lunes, 26 de diciembre de 2016

Las 12 uvas

Contra el imperialismo-Chavista en EEUU

Las consignas contra el imperialismo norteamericano se siguen vociferando, es cierto, pero eso sí, en privado y en voz baja. Con propiedades en Orlando y con cuentas en dólares en el extranjero, ciertas condiciones aplican para ejercer la lucha “por los pobres del mundo”
Recuerdo que previo a los días de asueto navideño y de fin de año, los camaradas más radicales de la ultraizquierda universitaria después de hacer su respectivo “Trabajo de Barrio”, se instalaban en los bares cercanos a la Universidad Central de Venezuela a tomarse las cervecitas y planificar el viaje al terruño para celebrar con la familia las fiestas decembrinas. En esas tertulias despotricaban de las fiestas capitalistas y su consumismo desenfrenado. Cerrado el Comedor de la UCV, no había otra opción, la revolución se iba de asueto. Ya en su tierra, olvidaban los pregones comunistas y disfrutaban de la parranda con sus vecinos adecos y copeyanos. Eran los días de la Venezuela en la que un abrazo de año nuevo con el “faltan 5 pa’ las 12“, como música de fondo, reconciliaba a los más enconados adversarios de la política venezolana.

Buena parte de esos muchachos humildes, contestatarios y llenos de ideales de los 70 y 80, hoy en día son los flamantes “doctores” graduados en las mejores universidades del mundo gracias a ese invento cuartorepublicano y burgués, llamado Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho. Qué ironía, el odiado puntofijismo les dio la oportunidad de educarse y la revolución chavista la de convertirse en oligarcas sin pedigre. Ya no recuerdan que sobrevivieron gracias a la bequita de 600 bolívares mensuales que le asignaba la universidad, al siempre efectivo “martillo” solidario que les garantizaba los 2 bolívares del almuerzo y al pedazo de cartulina que servía de “pasaje estudiantil” para lograr un aventón a Caricuao, El Valle, Los Teques, o donde estuviere la residencia o pensión que pagaban los padres a duras penas.

Consignas como “las calles son del pueblo, no de la policía”, “este gobierno es hambre, miseria y represión” o “liberen a los presos políticos”, pasaron al total olvido. Hoy aplauden cuando la policía arremete contra la gente por el solo hecho de pedir comida y medicinas, cantan vítores cuando alguien como Franklin Brito se inmola en una lucha desigual contra un gobierno arrogante y abusivo, o justifican la existencia de presos de conciencia esgrimiendo ese pueril argumento que reza “aquel que obra contra la revolución es traidor a la Patria”. Las consignas contra el imperialismo norteamericano se siguen vociferando, es cierto, pero eso sí, en privado y en voz baja. Con propiedades en Orlando y con cuentas en dólares en el extranjero, ciertas condiciones aplican para ejercer la lucha “por los pobres del mundo”.

Para este fin de año, al igual que sucedió en las navidades, la mesa estará servida de manera desigual. Los enchufados y antiguos adalides de las luchas del pueblo cenarán opíparamente con productos importados y bebiendo el mejor whisky escocés, mientras otros, la inmensa mayoría, cenarán lo que consigan después de largas y agotadoras colas. Más sin embargo, allí no estará la principal diferencia. Estará al comer las tradicionales 12 uvas al escuchar las tradicionales campanadas por Radio Continente. Los antiguos revolucionarios que juraron dar su vida por lograr una mejor sociedad, las comerán deseando con mucha fuerza y nerviosismo que para el 2017 no caiga el gobierno, porque perderán sus riquezas y quizás hasta mucho más. El resto de los venezolanos, las comerá con la esperanza de que el próximo año Venezuela se enrumbará hacia un camino distinto, donde impere la democracia, la justicia y la libertad. ¡Feliz año nuevo Venezuela!.

lunes, 12 de diciembre de 2016

¡Perdona Gabo, no es un plagio, es Venezuela!

