¡Perdona Gabo, no es un plagio, es Venezuela!
Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, hace
rato nos hubiera demandado por plagio ante tribunales imparciales
(internacionales, por supuesto). Habría sido todo un espectáculo ver a
un Juez evaluando las primeras páginas de los periódicos nacionales,
consignadas por los abogados del Nobel de Literatura, como evidencia
incontrovertible de plagio.
En Venezuela perdimos la capacidad de
asombro. Todos estamos curados de espantos y ya nada nos descoloca.
Cuando parecía que lo habíamos visto todo, nos levantamos con una
noticia tan o más inverosímil que la de la noche anterior. Si Gabriel
García Márquez estuviera vivo, hace rato nos hubiera demandado por
plagio ante tribunales imparciales (internacionales, por supuesto).
Habría sido todo un espectáculo ver a un Juez evaluando las primeras
páginas de los periódicos nacionales, consignadas por los abogados del
Nobel de Literatura, como evidencia incontrovertible de plagio.
Seguramente al final del día este Juez entonaría para sus adentros ese
famoso estribillo que hace recordar a Macondo, “epopeya de un pueblo
olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.
Aclaremos, no solo hablamos de los
saintees de llamado socialismo del siglo XXI. En la IV no era que la
vida transcurría normalmente. Por el contrario, cada cierto tiempo los
venezolanos fuimos testigos de acontecimientos surrealistas que parecía
sacados de un guión de Quentin Tarantino. Recuerdo el caso de aquél
famoso “Jeque árabe” que estafó a media aristocracia caraqueña con la
falsa promesa de asegurar jugosos contratos con ficticias empresas de
“su propiedad”. En los archivos de los principales diarios del país se
pueden encontrar las crónicas sociales con las innumerables fotos del
avivato estafador con lo más granado del jet set capitalino. También es
inolvidable aquél episodio en el que un eximio y muy querido Presidente
(Ramón J. Velásquez para más señas), liberó a uno de los capos del
narcotráfico más buscado de la época. El honesto y campechano mandatario
firmó el indulto bajo engaño, debido a que su secretaria lo había
colado entre el cúmulo de papeles que diariamente firmaba. Cómo podrá
observar amigo lector, no solo en Colombia las mariposas amarillas
persiguen a Mauricio Babilonia.
La diferencia con la IV es que en
revolución las cosas más insólitas se asumen como cultura alternativa,
es decir, hay que tragárselas. Han pasado cosas tan inverosímiles que
para un interlocutor serio costaría mucho asumirlas como ciertas. Cómo
hacer entender a un circunspecto caballero inglés que nuestro Presidente
habla con muertos transmutados en pájaros. Cómo explicar que mientras
miles mueren de hambre, falta de medicinas o en manos del hampa, nuestro
máximo representante internacional baila el trencito en Palacio en vez
de estar devanándose los sesos para sacar al país en el atolladero en
que lo metió. Cómo explicar que en Venezuela secuestran a un Tigre
perteneciente a un circo y piden rescate por él. Cómo hacer entender a
una persona con cinco dedos de frente que quien dirige el máximo
organismo de justicia del país es un ex convicto o que los sobrinos de
la pareja presidencial hayan confesado que para sus tropelías de
narcotráfico utilizaban recursos del Estado y el gobierno voltea a un
lado haciéndose el musiú.
Vivir en el socialismo bolivariano
supone desarrollar algunas competencias que solo tienen utilidad en
Venezuela y quizás en Macondo. Cuando salimos al exterior por una
temporada larga, nos colocamos en modo “adaptación express” para evitar
las secuelas que deja vivir en países donde la noticia de la semana es
la pérdida del gatito de la vecina. Imaginemos a un paisano caminando
por las calles de Delft en Holanda con las antenas activadas contra los
atracadores y que nunca le pase absolutamente nada. Eso es un desgaste
evidente. O peor, tener que detenerse en un cruce peatonal en Finlandia
sin poder lanzarse a esquivar los carros porque va preso. Eso no lo
aguanta nadie. Estas circunstancias tienen que afectar a quien ha
sobrevivido de sobresalto en sobresalto y de funeraria en funeraria
despidiendo a amigos que no lograron cumplir su ciclo natural de vida.
Si Hitler auguraba un Reich de mil años, en Venezuela de seguir como
vamos, auguramos cien años, pero de soledad, porque ya no está quedando
nadie. Los que no morirán de hambre, de enfermedades curables o a manos
del hampa, se habrán ido. Los que quedemos cantaremos “epopeya de un
pueblo olvidado, forjado en cien años de amores e historia”.
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