lunes, 24 de agosto de 2015

Vacaciones de un profesor universitario (El regreso)

Vacaciones de un profesor universitario (El regreso)

Salario profesores

Pero no todo está perdido, aunque siempre está latente la posibilidad de declararme en default, todavía puedo esperar pacientemente al mes de diciembre para cobrar el Bono de Fin de año y equilibrar el presupuesto familiar. Así, de seis meses en seis meses, sobrevive un profesor universitario en Venezuela
Finalmente nos fuimos de vacaciones a Margarita. No pude convencer a la familia de que las verdaderas vacaciones las podríamos pasar en casa viendo CNN en español o Con Cilia en Familia. Ni modo, ya los pasajes para el ferry estaban comprados desde junio, no había más nada que hacer. Montamos nuestros cachachás en el carro y arrancamos con la esperanza de pasar un merecido descanso y olvidarnos del infiernito que supone el día a día en la ciudad capital. Por supuesto, como están las cosas, tuvimos que hacer algunos ajustes. En primer lugar hipotecar la casa, porque de mi bono vacacional no me quedaron recursos para financiar el viaje. Era previsible, entre el pago de tarjetas, reparación de electrodomésticos, uniformes de colegio y seguro del carro, quedé totalmente rucho.

En segundo lugar, nos dedicamos a hacer infinitas colas para comprar lo que sea, ya que teníamos el dato de que en la isla lo único que se consigue es agua de mar y margariteños porque hasta el pescado esta escaso. En tercer lugar, ofrecimos una promesa a todos los santos y a la Virgen del Valle para que durante el viaje no nos asalten ni los ladrones, ni los otros. Como es lógico, nos cuidamos de que tal promesa no implicara aportes de recursos pecuniarios, no vaya a ser que no podamos cumplirla y luego sea peor. Como bien aconseja Héctor Lavoe, con los Santos no se juega. Por último, el chequeo al carro. Esto supone ir al taller con la consabida cara de yo no fui, similar a la que puso el Gato con Botas en Shrek, esperando que nuestro mecánico de confianza nos diga que todo está en orden. El sustico previo es natural, siempre está la angustia de que se le antoje al carro cualquier achaque de esos que aparecen dos días antes de agarrar carretera.
El recorrido fue normal, huecos por todas partes, alcabalas de adorno; bombas de gasolina sin aceite para el motor, liga de frenos ni baños limpios; vendedores ambulantes de casabe o naiboas cobrando por sus mercancías lo que costaba una lata de caviar o una langosta hace menos de tres años. Llegamos a Guanta y tuvimos que hacer una larga espera para abordar el ferry. Los precios abordo son tan elevados, que me sentí en el Queen Mary II, uno de los 5 cruceros más lujosos del mundo. La incomodidad es tal que me sentí como si fuese trasladado por la fuerza a trabajar en alguna plantación de algodón o en una Hacienda de cacao. Por lo demás no me quejo, llegamos a Punta de Piedra sin mayores contratiempos.

Ya en la isla me sentí como en Caracas, pero sin el Ávila. No se consigue un remedio ni para remedio. Largas colas para comprar los productos básicos, pero eso sí muy coloridas. La pepa de sol obliga a turistas y oriundos a resguardarse del astro rey con un arco iris de paraguas que da un ambiente alegre y carnavalesco. Al igual que en mi añorada Caracas, son dos horas de cola para salir con un potecito de margarina porque de lo demás, no hay o se acabó tres personas antes de llegar al reparto de los productos.
Las playas, bellas como siempre, quizás gracias a que el gobierno no ha encontrado manera de ajustarlas al Plan de la Patria. De haber sido así, ya les hubiesen cambiado la dirección de su oleaje, el color de sus aguas, sus niveles de sal y seguramente la gente se bañaría de acuerdo al número de su cédula. La Margarita nocturna desapareció. El temor a los asaltos, secuestros, robo de vehículos, ha restringido a los turistas nacionales y a los pocos extranjeros que se han atrevido a viajar. Prefieren permanecer en sus hoteles o resorts viendo CNN en español o Con Cilia en Familia. Los paseos diurnos también están limitados a menos que se tenga una importante línea de crédito en la tarjeta. Comprar en la isla es más caro que comprar en Caracas. Es como si tuvieses en Miami pero con bolívares.

Conseguí a un colega de la universidad en una de las playas. Me comentó que estaba contando los días para regresar. Se le habían terminado las pastillas para la diabetes y no las conseguía en ninguna farmacia de la isla. Me comentó que sin pastillas y sin cerveza sus vacaciones habían culminado. La alternativa de una botella de whisky era totalmente inviable, el precio de una equivalía a los 5 pasajes en avión que había comprado para su familia. Con la vista fija en el horizonte, a lo Pablo Coelho reflexionó en voz alta, “solo supimos que éramos ricos cuando nos dimos cuenta que éramos pobres”. Le brindé un Daiquirí que me costó un ojo de la cara, pero realmente se lo merecía. Me conmovió. Ya de vuelta a Caracas lo que me queda es recoger los vidrios rotos. Debo comenzar por sacar las cuentas para saber a cuál acreedor contentar y, con lo poco que me haya quedado del Bono vacacional, terminar de comprar los útiles de mi hija. Pero no todo está perdido, aunque siempre está latente la posibilidad de declararme en default, todavía puedo esperar pacientemente al mes de diciembre para cobrar el Bono de Fin de año y equilibrar el presupuesto familiar. Así, de seis meses en seis meses, sobrevive un profesor universitario en Venezuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario