lunes, 16 de abril de 2018


Caracas en autobús, por Tulio Ramírez

 
Autor: Tulio Ramírez | @tulioramirezc

Por razones que no vienen al caso comentar, me tocó hacer un periplo en autobús de Petare a Catia. Recuerdo que la última vez que lo hice tenía los 18 años cumplidos y fue por motivos laborales. Debía hacer una suplencia como operador de la central telefónica en el Hospital Pediátrico Elías Toro, centro de salud ubicado diagonal al famoso Médico Asesino, a la sazón, el expendio de la más sabrosa guarapita de la época.

Por solo 5 bolívares (de los buenos, o sea de los de antes de la revolución), podías hacerte de esta bebida espirituosa, preparada con base a una variedad de frutas que potenciaban su poder embriagante, lo que cautivaba a cuanto borrachito pobre había en la ciudad. Este ejemplo de emprendeduría popular, estaba ubicado en la calle Colombia de ese populoso sector del oeste de Caracas. Disculpen, trataré de no dispersarme.

Recuerdo que ese trayecto, el cual hice en más de una oportunidad durante esos pujantes años 70, me permitieron descubrir una ciudad que estaba abriéndose paso a la modernidad, gracias a unos recursos petroleros que se invirtieron en obras, educación y servicios, atrayendo la inversión privada y por lo tanto impulsando el empleo productivo.

¿Que había corrupción?, pues claro, nadie lo niega. Lo que habría que ver, es si fue tan escandalosa y abierta como la de ahora. No trato de minimizar la de antes, pero evidentemente la de ahora es tan grosera y ofensiva que no admite comparación ni con los tradicionales gobiernos más corruptos del mundo.
Comenzaba mi periplo tomando el autobús a la altura de Las Torres de Petare en la avenida Francisco de Miranda. Partíamos rumbo a Chacaíto donde debía hacer el trasbordo para tomar el que me llevaría a la Plaza Pérez Bonalde en Catia. En ambos colectivos gastaba la bicoca de un real (para los más jóvenes, eso era la mitad de un bolívar). Procuraba sentarme del lado de la ventana para admirar esa ciudad boyante y llena de contrastes.

En el paisaje se entremezclaban las edificaciones de la Caracas de antaño, con las levantadas en los años 50 y los grandes edificios que ya comenzaban a ocupar muchos espacios. Lugares emblemáticos de ese trayecto era el Centro Comercial Los Ruices, allí estaba Radio Capital, la emisora más escuchada por los jóvenes rebeldes de la época.

Un sueño era la recta para entrar a la zona de los Parques Miranda y del Este. El Bus aceleraba desde los Dos Caminos a los Palos Grandes ya que no había parada alguna que lo detuviera. Solo frenaba en el Parque Miranda, lo cual aprovechaba para observar a los chipilines jugar beisbol y la enorme y concurrida piscina ubicada inmediatamente después del coso beisbolero y que era sede de una escuela de natación abierta al público.

Llegar a los Palos Grandes, Altamira y Chacao, era llegar a la modernidad. Eran las zonas de grandes edificios, comercios por doquier y de multitudes deambulando tras la búsqueda de la última licuadora, el aire acondicionado silencioso, el equipo de sonido con sensurround o algún instrumento musical.

Llegar a Chacaíto era literalmente llegar a una frontera siempre concurrida. Allí estaba un Centro Comercial que nos trasladaba a los ambientes londinenses o neoyorquinos. La juventud de pantalones campana y melena se reunían en la Drugstore para comer enormes perros calientes y escuchar la música que “sacudió al mundo”, como diría Napoleón Bravo o Iván Loscher, desde Radio Capital.
De la avenida Casanova hasta Plaza Venezuela se bordeaba el Boulevard de Sabana Grande. Era el sector de las tiendas de moda como Carnaby, también de las Tascas, los buenos restaurantes, Discotecas y del Gran Café, lugar este que fue testigo de grandes conspiraciones políticas, de profundas discusiones epistemológicas sobre la mortalidad del cangrejo y de encuentros de novios planificando su futuro en Venezuela, nunca en el exterior.

Finalmente, el trayecto de la avenida Sucre hasta El Cuartel, era el trayecto de lo popular, de la salsa, el guaguancó, de la Dimensión Latina, de La Fania All Star y de las mueblerías de los árabes donde se compraba más barato que en la fábrica, después de un regateo inteligente.
Hice el mismo trayecto hace unos 15 días, casi 42 años después de ese mi primer viaje. Todo ha cambiado. La Caracas que describo desapareció.

Desde la ventana del destartalado autobús, observé una ciudad en ruinas, triste y sucia. Parecía una ciudad recién saqueada. El socialismo se encargó de destruirla dejando ver sus harapos y sus carnes macilentas. Es casi una réplica de La Habana, con sus negocios cerrados o mal abastecidos, con gente ociosa jugando dominó en las aceras, con niños pidiendo a quien no tiene nada que dar o hurgando en la basura tratando de encontrar algún alimento en buen estado.

La ciudad se apagó y está quedando sola, ya ni tráfico hay. Se está convirtiendo en la Ortiz de Casas Muertas. Confieso que me deprime andar en Metro, pero voy a tener que seguir haciéndolo porque en autobús, me deprimo más.

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