Por qué iré a la Marcha del 1S
La gente se cansó de tanta corrupción,
impunidad, escasez, inseguridad, improvisación, mentiras, promesas
incumplidas, negligencia, prepotencia, injusticia, torpeza, abuso de
poder, nepotismo, mediocridad, falta de probidad, irresponsabilidad y,
sobre todo, de que lo creyeran pendejo
Todas las encuestas
evidencian que el pueblo le quito al gobierno la escalera y lo dejó
sosteniéndose solo de una brocha institucional secuestrada por un grupo
de adláteres uniformados y civiles. La gente se cansó de tanta
corrupción, impunidad, escasez, inseguridad, improvisación, mentiras,
promesas incumplidas, negligencia, prepotencia, injusticia, torpeza,
abuso de poder, nepotismo, mediocridad, falta de probidad,
irresponsabilidad y, sobre todo, de que lo creyeran pendejo.
“Está bueno el cilantro, pero no tanto”,
comentó una joven señora en la cola que hicimos para ver si nos vendían
algo. Yolimar, como dijo llamarse, llegó a las 12:30 de la madrugada a
hacer la fila en una conocida cadena de venta de víveres ubicada en la
urbanización Santa Fe. Venía de El Tanque, uno de los tantos Barrios
ubicados en los cerros de Petare. Me aclaró que no era Bachaquera,
cuestión que constaté al verle una criaturita de menos de un año en
brazos. Atravesó la ciudad corriendo todos los riesgos, porque le
dijeron que hoy “sacarían” leche y pañales en ese establecimiento. “Toda
mi familia era chavista. Hace 5 años nos prometieron una vivienda.
Pagamos unos reales y nos engañaron. Estamos peor cada día”.
Rafael, un amigo de la infancia, después
de una larga odisea fue hospitalizado en el Hospital Clínico
Universitario. Le fue descubierta una terrible enfermedad. Lo visitaba a
diario. Pude constatar el estado de abandono de ese centro de salud
dominado por los Colectivos del Gobierno. Más allá de la voluntad
incansable del personal médico y paramédico, la falta de mantenimiento,
insumos médicos y materiales de limpieza lo convirtieron en un depósito
de enfermos. En una de mis visitas observo que la cama de José Luís
estaba vacía. Me informan que fue dado de alta. Llamo a su teléfono y me
aclara, “no, no estoy curado, me enviaron para la casa porque no tienen
como darme comida ni tienen los medicamentos para la quimioterapia”.
José Luís es vigilante en una escuela oficial.
Berta, caraqueña de mediana edad,
jubilada de la Alcaldía, tiene una carpeta llena de papeles y en uno de
sus bolsos, varios de esos familiares tubos negros donde se resguardan
los Títulos universitarios. Espera su turno para legalizar los
documentos. Le pregunto si va a realizar estudios en el exterior. “Yo
no, pero estoy haciendo un enorme esfuerzo por mandar a dos hijos a
estudiar fuera”. Le pido me indique que tan complejos son los trámites.
“Me los conozco de memoria”, dijo mirando fijamente a ninguna parte,
“hace exactamente 6 meses hice esta misma diligencia para mi hijo mayor y
no alcanzó a irse porque me lo mataron en un asalto. A los que me
quedan les quiero salvar la vida”.
Estoy en la farmacia buscando mi
medicina para la diabetes. Como es de esperarse en estos tiempos de
revolución socialista, no las consigo. A mi lado una señora tiene un
récipe muy arrugado en la mano. Busca su medicamento para la tensión. Le
comento que no sé como hace la gente que trabaja para buscar medicinas y
alimentos. “Por eso no tengo problemas”, me responde, “después de 25
años y 5 meses de servicio en la administración pública y estando de
reposo médico, fui botada por haber firmado para el revocatorio. Había
entregado mis papeles solicitando la jubilación apenas una semana antes,
y lo peor es que a mi esposo lo cesantearon por cierre de la empresa
donde trabajaba. No sé qué va a ser de nosotros”. Ana, así se llama, se
despide secándose una lágrima provocada por la indignación y la
tristeza.
No hay que ser un etnógrafo para
entender porqué el pueblo le volteó el santo al gobierno. La dura
realidad ha sido la mejor arma para contrarrestar la propaganda y la
ideología. La gente ya no soporta. Son muy pocos los que todavía creen.
No pasan de 20% y cada día se reducen más. Al gobierno no le queda otro
recurso que infundir miedo y represión. Por eso el Presidente amenaza
con sorpresas para el 1 de septiembre, día de la marcha para exigir el
revocatorio para el 2016. Confía en que esta amenaza paralizará a los
descontentos. Quizás esto surta efecto para algunos, pero por casos como
los de Yolimar, Rafael, Berta y Ana superaré todos esos miedos e iré a
la marcha del 01S.
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