lunes, 23 de marzo de 2015

A Mambrú

A Mambrú

TULIO RAMÍREZ
Estimado Mambrú, sé de algo que siempre te ha apasionado y se ha constituido en tu única debilidad. Si, ya a estas alturas sabrás a que me refiero, no en balde todos te conocen por estar siempre presto a acudir a la confrontación bélica. Y es precisamente por eso que te escribo. Sabes que siempre he admirado tu obcecada despreocupación por la estrategia y la táctica militar.
Tu vas a pelear y punto. No te importan cuáles son las condiciones en las cuáles irás al combate. Te resbala que el eventual enemigo sea más poderoso que tú. Te es indiferente si la causa por la que te batirás hasta vencer o morir, tiene que ver directamente contigo o con algún desconocido. Total, has participado en tantas guerras que ya no diferencias unas de otras.
Por cierto, hablando de tus anécdotas bélicas, ¿recuerdas aquélla vez que fuiste al cine armado hasta los dientes?. Te habíamos invitado al estreno de Guerra de las Galaxias. Para coger palco tu cara de sorpresa e indignación. No entendías como la gente iba desarmada y además pagaba entrada para participar en la anunciada batalla interestelar. Cómo buen guerrero fuiste preparado al combate. Estoy seguro que lo recuerdas.
Inolvidable aquélla escena que hiciste arengando a los cinéfilos para que aprestaran a luchar contra el lado oscuro de la fuerza. Todo el mundo te pitaba. Solo caíste en cuenta que no se trataba de una guerra verdadera cuando te lanzaron cotufas y refrescos porque no dejabas ver a nadie. Fue una noche para la historia.
Hoy nuevamente acudes al llamado de los tambores de guerra. Los niños cantarán una vez más ese viejo himno que ayudaste a universalizar. Algunas de sus estrofas decían algo así como ¡Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena!, ¡Mambrú se fue a la guerra y no sé cuando vendrá, do re mí, do re fá, no sé cuando vendrá!. Bueno, a lo nuestro.
Me he atrevido a escribirte esta carta sabiendo que estas muy ocupado en los preparativos para esta pintoresca guerra antiimperialista. Es posible que ni la leas, supongo que los entrenamientos militares te tienen con la adrenalina a millón. Pero debo cumplir con mi deber como tu amigo y compatriota. La verdad, no recuerdo en cuantas guerras has participado.
Desde muy pequeño he oído de tus hazañas y he cantado tu himno hasta que estuve un poco mayorcito. Pero lo que sí recuerdo con cierta claridad es tu última participación en un campo de batalla. Atendiste el llamado de los Generalotes argentinos y te alistaste en su ejército para recuperar a las Malvinas de manos de los ingleses. Te sedujo el llamado nacionalista y, aunque no tengas de gaucho ni el acento, te acoplaste a una causa que sentiste como “justa” y “patriota”.
Tampoco olvido que el resultado final fue catastrófico para esa tanguera nación. No tengo porque recordártelo ya que fuiste testigo en primerísima fila de lo asimétrica que fue esa estúpida guerra y de los miles de jóvenes australes que perdieron la vida, seguros de que iban a salir como héroes invictos, tal como se lo prometieron los sátrapas que tenían secuestrado el poder.
Si Mambrú, lo sabes tan bien como yo, esos muchachos ingenuamente creyeron que ofrendaban su vida por la dignidad de la patria, cuando realmente fueron llevados a esa carnicería como conejillos de indias. Fue un macabro experimento que tenía como fin último, distraer a los argentinos de sus propias miserias y nuclearlos alrededor de gobernantes impresentables y sinvergüenzas, aferrados al poder y a la fortuna extraída de las arcas públicas.
Finalmente las fuerzas democráticas los hicieron abandonar lo que tanto anhelaban, pero dejaron para las generaciones futuras a una Argentina quebrada económica y emocionalmente. Dejaron a un país con familias desgarradas por el exilio o la desaparición forzosa de manos de esbirros sin alma y amaestrados para actuar fieramente contra el supuesto enemigo interno.
Un país que todavía hoy, busca en cada rincón a los que ayer fueron arrebatados de sus madres por las manos asesinas. Un país que todavía, después de tantos años de esa desigual e inducida guerra planificada en un siniestro laboratorio, llora a sus muertos y clama por la justicia terrenal a los culpables. Por eso te escribo hoy Mambrú, para que no vayas a cometer el mismo error que cometiste en Argentina. Un abrazo de tu amigo que te aprecia.

