lunes, 30 de noviembre de 2015

Voto por ver

Caldera-Pérez

Cuando éramos un país con una democracia más o menos normal, la contienda electoral se asimilaba a un juego Caracas-Magallanes
Para la gran mayoría de los venezolanos las elecciones siempre han tenido cierto sentido de apuesta. Cuando éramos un país con una democracia más o menos normal, la contienda electoral se asimilaba a un juego Caracas-Magallanes, por supuesto la participación de otros candidatos animaban el asunto pero la atención se concentraba en los dos partidos que monopolizaban las simpatías de los votantes.
Si bien es cierto que adecos y copeyanos se batían en un contrapunteo que a veces llegaba a situaciones de extremado fanatismo haciendo relucir trompadas, mentadas de madre y botellazos, eran casos aislados producto de unos tragos mal bebidos o de provocaciones de los jodedores de la cuadra. Al igual que la de caraquistas y magallaneros, era una rivalidad que sabía hasta donde tensar la cuerda. De hecho, no era impedimento para casamientos, compadrazgos y mucho menos para formar parejas en el juego de dominó o para sellar el cuadrito en comandita los domingos en la mañana.

Recuerdo que un par de semanas luego de cada elección, retornaba al barrio la convivencia sin revanchismos o triunfalismos odiosos y antipáticos. Y en eso incluyo a los comunistas quienes, aunque le parezca mentira a los jóvenes lectores de hoy, eran los que más civilizada y democráticamente acogían los resultados. La estruendosa derrota de la lucha armada en la década de los sesenta y la convocatoria a participar en paz en el juego democrático, los hizo ciudadanos muy críticos, es cierto, pero muy respetables gracias a la oportunidad recibida para hacer aportes en la política, la ciencia y la cultura.
Eran los años en que Venezuela, sin ningún prurito por diferencias ideológicas, acogía a los desterrados de los países donde se habían impuesto dictaduras de derecha o de izquierda. Todos tuvieron espacio en esta tierra de tolerancia y de oportunidades. Desde militantes de la izquierda radical chilena, montoneros argentinos, tupamaros uruguayos, y guerrilleros nicaragüenses, hasta disidentes y perseguidos por la Cuba marxista de los Castro. Absolutamente todos fueron recibidos sin pedir más condiciones que la de integrarse en paz a nuestra cotidianidad democrática.

Eran tiempos en que hacer política no constituía ningún riesgo. Todavía, hasta 1998, asistir a una concentración o un mitin partidista era una actividad tan natural que asistían familias enteras, incluida la abuela de 90 años dispuesta a abalanzarse al líder de turno para estamparle un beso en la frente y darle la bendición. Se completaba la escena con el candidato arrodillado esperando la foto que saldría en la primera página de los diarios más importantes del país. Definitivamente eran otros tiempos.
El chavismo acabó con esa Venezuela. La política pasó de ser una confrontación cívica y democrática a convertirse en una actividad destinada a eliminar al otro por cualquier medio, incluida la persecución, la inhabilitación, la prisión o hasta la muerte. El argumento de la fulana lucha de clases ha servido para justificar atropellos, abusos de poder, violación de derechos humanos, torcer la ley, irrespetar la constitución, quebrantar acuerdos, castigar disidencias y para el uso discrecional de los dineros de todos los venezolanos, para provecho propio o de terceros. Con el cuento de la democracia popular desdibujaron la democracia ciudadana.

La Asamblea Nacional de hoy se ha convertido en la máxima expresión de esa manera despótica de hacer política. Los abusos son el plato fuerte de cada día. Y no me refiero solamente a la conformación de la Directiva del parlamento y de las comisiones, donde se irrespetó la representación de la oposición al no asignarle ningún cargo, también hay que agregar el continuo irrespeto del Reglamento Interior y de Debates, o la vista gorda ante la agresión física y criminal a Diputados de la oposición en pleno recinto y a la vista de todos, porque fue televisada.

Pero a mi entender de los mayores atropellos al pueblo venezolano realizados desde la Asamblea Nacional han sido, por una parte, la actitud negligente y cómplice de la mayoría chavista al negarse a interpelar a los ministros para que rindan cuentas de sus actos, y por la otra, el negarse de manera reiterada a toda investigación de corrupción hecha por los diputados opositores. Esto último es el peor daño que le han hecho al país. Han sido 5 años de complicidad estrecha con la corrupción.

Es por todo esto que estas próximas elecciones parlamentarias tienen un sabor especial. Todo lo demás se podrá comprar con la tarjeta de crédito aquélla, pero ver a los abusivos diputados rojitos de la actual Asamblea perder estrepitosamente las elecciones, no tiene precio. Si en el póker los jugadores resteados pagan por ver la mano de quien se sospecha blufea, en estas elecciones votaré solo para ver la cara del actual Presidente de la Asamblea Nacional al enterarse de la paliza recibida por el pueblo venezolano como castigo a la barbarie y al abuso descarado.

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