lunes, 10 de agosto de 2015

Vacaciones de un profesor universitario

Vacaciones de un profesor universitario

Protesta profesores universitarios

Con un sueldo tan impresentable como el que tenemos, las brazadas para llegar sin ahogarnos a la fecha del próximo pago, son como para ganar oro en alguna prueba olímpica de nado en aguas abiertas infectada de tiburones blancos

Todos conocen mi condición de profesor universitario a dedicación exclusiva. Esto quiere decir que según el reglamento de personal docente y de investigación de la UCV, no puedo estar por allí con la carabina al hombro tras las huellas de un tigre para matarlo, aunque la necesidad de redondear la arepa que le doy a mis hijos, así lo justifique. Con esta declaración de inicio no pretendo estar alardeando públicamente de una conducta laboral intachable por más de 34 años. Total, no aspiro ser Rector y mucho menos Ministro de Educación Universitaria, aunque para este último cargo al parecer no se necesitan antecedentes laborales ni credenciales de mérito académico.
¿A qué viene el cuento de mi trayectoria como profesor de la UCV?. No se trata del síndrome de la hoja en blanco, aunque entiendo que para muchos lectores un artículo que comience hablando del que lo escribe es un síntoma inequívoco de que no tiene la más mínima idea de cómo rellenar su colaboración al diario. Ese no es nuestro caso y la razón es muy sencilla, la situación venezolana ofrece temas como para tirar al techo. Abra la primera página de algún periódico o escuche un noticiero que sale más barato, inclusive no importa que sea de los que ocultan o tergiversan la realidad. Con solo un vistazo o con pocos minutos de escucha, encontrara sin mucho esfuerzo y sin realizar un análisis enjundioso de la noticia, el tema perfecto para demostrar en un artículo lo mal que lo está haciendo el gobierno. O sea que por ahí no es la cosa amigo lector. Aclarado el asunto prosigamos.
Decía entonces que soy de esos profesores que viven exclusivamente de su quince y último. Vale la pena señalar que hoy, entre una y otra fecha, la sensación es que hubiese más de los quince días continuos previstos en el calendario. Con un sueldo tan impresentable como el que tenemos, las brazadas para llegar sin ahogarnos a la fecha del próximo pago, son como para ganar oro en alguna prueba olímpica de nado en aguas abiertas infectada de tiburones blancos. Afortunadamente esa penuria se aminora en dos momentos del año, en el mes de julio y en el mes de diciembre cuando recibimos el Bono Vacacional o el Bono de Fin de Año. Estos pagos extraordinarios nos han permitido, además de los pequeños gustos imposibles de pagar con el salario ordinario, guardar alguito para aguantar cualquier embate del destino durante los próximos seis meses, es decir hasta que llegue el siguiente Bono salvador. Tan es así que hace tres años con el Bono Vacacional compré 5 pasajes para Argentina por 16 mil bolívares y no sentí merma importante en mi presupuesto. Pude, con lo que me quedó, ahorrar algo para el tiempo de las vacas flacas. Pero hoy las cosas han cambiado de manera brutal.
Acabo de cobrar el Bono Vacacional y el entusiasmo fue inmenso, no lo niego. Desde hacía seis meses no veía ese realero en mi cuenta. Intuí que este año el Bono iba a ser sustancioso porque, como suele suceder, días previos comenzaron a dañarse algunos artefactos de mi casa, claro anuncio de que venía por allí un pago adicional importante. Pero con los daños vinieron los presupuestos de reparación más abultados que nunca. Cambiar unas empacaduras y estoperas a la camioneta me sale por 40.000 Bs., pero solo la mano de obra, de los repuestos ni les cuento porque me da temor llamar para pedir presupuesto.
El termostato de la secadora cuesta mucho más de lo que me costó ese útil aparato (25.000,00 Bs.); la necesaria ampliación de la biblioteca me cuesta lo que seguramente costó construir la de Alejandría (78.000,00 Bs.); la cafetera y el microondas se pararon el mismo día como pidiendo atención de nuestra parte (6.700,00 Bs.); se me ocurrió hacerme un chequeo de rutina en los ojos; resultado, debo comprar lentes para ver de lejos (32.000,00 Bs. los más baratos); se quemaron dos bombillos ahorradores de la sala (5.200,00 Bs.); se me partió la montura de los lentes para leer (nueva montura de las chimbas, 5.250,00 Bs.). A esto hay que sumar uniformes y útiles escolares (15.000,00 Bs. tirando por lo bajito), agreguemos el aporte al fideicomiso para el seguro del carro, aunque pienso que será tan caro que es probable que tenga que venderlo para poder comprar la póliza.
Las tarjetas seguirán esperando mejores momentos y los Bancos tendrán que conformarse con el pago mínimo; mis compadres Edgar y José tendrán que esperar para el abono a sus respectivas acreencias; mis perros, tendrán que conformarse con las sobras porque dinero para su alimento, no hay; pensaré seriamente en vender la acción del Club, las mensualidades pasaron a llamarse “calamidades” por lo alta que están. Seguiré postergando la compra de un par de zapatos nuevos hasta el cobro de los aguinaldos, a ver si este año puedo por fin comprarlos. Señores, sin más vueltas, se me fue el Bono vacacional sin ni siquiera haber comenzado a disfrutar de las vacaciones. Pero aclaro, esas no son “mis vacaciones”, esas son las vacaciones de un profesor universitario en Venezuela.

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