenar con Trumps; alimentos y pañales para el bebé; y hasta alcanzó, de acuerdo con el vocero oficialista, para pagar un par de sobrebarrigas, 6 cervezas Águila y unas damas de compañía por allá por Cúcuta.
No me atrevo a meter la mano en fuego ni para culpar ni para defender. Habrá que esperar a que culmine la investigación solicitada por el propio Guaidó a las autoridades colombianas (esto no lo dice el gobierno), pero lo que si me sorprende es esos reales hayan rendido muchísimo. Ya los jodedores que nunca faltan están pidiendo que estos “choros” se encarguen de las finanzas venezolanas. Si con 90 mil verdes lograron hacer todo eso, merecen que se les confíe los pocos recursos que todavía quedan en la tesorería nacional antes de que las rapiñas rojitas se los raspen por completo, para que se adquiera lo que necesita el pueblo venezolano y cuidado si hasta les sobra plata.
Más allá de la jodienda hay cosas que llaman a la reflexión. Primero, donde hay real hay tentación y de esto sabe mucho el gobierno ya que se han cepillado, no 90 mil sino muchos más de 1.900 millones de los verdes. Este saqueo al erario público, no ha sido denunciado por el Fiscal, por el contrario, persigue y mete preso a quien lo hace. En segundo lugar, confunden hurto o apropiación indebida con corrupción. Todo acto de corrupción puede suponer la apropiación indebida de dineros públicos (delito de peculado), pero no toda apropiación indebida es corrupción si se trata de recursos privados apropiados ilícitamente por particulares que no poseen la cualidad de funcionarios. Tercero, la responsabilidad penal es individual, así que culpar a Guaidó por actos delictivos de particulares es absurdo. Es como si una madre que contrató a una señora para cuidar los niños y terminó desvalijándole la casa, debe ir presa por complicidad en el robo.
El gobierno pretende encochinar a todo el liderazgo de la oposición en estos hechos a todas luces condenables. La lógica de tal proceder es muy simple. Como les es literalmente imposible convencer a los venezolanos de que las inmensas fortunas exhibidas por sus líderes y altos funcionarios, fueron adquiridas por herencias de sus tías o porque se ganaron el KINO, les es más fácil acusar de corruptos a los otros para meterlos en el mismo saco de corrupción donde están ellos. Saben que empatando ganan. Quieren que los venezolanos terminen exclamando “todos son corruptos, todos son lo mismo, me quedo con el que me da alguito”. El gobierno apuesta a las reglas del Boxeo: “si hay empate, me quedo con la Corona”.

lunes, 10 de junio de 2019



Sadim y el Metro de Caracas, 

por Tulio Ramírez


Definitivamente Sadim ha tocado al Metro de Caracas. Es la única explicación que encuentro para tanto desastre. Antes de la llegada de Sadim este servicio de transporte masivo era la joya de la administración pública republicana, o de la IV República como le gustaba decir al innombrable. En los remotos tiempos de la democracia, el buen servicio, pulcritud de los espacios, cortesía de los trabajadores y puntualidad de los trenes, inducia al usuario al buen comportamiento. Nadie se atrevía a botar un papel fuera del cesto de la basura, las miradas recriminadoras de los demás constituían la peor sanción.
Este comportamiento modelo de los caraqueños contrastaba con la anarquía que se vivía en la superficie. Allá arriba los conductores irrespetaban las luces del semáforo, no se cedían los puestos a los ancianos y lisiados, ni los transeúntes ayudaban a nadie a cruzar las calles. Esos mismos infractores y descorteces se comportaban como príncipes y princesas no más pisaban las escaleras eléctricas para acceder a los andenes del subterráneo. Pero llegó Sadim y mandó a parar.
Ahora ingresar a cualquier estación del Metro caraqueño podría catalogarse como una experiencia límite. En estos días iba a la Universidad Católica Andrés Bello a dictar clases y decidí tomar el Metro en la estación de Zona Rental. No quiero detenerme en el deterioro de las instalaciones, la falta de alumbrado, la suciedad y la falta de personal, solo me referiré a la dinámica del servicio.
Después de esperar casi 40 minutos llegó el tren con dirección a Las Adjuntas, léase bien, con dirección a Las Adjuntas, o sea venía de la estación Bello Monte. La larga espera hizo que se acumulara un gentío. La entrada al vagón fue catastrófica. Una viejita rodó en el tropel y nadie la ayudó a levantarse. Un muchacho con unos tutores a la altura del muslo fue revolcado por la multitud y una niña quedó fuera del tren gritando a su madre que pudo a empellones ingresar. Los gritos “déjenme salir” de la madre desesperada, no provocaron ningún eco en la audiencia.
Después de acomodarnos o de compactarnos, el tren demoró por lo menos 13 minutos más en cerrar sus puertas. El calor era agobiante, los aires acondicionados no servían, pero la gente tenía fe en que, como sucede con los aviones, al arrancar se encenderían.
Durante ese rato ni la niña podía entrar ni la madre podía salir. “Déjenme salir” y “mamá, mamá” eran gritos que se volvieron parte del paisaje acústico del vagón. Parecía una escena de una película sobre el Holocausto. Todos rumbo a Auschwitz.
Luego de esa tediosa y sofocante espera al fin se cierran las puertas. Lo cumbre es que una vez cerradas se escucha por el altavoz que la siguiente parada era “la estación de Bello Monte”. Se armó el escándalo. Todo el mundo iba vía Las Adjuntas. Así, entre el “Déjenme salir” de la madre atrapada en la multitud, el consabido “Maduro, co………madre” y otros cientos de improperios y maldiciones, el tren regresó a la estación de donde había partido.
Finalmente, la gota que rebasó el vaso. El clímax de la exasperación llegó cuando la misma voz aterciopelada anunció que, por motivo de algo que no alcance a escuchar, los usuarios debían abandonar los vagones. Definitivamente todo lo que toca Sadim lo vuelve m……. ¡Ah se me olvidaba!, Sadim escrito al revés se lee Midas, aquel que convertía en oro todo lo que tocaba.