lunes, 12 de diciembre de 2016

¡Perdona Gabo, no es un plagio, es Venezuela!

Maduro y el pajarito

Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, hace rato nos hubiera demandado por plagio ante tribunales imparciales (internacionales, por supuesto). Habría sido todo un espectáculo ver a un Juez evaluando las primeras páginas de los periódicos nacionales, consignadas por los abogados del Nobel de Literatura, como evidencia incontrovertible de plagio.

En Venezuela perdimos la capacidad de asombro. Todos estamos curados de espantos y ya nada nos descoloca. Cuando parecía que lo habíamos visto todo, nos levantamos con una noticia tan o más inverosímil que la de la noche anterior. Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, hace rato nos hubiera demandado por plagio ante tribunales imparciales (internacionales, por supuesto). Habría sido todo un espectáculo ver a un Juez evaluando las primeras páginas de los periódicos nacionales, consignadas por los abogados del Nobel de Literatura, como evidencia incontrovertible de plagio. Seguramente al final del día este Juez entonaría para sus adentros ese famoso estribillo que hace recordar a Macondo, “epopeya de un pueblo olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.

Aclaremos, no solo hablamos de los saintees de llamado socialismo del siglo XXI. En la IV no era que la vida transcurría normalmente. Por el contrario, cada cierto tiempo los venezolanos fuimos testigos de acontecimientos surrealistas que parecía sacados de un guión de Quentin Tarantino. Recuerdo el caso de aquél famoso “Jeque árabe” que estafó a media aristocracia caraqueña con la falsa promesa de asegurar jugosos contratos con ficticias empresas de “su propiedad”. En los archivos de los principales diarios del país se pueden encontrar las crónicas sociales con las innumerables fotos del avivato estafador con lo más granado del jet set capitalino. También es inolvidable aquél episodio en el que un eximio y muy querido Presidente (Ramón J. Velásquez para más señas), liberó a uno de los capos del narcotráfico más buscado de la época. El honesto y campechano mandatario firmó el indulto bajo engaño, debido a que su secretaria lo había colado entre el cúmulo de papeles que diariamente firmaba. Cómo podrá observar amigo lector, no solo en Colombia las mariposas amarillas persiguen a Mauricio Babilonia. 

La diferencia con la IV es que en revolución las cosas más insólitas se asumen como cultura alternativa, es decir, hay que tragárselas. Han pasado cosas tan inverosímiles que para un interlocutor serio costaría mucho asumirlas como ciertas. Cómo hacer entender a un circunspecto caballero inglés que nuestro Presidente habla con muertos transmutados en pájaros. Cómo explicar que mientras miles mueren de hambre, falta de medicinas o en manos del hampa, nuestro máximo representante internacional baila el trencito en Palacio en vez de estar devanándose los sesos para sacar al país en el atolladero en que lo metió. Cómo explicar que en Venezuela secuestran a un Tigre perteneciente a un circo y piden rescate por él. Cómo hacer entender a una persona con cinco dedos de frente que quien dirige el máximo organismo de justicia del país es un ex convicto o que los sobrinos de la pareja presidencial hayan confesado que para sus tropelías de narcotráfico utilizaban recursos del Estado y el gobierno voltea a un lado haciéndose el musiú.

Vivir en el socialismo bolivariano supone desarrollar algunas competencias que solo tienen utilidad en Venezuela y quizás en Macondo. Cuando salimos al exterior por una temporada larga, nos colocamos en modo “adaptación express” para evitar las secuelas que deja vivir en países donde la noticia de la semana es la pérdida del gatito de la vecina. Imaginemos a un paisano caminando por las calles de Delft en Holanda con las antenas activadas contra los atracadores y que nunca le pase absolutamente nada. Eso es un desgaste evidente. O peor, tener que detenerse en un cruce peatonal en Finlandia sin poder lanzarse a esquivar los carros porque va preso. Eso no lo aguanta nadie. Estas circunstancias tienen que afectar a quien ha sobrevivido de sobresalto en sobresalto y de funeraria en funeraria despidiendo a  amigos que no lograron cumplir su ciclo natural de vida.  Si Hitler auguraba un Reich de mil años, en Venezuela de seguir como vamos, auguramos cien años, pero de soledad, porque ya no está quedando nadie. Los que no morirán de hambre, de enfermedades curables o a manos del hampa, se habrán ido. Los que quedemos cantaremos “epopeya de un pueblo olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.

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