lunes, 9 de noviembre de 2020

 

Carta a mí mismo, por Tulio Ramírez

Carta a mi mismo

Twitter: @tulioramirezc


Es común que los articulistas escriban cartas dirigidas a Dios, al Papa, al niño Jesús, a los presidentes, a Trump, a José Gregorio, a los marcianos, a la mula, al buey, o a seres que pertenecen a la leyenda urbana nacional, como Pacheco, el Enano de San Agustín, el Ánima Sola, el Dr. Knoche, entre otros. En todas ellas se solicita lo que no se ha podido lograr con la acción propia o colectiva: “Que caiga el gobierno”, “ayúdame a darle un palo al 5 y 6”, “que invadan por favor”, “que llueva café en el campo”, son algunas de las peticiones más frecuentes.

En esta oportunidad no voy a seguir la tradición. Además, en ocasiones he escrito algunas de esas misivas sin recibir respuesta alguna. Por eso, hoy voy a escribir una carta inédita por el remitente y el destinatario. Me escribiré a mí mismo, pero desde los zapatos de un militante y convencido rojo rojito. 

¿Qué estoy medio loco?, pues sí, más bien diría que loco entero. Entre la pandemia, el miserable sueldo, unos perros que no dejan títere con cabeza y un gobierno que parece el doble de Shakira, es lo menos que me puede suceder. Vamos a lo que vinimos.

Apreciado profesor, le escribo estas líneas no desde la rabia que me da recibir casi a diario su chalequeo por las diferentes redes sociales; enrostrarnos a cada rato que nuestro gobierno revolucionario es inepto, corrupto, represor, hambreador y dictatorial. No es como para enviarle flores o tarjetas de buenos deseos, pero sí me obliga a contestarle públicamente de manera decente y comedida. Aunque usted no lo crea, profesor, sí existen camaradas capaces de escribir una carta sin mentir, amenazar y sin errores ortográficos.

Que el país está mal, no se lo niego, yo tampoco recibo un buen sueldo. Pero usted no puede negar que la caja CLAP ha evitado que muchos venezolanos mueran de hambre. Por supuesto, nuestro Comandante en Jefe, cuando la concibió, la pensó con los mejores productos del mercado. No es nuestra culpa que las langostas no puedan conservarse vivas tanto tiempo fuera del agua o que el vino tinto se ponga rancio si recibe demasiado sol; mucho menos que el queso gruyere se ponga piche por la humedad de los almacenes.

Usted siempre acusa al gobierno de haber entregado al país a los chinos, cubanos, iraníes, rusos, guyaneses, kazajos, azerbaiyanos y maracuchos. Definitivamente, usted no ha comprendido lo que es la solidaridad internacional. A esos musiús usted ni los siente ni los ve. No como esos gringos que se robaron nuestro petróleo por tres lochas y no dejaron nada en el país. Claro, salvo unas instalaciones petroleras arrechísimas que nos hemos encargado de destruir para eliminar de la memoria de nuestro amado pueblo esa nefasta influencia.  

Usted nos la tiene montada con eso de los sueldos de los maestros y profesores universitarios. Nada más injusto. Durante la época prerrevolucionaria los docentes tuvieron sueldos  majunches. Siempre se quejaban, es lógico, pero nunca se plantearon tumbar al gobierno. Para ejercer esa profesión hay que acostumbrarse a la pobreza y tener mucha vocación. Nuestro gobierno no será el que desnaturalice el ejercicio de ese noble apostolado.

Por lo que se advierte, usted lo que quiere es que los docentes ganen más para que se distraigan de sus obligaciones y pierdan su milenaria condición de apóstoles de la enseñanza. Un maestro bien comido corre el riesgo de convertirse en un contrarrevolucionario y nosotros, por su bien, no lo llevaremos a esa condición. ¿Usted como que nunca ha leído el pensamiento educativo del Comandante?

Sobre las acusaciones de corrupción y represores, no le contestaré. Son infundios que de tanto repetirse algún tonto se los creerá. Nuestros líderes aman la austeridad y respetan la opinión contraria. Por eso todos los aman. No confunda represión con mantener la paz. De allí nuestro empeño en tener más policías que civiles, así es más fácil cuidar a los ciudadanos de ellos mismos y de gente como usted.

Finalmente, mi apreciado profesor, siga escribiendo sus pendejadas, que afortunadamente a usted nadie lo lee, salvo yo. Y lo leo porque no me queda otra, ya que soy usted. ¡Patria o muerte! Saludos.

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