Antropología del venezolano del socialismo del siglo XXI
Este nuevo estilo de gobernar ha permeado el
comportamiento de muchos venezolanos. Son cada vez más quienes, gracias
a ese modelaje, se han convertido en personas mal encaradas, guapetonas
La antropología
cultural es una disciplina que ha servido para conocer de manera
sistemática las costumbres e idiosincrasia de los pueblos. No soy muy
ducho en el área, pero como curioso de nacimiento he hecho intentos por
comprender la cotidianidad del venezolano en los últimos años.
Desde mi mirada poco experta he
encontrado señales que indican que nuestra manera de ser como sociedad
ha adquirido variados matices y características particulares según sean
los modos y formas que irradian los sectores que circunstancialmente han
ejercido el poder gracias al voto de las mayorías. Estaba muy pequeño
pero recuerdo que en tiempos de la naciente democracia, fueron los
adecos quienes impusieron una forma de comportamiento que fue
rápidamente modelada por buena parte de la población. Si bien no tengo
elementos para esbozar una “Teoría del Reflejo”, si pareciera haber
pistas que informan sobre cierto modelaje irradiado desde el poder.
Con los adecos de los 60 se impuso el
meneíto del whisky con el dedo índice, los festejos de bodas y quince
años con la Billo’s y Los Melódicos en el Circulo Militar, jugar Bolas
Criollas con el smoking puesto y los tequeños, chagüis y bolitas de
carne como pasapalos obligados. Durante la Gran Venezuela con el primer
gobierno del Pérez, las costumbres cambiaron un poco. La clase media
seguía celebrando con Billo’s, pero el Círculo Militar ya no era el
lugar preferido de encuentro. Ahora era El Tamanaco, el Macuto Sheraton o
algún Club de Campo de esos que proliferaron gracias al alza de los
precios petroleros. Las damas caraqueñas cambiaron el Mercado de El
Cementerio por Miami o Nueva York y un motorhome había que adquirir para
evitar ser tratado como un zoquete recién llegado.
Con los copeyanos el meneíto no fue muy
diferente hasta que llegó el viernes negro. Sin embargo una cosa fue la
época de la primera presidencia de Caldera y otra con la de Herrera
Campíns. En su primera presidencia Caldera impuso la sobriedad en el
poder. Fue la época de la convivencia con la izquierda gracias a la
pacificación. El venezolano se preocupó más por las formas que por el
relajito campechano de los adecos.
El prototipo de un gobernante culto,
siempre encorbatado y seriecito, hizo ver que tenía sentido ir a la
universidad y graduarse. Venezuela vio a Caldera dando un discurso en la
ONU, no recuerdo si fue en inglés, y eso hizo que nuestra percepción
como país en desarrollo se ubicara en otro nivel. En las casas se
hablaba más de estudiar que de ir al Partido a ver si “te tiraban
alguito”. Luís Herrera, por el contrario le dio algo de continuidad a la
imagen populachera de Pérez. Impuso los refranes y el traje Safari.
Adoptamos el refranero venezolano como un arma de defensa ante la
adversidad, por supuesto, combinado con el chiste oportuno, infaltable
desde los tiempos del General Páez.
Los gobiernos de Lusinchi, Caldera II y
Pérez II hicieron cambiar al venezolano. Ese bonachón, solidario,
trabajador y amigo de los amigos, se transformó de repente. La voracidad
de la corrupción, el enriquecimiento rápido y sin causa, la ley del
menor esfuerzo con la máxima ganancia y el “ponme donde haiga” que
caracterizó a los colaboradores, impregnó la forma de ser del
venezolano. El estudio y el trabajo dejaron de ser percibidos como los
naturales mecanismos para lograr la superación personal y colectiva. Se
torció el camino y todos nos dimos cuenta.
Cuando se presentó la ocasión la gente
apostó por un militar que propuso volver al redil de la Venezuela
honesta y bonachona. El discurso que prometía eliminar a las “cúpulas
podridas” de los partidos hizo sucumbir a más de uno. Un montón de gente
le regaló el voto con la ilusión de volver a un pasado que extrañaba.
Con Chávez en el poder, para desengaño
de muchos compatriotas las cosas siguieron de mal en peor. Desde muy
temprano entrenó al país en el arte de la mendicidad y el del halago al
líder a cambio de una bequita o “una ayudita pa’ los pobres”. Con un
barril a 100 dólares regaló pescado y no enseño a pescar a nadie.
Mareaba con un discurso redentor, simpaticón y llano, pero paralelamente
abusaba, para provecho propio y de sus adláteres, del poder y la
riqueza petrolera de todos los venezolanos.
Mientras la gente se empobrecía
aceleradamente, sus colaboradores andaban en gigantescas Hummer de
250.000 dólares, seguidos por un batallón de escoltas. Los pobres
quisieron participar del festín, pero solo les llegaba lo que rebozaba
de las manos llenas de los nuevos aristócratas. Se fue instalando la
cultura del “aquí es”, grito no siempre escuchado por los conductores de
la carroza del Estado.
Con Maduro esta demostración de poder y
riqueza se ha elevado a su máxima expresión, con el agregado de exhibir
una patanería propia de quienes se creen serán eternos en el ejercicio
del poder. La majestuosidad presidencial con su dosis de prudencia y
respeto quedó en nuestro pasado remoto, así como la bohonomía que
siempre nos caracterizó como pueblo. Ahora el modelo que se irradia
desde la más alta magistratura está asociado a la ofensa al adversario,
la mentira como recurso político, la amenaza permanente, el uso abusivo
del poder, la bravuconería y el desprecio a la inteligencia.
Este nuevo estilo de gobernar ha
permeado el comportamiento de muchos venezolanos. Son cada vez más
quienes, gracias a ese modelaje, se han convertido en personas mal
encaradas, guapetonas, respondones, que se orinan en la calle a la vista
de todos, que roban a los heridos en vez de auxiliarlos, que arrebatan
carteras a viejitas más pobres que ellos, que ostentan armas por las
redes sociales, que insultan a los ancianos, que no ceden su puesto en
el autobús y que ignoran las leyes como sus gobernantes lo hacen. Mi
tesis es que el socialismo del siglo XXI está cambiando para mal, la
forma de ser del venezolano.
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