Y si nos va bien, pues, nos dividimos
Ahora bien, bastó que se diera ese triunfo para
que la, hasta ese momento, alianza triunfadora comenzara a desvariar
sobre las fórmulas para desalojar del poder a Maduro junto a su combo de
sancionados
Cuentan
los analistas de cafetín que cuando se implantó la política de
pacificación por parte del presidente Caldera en su primer gobierno, se
generó una diatriba en los mandos guerrilleros sobre la conveniencia o
no de dejar la montaña e incorporarse a la lucha política abierta. Esta
discusión trajo como consecuencia que se crearan facciones que asumían
que acogerse a la pacificación era traicionar los ideales
revolucionarios, mientras que otros sectores prefirieron incorporarse a
la legalidad como una opción real de poder.
Al final del día un archipiélago de
grupos y grupitos alzados en armas se quedaron en la lucha clandestina,
mientras que otro grupo de partidos y partiditos de inspiración
marxista, escogieron la vía democrática para vender la idea de construir
una sociedad sin clases sin recurrir al exterminio del que piensa
distinto. Esta es quizás la primera experiencia de fraccionamiento,
división y trompadas ideológicas que conoció nuestro acontecer político
vernáculo en la era moderna. Luego vendría la división del AD que dio
nacimiento al MEP, aunque no por razones ideológicas sino por la lucha
entre grupos internos por el dominio del poder partidista.
No hay que ser un sabiondo de la
política para entender que el Big Bang de la izquierda venezolana fue
producto de la derrota de la lucha armada. De fraternos camaradas
pasaron a acusarse de renegados, dogmáticos, stalinistas, pequeños
burgueses, revisionistas, anárquicos, ultraizquierdistas y reformistas.
No hubo epíteto que no se utilizara para enjuiciar al otro. Hoy en día
estamos observando la misma situación entre los llamados factores o
partidos de oposición al gobierno impresentable de Nicolás Maduro. La
derrota en unas elecciones regionales de dudosa transparencia, ha
destapado los demonios en ese sector de la política venezolana.
A diferencia de los soñadores de
izquierda de los 60, cuya derrota siempre estuvo cantada por nunca haber
tenido el apoyo del pueblo, la oposición agrupada en la MUD logró, por
lo menos desde 2013 al 2015, conectar con el deseo general de cambio que
transpiraba la mayoría de los venezolanos. El resultado de esa conexión
fue la paliza propinada al régimen chavista en las elecciones
parlamentarias. Ahora bien, bastó que se diera ese triunfo para que la,
hasta ese momento, alianza triunfadora comenzara a desvariar sobre las
fórmulas para desalojar del poder a Maduro junto a su combo de
sancionados.
Qué en 6 meses el mandado está hecho,
dijo Ramos Allup, sin especificar cómo se comía eso; que, si mejor y más
rápido es con una constituyente, dijeron algunos juristas; que no, que
el cobre se bate en la calle, dijeron Leopoldo y María Corina; que no
vale, que el revocatorio es lo más expedito, dijeron los justicieros. En
eso se nos fueron los primeros meses del 2016 y las doñas del CNE
aprovecharon esa indecisión para alargar la convocatoria, colocar todas
las trabas y hacer ilusorio ese derecho establecido en la constitución.
Al final no se logró, y quedo la facturita pendiente. Ramón Guillermo
Aveledo fue el chivo expiatorio y pagó los platos rotos. Nombraron a
Chuo Torrealba, quien con mucho decoro asumió la responsabilidad de
tratar de dominar las pasiones de todos los sectores y ser el vocero de
la MUD.
En 2017 Maduro nos madruga con una
convocatoria inconstitucional a una Asamblea Constituyente y no faltó
quien dijera que se debía participar en esas elecciones. Finalmente se
impuso la postura de no hacerlo, pero quedaron algunos resentimientos.
La guinda de la torta fueron las elecciones regionales. Fue imposible
una sola estrategia para afrontar con la misma fuerza de las
parlamentarias, a esta nueva contienda electoral. Hubo un sector que
entendió que con la abstención se ganaba más que participando. Otro
sector entendió que si no participaba se perdía más de lo que se ganaba.
La guerra de posiciones fue feroz. Por otra parte, costó un mundo
llegar a acuerdos sobre los candidatos, hubo que ir a primarias en la
mayoría de los estados, y en la campaña electoral se dijeron de todo.
Otra facturita pendiente. Ahora, después de ganar 5 gobernaciones (una
sexta, pendiente), tampoco hay acuerdo sobre presentarse o no ante la
ANC para poder ejercer el cargo de gobernador. Unos dicen que lo hacen
por solicitud del pueblo y el otro dice que no lo hace por solicitud del
pueblo. Y sobre el megafraude, unos dicen que no hubo y otros que sí.
Vaya usted a saber.
Total, que más allá de las
consideraciones sobre quien o quienes tuvieron la razón, podría
aplicarse aquella frase que la leyenda urbana de la política venezolana
atribuye a un connotado líder de la izquierda decimonónica de los años
60. Este legendario comandante, después de logrado el acuerdo de unión
entre varios partidos de izquierda para ir en comandita a una campaña
electoral por la presidencia de la República, dijo: “y si nos va bien,
pues, nos dividimos”.
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