Maduro y el pajarito

Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, hace rato nos hubiera demandado por plagio ante tribunales imparciales (internacionales, por supuesto). Habría sido todo un espectáculo ver a un Juez evaluando las primeras páginas de los periódicos nacionales, consignadas por los abogados del Nobel de Literatura, como evidencia incontrovertible de plagio.

En Venezuela perdimos la capacidad de asombro. Todos estamos curados de espantos y ya nada nos descoloca. Cuando parecía que lo habíamos visto todo, nos levantamos con una noticia tan o más inverosímil que la de la noche anterior. Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, hace rato nos hubiera demandado por plagio ante tribunales imparciales (internacionales, por supuesto). Habría sido todo un espectáculo ver a un Juez evaluando las primeras páginas de los periódicos nacionales, consignadas por los abogados del Nobel de Literatura, como evidencia incontrovertible de plagio. Seguramente al final del día este Juez entonaría para sus adentros ese famoso estribillo que hace recordar a Macondo, “epopeya de un pueblo olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.

Aclaremos, no solo hablamos de los saintees de llamado socialismo del siglo XXI. En la IV no era que la vida transcurría normalmente. Por el contrario, cada cierto tiempo los venezolanos fuimos testigos de acontecimientos surrealistas que parecía sacados de un guión de Quentin Tarantino. Recuerdo el caso de aquél famoso “Jeque árabe” que estafó a media aristocracia caraqueña con la falsa promesa de asegurar jugosos contratos con ficticias empresas de “su propiedad”. En los archivos de los principales diarios del país se pueden encontrar las crónicas sociales con las innumerables fotos del avivato estafador con lo más granado del jet set capitalino. También es inolvidable aquél episodio en el que un eximio y muy querido Presidente (Ramón J. Velásquez para más señas), liberó a uno de los capos del narcotráfico más buscado de la época. El honesto y campechano mandatario firmó el indulto bajo engaño, debido a que su secretaria lo había colado entre el cúmulo de papeles que diariamente firmaba. Cómo podrá observar amigo lector, no solo en Colombia las mariposas amarillas persiguen a Mauricio Babilonia. 

La diferencia con la IV es que en revolución las cosas más insólitas se asumen como cultura alternativa, es decir, hay que tragárselas. Han pasado cosas tan inverosímiles que para un interlocutor serio costaría mucho asumirlas como ciertas. Cómo hacer entender a un circunspecto caballero inglés que nuestro Presidente habla con muertos transmutados en pájaros. Cómo explicar que mientras miles mueren de hambre, falta de medicinas o en manos del hampa, nuestro máximo representante internacional baila el trencito en Palacio en vez de estar devanándose los sesos para sacar al país en el atolladero en que lo metió. Cómo explicar que en Venezuela secuestran a un Tigre perteneciente a un circo y piden rescate por él. Cómo hacer entender a una persona con cinco dedos de frente que quien dirige el máximo organismo de justicia del país es un ex convicto o que los sobrinos de la pareja presidencial hayan confesado que para sus tropelías de narcotráfico utilizaban recursos del Estado y el gobierno voltea a un lado haciéndose el musiú.

Vivir en el socialismo bolivariano supone desarrollar algunas competencias que solo tienen utilidad en Venezuela y quizás en Macondo. Cuando salimos al exterior por una temporada larga, nos colocamos en modo “adaptación express” para evitar las secuelas que deja vivir en países donde la noticia de la semana es la pérdida del gatito de la vecina. Imaginemos a un paisano caminando por las calles de Delft en Holanda con las antenas activadas contra los atracadores y que nunca le pase absolutamente nada. Eso es un desgaste evidente. O peor, tener que detenerse en un cruce peatonal en Finlandia sin poder lanzarse a esquivar los carros porque va preso. Eso no lo aguanta nadie. Estas circunstancias tienen que afectar a quien ha sobrevivido de sobresalto en sobresalto y de funeraria en funeraria despidiendo a  amigos que no lograron cumplir su ciclo natural de vida.  Si Hitler auguraba un Reich de mil años, en Venezuela de seguir como vamos, auguramos cien años, pero de soledad, porque ya no está quedando nadie. Los que no morirán de hambre, de enfermedades curables o a manos del hampa, se habrán ido. Los que quedemos cantaremos “epopeya de un pueblo olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.

