lunes, 20 de diciembre de 2021

 

Recuerdos de las navidades prerrevolucionarias, por Tulio Ramírez

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Twitter: @tulioramirezc


Hablar con los jóvenes nacidos en revolución sobre lo que sucedía en las navidades de hace 21 años, es como hablar del pleistoceno. Supongo que tiene que ver con la teoría de la relatividad revolucionaria que dice que todo lo hecho antes de Chávez fue malo aunque haya sido bueno.

Cuando comento a los muchachos sobre lo bueno que fue esa época, la imaginan en blanco y negro, con personajes usando sombreros de pajita y bastón, y peinados con la carrera en el centro. Por supuesto, todo transcurriendo a una velocidad de 75 rpm.

Esa es la magia de la narrativa de la revolución. Según el discurso chavista la modernidad comenzó en 1999. De allí para atrás, todo era monte, culebra, pobreza y quejadera.

Por las festividades, me permitiré hacer un inventario de las tradiciones que hemos perdido gracias a este experimento social que, desafortunadamente, aún no concluye. Son tantas las costumbres perdidas en el tiempo, que se me hará corto el espacio para mencionarlas. Por ello me referiré solo a algunas. 

La patinata. Aunque parezca insólito antes de este impresentable sistema, los muchachos amanecían patinando en las calles de Caracas en la fecha de Misa de Gallo. No había temor a que les robaran los patines, ni la policía los matraqueaba para quitarles lo poco que cargaran encima. Por supuesto, cada vez que lo digo me miran como si fuera un mentiroso desquiciado.

El intercambio de regalos. Mencionar que en estas fechas la gente organizaba intercambios de presentes de manera espontánea, sin chantaje alguno, presiones indebidas o para ganar favores de enchufados, es como contar un cuento de hadas con dragones, Hadas Madrinas, príncipes y princesas. Se disfruta la anécdota pero nadie la cree. 

El amigo secreto. Echo el cuento y piensan que se trata de un amigo enchufado que me aligera el trámite del pasaporte o me facilita un contrato sin licitación. No pueden concebir que alguien regale algo manteniendo en secreto su identidad. Eso de dar algo sin pedir nada a cambio, al parecer, no es una costumbre muy revolucionaria que digamos. 

La cesta navideña. Por hablar de esta tradición, otrora muy arraigada en las empresas productivas, me tildaron de senil. Mis jóvenes interlocutores se preguntan cómo es eso que una “Bolsa CLAP” contuviera tantas cosas inútiles. “¿Esas cosas llamadas almendras, jamón jabugo, turrón, panettone y brandy, se comen?”, “¿si no traía aceite, pasta, frijoles chinos y harina de maíz tipo cal, para qué servía esa caja entonces?”, son las preguntas frecuentes.

La cena navideña. “¿Crees que nos vamos a comer el cuento que en Navidad iba un gentío a una casa a cenar y beber, así sin más?”. “Oye, somos chamos pero no tontos”. Los comprendo. Para ellos la cena navideña se concibe en el estricto núcleo familiar. Eso de invitar gente a comer lo poco que hay en casa, no está en sus coordenadas de vida.

El tradicional viaje a la playa el 25 para sacarse el ratón. Lo primero es que la palabra ratón no está en su jerga. Adquirir un ratón hoy en día es cosa de gente con plata. Lo de irse a la playa es casi imposible. Los carros están esperando reparación desde hace meses. Si están buenos no hay gasolina, y si están buenos y hay gasolina, no hay plata para comprarse un tostón, una cerveza o un raspao. 

Bueno, afortunadamente aún no nos han quitado la Navidad por decreto, como sí lo hicieron en Cuba, sus iguales. Ya recuperaremos el ambiente de alegría y esperanza que tradicionalmente ha rodeado estas fiestas.

