lunes, 7 de febrero de 2022

 

La revolución y los nuevos hábitos socialistas, por Tulio Ramírez

La revolución y los nuevos hábitos socialistas
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Twitter: @tulioramirezc


La revolución nos ha estado cambiando la vida poco a poco. Su impronta ha impactado el mundo de la moda, el mercado laboral, los tradicionales proyectos de vida, las vocaciones, las preferencias profesionales, las relaciones familiares, los modos de celebrar acontecimientos, pasar vacaciones, la alimentación y hasta la manera de relacionarse con vecinos y amigos.

Como revolución “liberadora y profundamente humanista” que llegó para quedarse hasta el fin de los tiempos, asume que todo lo anterior al nacimiento del “Nuevo Régimen” siempre estuvo contaminado por las perversidades propias de las sociedades capitalistas. Así, el consumismo, el egoísmo, el individualismo, el mercantilismo y todo lo que termine en “ismo” hay que defenestrarlo de nuestras vidas. Menos el socialismo, claro está.

Según la narrativa revolucionaria, esos hábitos burgueses que nos han llevado a la máxima expresión del hedonismo, deben ser reprimidos. Es la única forma de dar paso al Hombre Nuevo. Por supuesto, como la carne es débil, es necesario que el gobierno y el partido pongan de su parte para que logremos conseguir el estado de nirvana que significa vivir en socialismo.

Por mencionar solo un ejemplo, para contrarrestar el vicio del consumismo lo mejor es bajar la oferta de productos suntuosos como el arroz, hasta llevarlo a la escasez. Al principio pegará el síndrome de abstinencia, pero el cuerpo finalmente se acostumbra. Salir de un vicio tan arraigado como comer tres veces al día, exige férrea voluntad revolucionaria para resistirlo y vencerlo.

Afortunadamente algunas costumbres aristocráticas han ido desapareciendo poco a poco. Nos estamos liberando de conductas que desarrollábamos para simular una falsa felicidad ante los demás y ante nosotros mismos. Muchas veces creímos ser felices por tales eventos. Pero la verdad, sin percatarnos, le estábamos haciendo el juego al enemigo de clase.

Ya podemos presentar algunos logros. Por ejemplo, ya se acabó esa costumbre burguesa de estar dando regalos en los cumpleaños, bautizos y bodas. Gracias a la revolución nos liberamos de esa obligación. La cosa ha cambiado tanto que hasta el homenajeado nos excusa: “Tranquilo, no te preocupes, yo sé que la vaina esta jodida, con tu presencia basta”.

La revolución también nos liberó de las benditas reuniones de Tupper Ware. Ya no tendremos que estar comprometiendo a los vecinos para que compren esos envases de plástico como mecanismo para podernos ganar uno de gratis.

Gracias a la peladera de bolas, resolvimos el problema coleccionando cuanto pote de mantequilla, frasco de mayonesa, botella plástica de refresco. Una vez consumido su contenido, se lavan y se guardan en la alacena para su reúso. Ahora podemos regalar a nuestros invitados los pedazos de torta, raciones de mondongo o restos de chupe sin estar pasando pena al recordarle que “por favor no se te olvide regresarme el pote, mira que es un Tupper, son muy caros”.

Hasta los bodegueros de Barrio salieron beneficiados. Esa descapitalizadora y antieconómica tradición de estar dando “la ñapa” a cuanto carajito iba a comprar la vitualla para el almuerzo, pasó a la historia. Ahora el bodeguero es quien se gana la ñapa, colocando el precio de los productos en dólares y cobrando en bolívares a cualquier tasa, menos a la del Banco Central.

Estos beneficios no se ven al principio, pero con el tiempo (para el 2064 más o menos), formarán parte natural de nuestra cotidianidad. Aprenderemos a vivir con lo necesario para evitar la recaída del envilecedor consumismo. Eso es lo que hemos ganado con la revolución. Por supuesto, con respecto a los líderes del proceso y su forma de vida, ciertas condiciones aplican.

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