lunes, 9 de marzo de 2015

 Venezuela  lloró contigo

Tulio Ramírez
09 de marzo de 2015


Ese día, como todos los días, salvo los fines de semana, llevaba muy temprano a mi hija al colegio y sintonizaba a César Miguel Rondón en su programa radial. César Miguel, como todos lo llamamos aunque nunca hemos jugado metras con él, es el locutor mañanero que se ha convertido en la voz más oída por los caraqueños que quedan atrapados en el tráfico. Ese tráfico endemoniado e indisciplinado, de una ciudad donde los semáforos solo sirven para indicarnos que después de la luz roja viene el momento de los abusos de taxistas, buseteros, motorizados y uno que otro guapetón de barrio. Pero como no hay mal que por bien no venga, esa tortura diaria que es rodar por Caracas en la mañana, nos permite mantenernos informados al escuchar las pocas emisoras de radio que no nos ocultan las noticias. Como es rutina, César Miguel leía los titulares de los diarios que “el azar del señor portero” ordena, como para dejar en claro, en esta Venezuela de la tramparencia, que no tiene ningún interés en privilegiar algún periódico por sobre otro. Salvo los pasquines oficialistas y los diarios deportivos, el resto destacaba como noticia las incidencias del asesinato de Kluiverth Roa, un niño de 14 años que recibió un disparo en la cabeza de manos de un PNB, durante una manifestación que se desarrollaba en el sector Barrio Obrero de San Cristóbal, estado Táchira.

Más allá del estupor y la indignación que nos había ocasionado la noticia ocurrida un par de días atrás, prestábamos atención a la información sobre las interpretaciones que testigos presenciales como voceros del gobierno daban en torno a los hechos. Según los primeros, el niño no estaba involucrado en la manifestación y solo había increpado al que finalmente fue el policía homicida, a que dejara de reprimir a los manifestantes. Refieren estos testigos que bastó esta acción para que el policía asesino hiciera caso omiso a las súplicas del niño Roa para que no lo matase, y le descargase una munición de su arma de reglamento en la cabeza. Por otro lado la versión del gobierno, en boca de un jefe policial de la zona, es totalmente diferente aunque con el mismo lamentable resultado. Declara este funcionario que el policía actuó prácticamente en defensa propia ya que junto a otros de sus colegas, fue embestido por una turba de estudiantes “llenos de odio” quienes los patearon y tumbaron de sus motos. Tal situación apremiante los llevaría a hacer uso del arma de reglamento, disparando uno de ellos al piso e hiriendo fatalmente al joven Roa, quien se encontraba debajo de un automóvil (El-Nacional.com del 25 de febrero de 2015). Para los que oímos a diario a César Miguel, nos es fácil distinguir cuando está o no indignado por alguna noticia de sucesos o declaración oficial. La modulación de su voz y sus pausas alargadas bastan y sobran para saber que tiene atravesada en la garganta una mentada de madre del tamaño de un templo. En fin.

Continúa el programa y César Miguel se comunica telefónicamente con la periodista Eleonora Delgado, a la sazón corresponsal en el estado Táchira de la emisora. La idea era que diera más detalles sobre los sucesos del Táchira, lo cual comenzó a hacer con la objetividad y el profesionalismo a los que nos tiene acostumbrados. El asunto fue que cuando César Miguel le comentó las declaraciones dadas por un altísimo funcionario del establishment  acerca de “las condiciones sospechosas de la muerte de Kluiverth Roa”, a Eleonora se le quebró la voz y no pudo contener un mal disimulado llanto que escuchó toda Venezuela. Confieso que nunca había escuchado a una periodista quebrarse de tal manera, y miren que estoy seguro que más de un motivo han tenido nuestros profesionales de la comunicación en estos 16 años, para contener el llanto y mantenerse incólumes ante los micrófonos o las cámaras de televisión. Pero así sería el inhumano cinismo que encerraban estas declaraciones  que una periodista, tan seria y aplomada como Eleonora Delgado, no pudo ocultar su indignación.

Declaraciones de este tipo están inundando nuestros medios de comunicación  Cada vez son más frecuentes. Así, la descalificación para criminalizar a la víctima, distorsionar los hechos cuando a todas luces está involucrado algún simpatizante del gobierno, mentir para culpabilizar al inocente cuando es opositor al régimen, banalizar lo que escandalizaría a cualquier sociedad y callar para encubrir acciones que ponen en entredicho la honestidad de funcionarios públicos, se han convertido en moneda corriente en este comprobadamente fracasado socialismo del Siglo XXI. No nos debemos acostumbrar al calor de la candela que el gobierno pone en la hornilla, este puede ir subiendo gradualmente hasta cocinarnos sin darnos cuenta. Debemos recuperar la capacidad de indignación. Ah, Eleonora, la Venezuela decente lloró contigo.