¿Ahorro o corriente?

Venezuela

El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en una suerte de MacGyver colectivo. Aquí la gente se inventa una para alimentarse, mantenerse sano o simplemente amanecer vivo al día siguiente
No me canso de repetir que el socialismo potencia la creatividad como mecanismo de sobrevivencia. Mientras que en el capitalismo el ser humano despliega parte de su esfuerzo en la búsqueda de confort y bienestar; en el socialismo toda la actividad humana está dirigida a sobrevivir en condiciones de extrema precariedad. La idea, de acuerdo a los exegetas del marxismo europeo y tropical, es formar generaciones curtidas en la eterna batalla contra el imperio, capaces de afrontar guerras económicas y amenazas de invasiones nunca concretadas. “Así se Templó el Acero” es el título que se me ocurre, mejor ejemplifica ese largometraje en blanco y negro y sin final feliz que es el socialismo.

El contraste es la mejor prueba de la afirmación anterior. Una familia clase media en EUA tiene como norte de vida poseer mínimo un automóvil, una casa, una nevera, una cocina, una lavadora, un televisor a colores, una suscripción por cable, una cortadora de césped, un teléfono celular, un trabajo estable y un hijo en la universidad. Lo demás viene por añadidura y esfuerzo: un viaje de vacaciones al año, una caña de pescar y una aspiradora. En el socialismo la cosa es más exigente. La aspiración de una familia es tener un amigo en la nomenclatura que te ponga “donde haiga”, hacerse panita de un dependiente de supermercado que te indique cuando llegue el aceite y el arroz y, sobre todo, tener mucha FE, léase Familia en el Exterior que mande dólares de vez en cuando.

Recuerdo que en uno de mis viajes a Cuba presencie esos destellos de ingenio ante la adversidad. Impagable observar como unos ingenieros mecánicos de profesión y taxistas por necesidad, se dedicaron a instalar antenas parabólicas utilizando las tazas que adornan los rines de los automóviles. A esos artefactos les soldaban en el centro un cucharon sopero apuntando hacia el cielo; al final el canal HBO se veía cochicorneto pero se veía. Lo mismo sucedía con aquella pareja habanera, ambos médicos, que se redondeaban el sueldo ofreciendo en alquiler y a domicilio la lavadora adquirida a cambio de un vestido de novia sin estrenar, que obtuvieron de manos de una prima que no llegó a usarlo porque se fugó en balsa a Miami en vísperas de la boda. Así es la vida en socialismo, hay que agudizar la sesera para sobrevivir.

El caso venezolano no es muy diferente. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en una suerte de MacGyver colectivo. Aquí la gente se inventa una para alimentarse, mantenerse sano o simplemente amanecer vivo al día siguiente. Pero no solo se ha incentivado la creatividad en la gente de bien, también los delincuentes han hecho alarde de su inventiva. Me he enterado que la última moda para asaltar en las busetas no es esgrimiendo la tradición al pistola y amenazado con “quebrar” al renuente que no quiera entregar la quincenita. El nuevo mudus operandi pasó a otros niveles. Ahora el caco obliga a los pasajeros a introducir su Tarjeta de Débito en un punto de venta que lleva consigo en su mochila y procede a rasparle la pensión recién depositada. Amigo lector cuando usted esté en un transporte público y escuche que en el asiento de atrás alguien pregunta “¿ahorro o corriente?”, póngase las pilas y grítele al chofer para que lo deje en la próxima parada. ¡Patria o Muerte, Venceremos!.