Finalmente, es posible que no haya muchos regalos en la madrugada del 25, pero de lo que si estoy seguro es que en cualquier parte del mundo donde habite un venezolano, habrá, junto al pesebre o el arbolito, una carta dirigida al Niño Dios, pidiendo encarecidamente que se cumpla el milagrito que desea más del 90% de nuestros paisanos.

lunes, 6 de diciembre de 2021

 

Qué difícil es ser opositor en Venezuela, por Tulio Ramírez

Qué difícil es ser opositor en Venezuela
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Twitter: @tulioramirezc


De la Venezuela gomecista hasta los primeros años de la democracia representativa, había claridad sobre la militancia política. El adeco lo era hasta que se muriera, tal como lo afirmó Don Rómulo Betancourt. Los copeyanos o socialcristianos eran fieles a su tolda y a su líder. Poco importaba si no iban a misa y comulgarán.

Los comunistas, por su parte, a pesar de las persecuciones, la cárcel y el exilio, a diferencia de Pedro, el discípulo de Jesús, no esperaban a que el gallo terminara el primer canto, para aseverar con orgullo que eran seguidores del partido del ídem.

Unión Republicana Democrática (no colocó las siglas porque algún lector quedará en el aire), siempre tuvo una fiel militancia y una conducción emblemática en Jóvito Villalba. A pesar de que ese partido se ha venido extinguiendo en el tiempo, todavía se ve a alguien enarbolando una bandera amarilla en las manifestaciones contra el chavismo. Fieles hasta la muerte.

Eran organizaciones políticas sólidas, con doctrina, estatutos y un tribunal disciplinario que distaba de ser mera figura decorativa en el organigrama del partido. Además, todos durante los crueles años perejimenistas, enarbolaron la lucha por la libertad, lo que permitió concretar la lucha unitaria que dio al traste con la última dictadura. Perdón, tuve un lapsus, con la penúltima dictadura.

Con la llegada de la democracia, se multiplicaron las organizaciones políticas y la alternancia en el poder tuvo su espacio, aunque la monopolizaron AD y COPEI por su capacidad organizativa y captación de militantes.

Aun con las dos divisiones de AD (MEP y MIR) y la lucha ideológica de los mozalbetes de COPEI (Araguatos, Avanzados y Astronautas), figuras como la de “abro tienda aparte con los míos porque no me dejan ser el líder”, o la más reciente “si avanzamos, nos dividimos”, no eran las imperantes.

Quizás el enredo se formó luego de la pacificación de Caldera, cuando los partidos PCV y MIR se dividieron y subdividieron en mil pedazos como consecuencia de la derrota de la aventura guerrillera.

Desde ese momento la izquierda se reconfiguró en fragmentos irreconciliables entre sí a pesar de compartir “el mismo ideal”. Así estaban los “prosoviéticos”, “los revisionistas”, “los reformistas”, “los maoístas”, “los seguidores de Kim IL Sun”, los que respaldaban a Albania, “los foquistas”, “los marxistas ecologistas”, “los marxistas que nunca leyeron a Marx”, “los castristas” y un largo etcétera. Por sus diferencias sobre la estrategia para la toma de poder, se ocuparon más de desprestigiarse entre sí que de unir fuerzas. La lucha “contra la clase burguesa”, se convirtió en la lucha contra “los compañeros de clase”. 

Eso que le paso a la izquierda durante los años 70, 80 y 90, le está pasando en la actualidad al movimiento opositor. No solo se ha dividido y subdividido, sino que invierten más energía en enlodar al resto de los líderes y partidos opositores, que en enfrentarse al gobierno.

Entre ellos se acusan de “alacranes colaboracionistas”, “electoreros colaboracionistas”, “abstencionistas colaboracionistas”, “usurpadores colaboracionistas”, “divisionistas colaboracionistas”, “cohabitantes colaboracionistas” o simplemente “colaboracionistas”. De tal manera que, si te identificas con alguna de las posiciones opositores, serás acusado irremediablemente de “colaboracionista”.

Si no me cree apreciado lector, llénese de valor y exprese en el twitter su opinión sobre cómo salir de Maduro y verá como se lo comen vivo. Pero no le caerán encima los chavistas, porque ellos ya ni opinan, le dirán hasta del mal que morirá, aquellos que comparten con usted el deseo de salir del régimen. Definitivamente, qué difícil es ser opositor en Venezuela.