lunes, 23 de enero de 2017

Antropología del venezolano del socialismo del siglo XXI

Mercal

Este nuevo estilo de gobernar ha permeado el comportamiento de muchos venezolanos. Son cada vez más quienes, gracias a ese modelaje, se han convertido en personas mal encaradas, guapetonas
La antropología cultural es una disciplina que ha servido para conocer de manera sistemática las costumbres e idiosincrasia de los pueblos. No soy muy ducho en el área, pero como curioso de nacimiento he hecho intentos por comprender la cotidianidad del venezolano en los últimos años.
Desde mi mirada poco experta he encontrado señales que indican que nuestra manera de ser como sociedad ha adquirido variados matices y características particulares según sean los modos y formas que irradian los sectores que circunstancialmente han ejercido el poder gracias al voto de las mayorías. Estaba muy pequeño pero recuerdo que en tiempos de la naciente democracia, fueron los adecos quienes impusieron una forma de comportamiento que fue rápidamente modelada por buena parte de la población. Si bien no tengo elementos para esbozar una “Teoría del Reflejo”, si pareciera haber pistas que informan sobre cierto modelaje irradiado desde el poder.

Con los adecos de los 60 se impuso el meneíto del whisky con el dedo índice, los festejos de bodas y quince años con la Billo’s y Los Melódicos en el Circulo Militar, jugar Bolas Criollas con el smoking puesto y los tequeños, chagüis y bolitas de carne como pasapalos obligados. Durante la Gran Venezuela con el primer gobierno del Pérez, las costumbres cambiaron un poco. La clase media seguía celebrando con Billo’s, pero el Círculo Militar ya no era el lugar preferido de encuentro. Ahora era El Tamanaco, el Macuto Sheraton o algún Club de Campo de esos que proliferaron gracias al alza de los precios petroleros. Las damas caraqueñas cambiaron el Mercado de El Cementerio por Miami o Nueva York y un motorhome había que adquirir para evitar ser tratado como un zoquete recién llegado.

Con los copeyanos el meneíto no fue muy diferente hasta que llegó el viernes negro. Sin embargo una cosa fue la época de la primera presidencia de Caldera y otra con la de Herrera Campíns. En su primera presidencia Caldera impuso la sobriedad en el poder. Fue la época de la convivencia con la izquierda gracias a la pacificación. El venezolano se preocupó más por las formas que por el relajito campechano de los adecos.

El prototipo de un gobernante culto, siempre encorbatado y seriecito, hizo ver que tenía sentido ir a la universidad y graduarse. Venezuela vio a Caldera dando un discurso en la ONU, no recuerdo si fue en inglés, y eso hizo que nuestra percepción como país en desarrollo se ubicara en otro nivel. En las casas se hablaba más de estudiar que de ir al Partido a ver si “te tiraban alguito”. Luís Herrera, por el contrario le dio algo de continuidad a la imagen populachera de Pérez. Impuso los refranes y el traje Safari. Adoptamos el refranero venezolano como un arma de defensa ante la adversidad, por supuesto, combinado con el chiste oportuno, infaltable desde los tiempos del General Páez.

Los gobiernos de Lusinchi, Caldera II y Pérez II hicieron cambiar al venezolano. Ese bonachón, solidario, trabajador y amigo de los amigos, se transformó de repente. La voracidad de la corrupción, el enriquecimiento rápido y sin causa, la ley del menor esfuerzo con la máxima ganancia y el “ponme donde haiga” que caracterizó a los colaboradores, impregnó la forma de ser del venezolano. El estudio y el trabajo dejaron de ser percibidos como los naturales mecanismos para lograr la superación personal y colectiva. Se torció el camino y todos nos dimos cuenta.

Cuando se presentó la ocasión la gente apostó por un militar que propuso volver al redil de la Venezuela honesta y bonachona. El discurso que prometía  eliminar a las “cúpulas podridas” de los partidos hizo sucumbir a más de uno. Un montón de gente le regaló el voto con la ilusión de volver a un pasado  que extrañaba. 

Con Chávez en el poder, para desengaño de muchos compatriotas las cosas siguieron de mal en peor. Desde muy temprano entrenó al país en el arte de la mendicidad y el del halago al líder a cambio de una bequita o “una ayudita pa’ los pobres”. Con un barril a 100 dólares regaló pescado y no enseño a pescar a nadie. Mareaba con un discurso redentor, simpaticón y llano, pero paralelamente abusaba, para provecho propio y de sus adláteres, del poder y la riqueza petrolera de todos los venezolanos.

Mientras la gente se empobrecía aceleradamente, sus colaboradores andaban en gigantescas Hummer de 250.000 dólares, seguidos por un batallón de escoltas. Los pobres quisieron participar del festín, pero solo les llegaba lo que rebozaba de las manos llenas de los nuevos aristócratas. Se fue instalando la cultura del “aquí es”, grito no siempre escuchado por los conductores de la carroza del Estado. 

Con Maduro esta demostración de poder y riqueza se ha elevado a su máxima expresión, con el agregado de exhibir una patanería propia de quienes se creen serán eternos en el ejercicio del poder. La majestuosidad presidencial con su dosis de prudencia y respeto quedó en nuestro pasado remoto, así como la bohonomía que siempre nos caracterizó como pueblo. Ahora el modelo que se irradia desde la más alta magistratura está asociado a  la ofensa al adversario, la mentira como recurso político, la amenaza permanente, el uso abusivo del poder, la bravuconería y el desprecio a la inteligencia.

Este nuevo estilo de gobernar ha permeado el comportamiento de muchos venezolanos. Son cada vez más  quienes, gracias a ese modelaje, se han convertido en personas mal encaradas, guapetonas, respondones, que se orinan en la calle a la vista de todos, que roban a los heridos en vez de auxiliarlos, que arrebatan carteras a viejitas más pobres que ellos, que ostentan armas por las redes sociales, que insultan a los ancianos, que no ceden su puesto en el autobús y que ignoran las leyes como sus gobernantes lo hacen. Mi tesis es que el socialismo del siglo XXI está cambiando para mal, la forma de ser del venezolano.

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