lunes, 17 de agosto de 2020

 

¿Cómo no recordar a Hugo?, por Tulio Ramírez

@tulioramirezc


Me levanté esta mañana y me pregunté, ¿por qué yo no puedo participar en el concurso Una Carta de Amor para Hugo? Este evento tan peculiar es organizado por el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Eterno Hugo Chávez. Al fin y al cabo nunca he participado en un concurso literario y sé, que escribiendo quincenalmente esta columna, más allá de la satisfacción personal, nunca voy a ganar ningún premio. ¿Por qué no aprovechar entonces?

No se escandalice amigo lector, aunque a usted le parezca extraño, nuestro interés tiene sentido. El ritmo de mi vida en los últimos 20 años ha estado asociado a Hugo y su obra. Hay lazos, aunque no necesariamente de amor. Es posible que, por aquél famoso paso que acorta sentimientos originalmente encontrados, termine queriéndolo más que a un hijo. Lo que es inobjetable es que acumuló méritos de sobra para recordarlo por el resto de mi existencia.

Por ejemplo, de no haber sido por Hugo, mi vida de profesor jubilado de la UCV, quizás hubiese transcurrido plácidamente en Margarita, frente a la playa, gastándome la pensión en el Bingo o en un buen whisky del Puerto Libre. Hubiese sido una suerte de exilio voluntaria, olvidado por todos, menos por aquellos amigos que siempre han estado dispuestos a que les brinde y, por supuesto, por mis fieles acreedores. Pero ese destino siempre soñado, se truncó por su culpa y hoy estoy obligado a trabajar el doble para medio subsistir.

Hugo trastocó todos esos planes de vida. Desde muy temprano, por allá por el 2001, comencé a alejarme de la pacifica rutina profesoral para convertirme en un permanente crítico y activista de toda causa que se propusiera denunciar su mal gobierno y el atropello permanente a quienes no comulgaban con su para entonces, fracasado experimento social. Allí comenzó todo. ¿Cómo olvidarlo?

Es fácil de entender por qué tengo suficientes razones para recordarlo. Por su verbo resentido perdí parte de mis amigos ya que no podían tolerar que alguien como yo, un izquierdista de toda la vida, no comulgara con un proyecto político basado en la sumisión de los leales y el odio a los disidentes.

Pasamos de la lucha de clases a la lucha entre panas. Desde ese momento dejamos de pedir sillas adicionales en la Tasca de Rubén. La Peña se redujo considerablemente.

Cómo olvidar que por su culpa parte de mi familia se fue del país huyendo de la pobreza y el desempleo. Una de mis hijas se casó en el exterior y ni siquiera pudimos asistir a la boda por falta de dinero. Mi pensión como jubilado apenas alcanza para 3 o 4 productos de la Cesta Básica y mi último par de zapatos los compre hace 10 años. Ni hablar de un pantalón o una camisa, no recuerdo cuando fue la última vez que estrené.

Cómo olvidarme de Hugo si por sus nefastas políticas económicas varios colegas profesores murieron por no tener como costear una atención decente. Otros mueren lentamente por no tener como costear sus tratamientos, y el resto, los que están en mejor condición, deambulan esqueléticos por la falta de nutrientes. Son científicos e intelectuales que dejaron de comprar libros desde hace muchos años, porque la prioridad es mantenerse con vida consumiendo el escaso alimento que con su magro sueldo, puedan adquirir.

Pero, ¿cómo no recordar a Hugo? Por su obra pasamos de ser el país más cotizado para la inmigración en América latina a un país que genera sentimientos de lástima en nuestros vecinos, por su desdichada suerte. Un país que se ha convertido en un inmenso Ghetto de donde es casi imposible salir para buscar oportunidades dignas de vida.

A esto se agrega que ahora nuestros compatriotas no pueden regresar porque son tratados como parias que representan un peligro para sus propios paisanos.

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