Voto por ver
Cuando éramos un país con una democracia más o
menos normal, la contienda electoral se asimilaba a un juego
Caracas-Magallanes
Para
la gran mayoría de los venezolanos las elecciones siempre han tenido
cierto sentido de apuesta. Cuando éramos un país con una democracia más o
menos normal, la contienda electoral se asimilaba a un juego
Caracas-Magallanes, por supuesto la participación de otros candidatos
animaban el asunto pero la atención se concentraba en los dos partidos
que monopolizaban las simpatías de los votantes.
Si bien es cierto que adecos y copeyanos
se batían en un contrapunteo que a veces llegaba a situaciones de
extremado fanatismo haciendo relucir trompadas, mentadas de madre y
botellazos, eran casos aislados producto de unos tragos mal bebidos o de
provocaciones de los jodedores de la cuadra. Al igual que la de
caraquistas y magallaneros, era una rivalidad que sabía hasta donde
tensar la cuerda. De hecho, no era impedimento para casamientos,
compadrazgos y mucho menos para formar parejas en el juego de dominó o
para sellar el cuadrito en comandita los domingos en la mañana.
Recuerdo que un par de semanas luego de
cada elección, retornaba al barrio la convivencia sin revanchismos o
triunfalismos odiosos y antipáticos. Y en eso incluyo a los comunistas
quienes, aunque le parezca mentira a los jóvenes lectores de hoy, eran
los que más civilizada y democráticamente acogían los resultados. La
estruendosa derrota de la lucha armada en la década de los sesenta y la
convocatoria a participar en paz en el juego democrático, los hizo
ciudadanos muy críticos, es cierto, pero muy respetables gracias a la
oportunidad recibida para hacer aportes en la política, la ciencia y la
cultura.
Eran los años en que Venezuela, sin
ningún prurito por diferencias ideológicas, acogía a los desterrados de
los países donde se habían impuesto dictaduras de derecha o de
izquierda. Todos tuvieron espacio en esta tierra de tolerancia y de
oportunidades. Desde militantes de la izquierda radical chilena,
montoneros argentinos, tupamaros uruguayos, y guerrilleros
nicaragüenses, hasta disidentes y perseguidos por la Cuba marxista de
los Castro. Absolutamente todos fueron recibidos sin pedir más
condiciones que la de integrarse en paz a nuestra cotidianidad
democrática.
Eran tiempos en que hacer política no
constituía ningún riesgo. Todavía, hasta 1998, asistir a una
concentración o un mitin partidista era una actividad tan natural que
asistían familias enteras, incluida la abuela de 90 años dispuesta a
abalanzarse al líder de turno para estamparle un beso en la frente y
darle la bendición. Se completaba la escena con el candidato arrodillado
esperando la foto que saldría en la primera página de los diarios más
importantes del país. Definitivamente eran otros tiempos.
El chavismo acabó con esa Venezuela. La
política pasó de ser una confrontación cívica y democrática a
convertirse en una actividad destinada a eliminar al otro por cualquier
medio, incluida la persecución, la inhabilitación, la prisión o hasta la
muerte. El argumento de la fulana lucha de clases ha servido para
justificar atropellos, abusos de poder, violación de derechos humanos,
torcer la ley, irrespetar la constitución, quebrantar acuerdos, castigar
disidencias y para el uso discrecional de los dineros de todos los
venezolanos, para provecho propio o de terceros. Con el cuento de la
democracia popular desdibujaron la democracia ciudadana.
La Asamblea Nacional de hoy se ha
convertido en la máxima expresión de esa manera despótica de hacer
política. Los abusos son el plato fuerte de cada día. Y no me refiero
solamente a la conformación de la Directiva del parlamento y de las
comisiones, donde se irrespetó la representación de la oposición al no
asignarle ningún cargo, también hay que agregar el continuo irrespeto
del Reglamento Interior y de Debates, o la vista gorda ante la agresión
física y criminal a Diputados de la oposición en pleno recinto y a la
vista de todos, porque fue televisada.
Pero a mi entender de los mayores
atropellos al pueblo venezolano realizados desde la Asamblea Nacional
han sido, por una parte, la actitud negligente y cómplice de la mayoría
chavista al negarse a interpelar a los ministros para que rindan cuentas
de sus actos, y por la otra, el negarse de manera reiterada a toda
investigación de corrupción hecha por los diputados opositores. Esto
último es el peor daño que le han hecho al país. Han sido 5 años de
complicidad estrecha con la corrupción.
Es por todo esto que estas próximas
elecciones parlamentarias tienen un sabor especial. Todo lo demás se
podrá comprar con la tarjeta de crédito aquélla, pero ver a los abusivos
diputados rojitos de la actual Asamblea perder estrepitosamente las
elecciones, no tiene precio. Si en el póker los jugadores resteados
pagan por ver la mano de quien se sospecha blufea, en estas elecciones
votaré solo para ver la cara del actual Presidente de la Asamblea
Nacional al enterarse de la paliza recibida por el pueblo venezolano
como castigo a la barbarie y al abuso descarado.
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