Vacaciones de un profesor universitario
Con un sueldo tan impresentable como el que
tenemos, las brazadas para llegar sin ahogarnos a la fecha del próximo
pago, son como para ganar oro en alguna prueba olímpica de nado en aguas
abiertas infectada de tiburones blancos
Todos conocen mi condición de profesor
universitario a dedicación exclusiva. Esto quiere decir que según el
reglamento de personal docente y de investigación de la UCV, no puedo
estar por allí con la carabina al hombro tras las huellas de un tigre
para matarlo, aunque la necesidad de redondear la arepa que le doy a mis
hijos, así lo justifique. Con esta declaración de inicio no pretendo
estar alardeando públicamente de una conducta laboral intachable por más
de 34 años. Total, no aspiro ser Rector y mucho menos Ministro de
Educación Universitaria, aunque para este último cargo al parecer no se
necesitan antecedentes laborales ni credenciales de mérito académico.
¿A qué viene el cuento de mi trayectoria
como profesor de la UCV?. No se trata del síndrome de la hoja en
blanco, aunque entiendo que para muchos lectores un artículo que
comience hablando del que lo escribe es un síntoma inequívoco de que no
tiene la más mínima idea de cómo rellenar su colaboración al diario. Ese
no es nuestro caso y la razón es muy sencilla, la situación venezolana
ofrece temas como para tirar al techo. Abra la primera página de algún
periódico o escuche un noticiero que sale más barato, inclusive no
importa que sea de los que ocultan o tergiversan la realidad. Con solo
un vistazo o con pocos minutos de escucha, encontrara sin mucho esfuerzo
y sin realizar un análisis enjundioso de la noticia, el tema perfecto
para demostrar en un artículo lo mal que lo está haciendo el gobierno. O
sea que por ahí no es la cosa amigo lector. Aclarado el asunto
prosigamos.
Decía entonces que soy de esos
profesores que viven exclusivamente de su quince y último. Vale la pena
señalar que hoy, entre una y otra fecha, la sensación es que hubiese más
de los quince días continuos previstos en el calendario. Con un sueldo
tan impresentable como el que tenemos, las brazadas para llegar sin
ahogarnos a la fecha del próximo pago, son como para ganar oro en alguna
prueba olímpica de nado en aguas abiertas infectada de tiburones
blancos. Afortunadamente esa penuria se aminora en dos momentos del año,
en el mes de julio y en el mes de diciembre cuando recibimos el Bono
Vacacional o el Bono de Fin de Año. Estos pagos extraordinarios nos han
permitido, además de los pequeños gustos imposibles de pagar con el
salario ordinario, guardar alguito para aguantar cualquier embate del
destino durante los próximos seis meses, es decir hasta que llegue el
siguiente Bono salvador. Tan es así que hace tres años con el Bono
Vacacional compré 5 pasajes para Argentina por 16 mil bolívares y no
sentí merma importante en mi presupuesto. Pude, con lo que me quedó,
ahorrar algo para el tiempo de las vacas flacas. Pero hoy las cosas han
cambiado de manera brutal.
Acabo de cobrar el Bono Vacacional y el
entusiasmo fue inmenso, no lo niego. Desde hacía seis meses no veía ese
realero en mi cuenta. Intuí que este año el Bono iba a ser sustancioso
porque, como suele suceder, días previos comenzaron a dañarse algunos
artefactos de mi casa, claro anuncio de que venía por allí un pago
adicional importante. Pero con los daños vinieron los presupuestos de
reparación más abultados que nunca. Cambiar unas empacaduras y estoperas
a la camioneta me sale por 40.000 Bs., pero solo la mano de obra, de
los repuestos ni les cuento porque me da temor llamar para pedir
presupuesto.
El termostato de la secadora cuesta
mucho más de lo que me costó ese útil aparato (25.000,00 Bs.); la
necesaria ampliación de la biblioteca me cuesta lo que seguramente costó
construir la de Alejandría (78.000,00 Bs.); la cafetera y el microondas
se pararon el mismo día como pidiendo atención de nuestra parte
(6.700,00 Bs.); se me ocurrió hacerme un chequeo de rutina en los ojos;
resultado, debo comprar lentes para ver de lejos (32.000,00 Bs. los más
baratos); se quemaron dos bombillos ahorradores de la sala (5.200,00
Bs.); se me partió la montura de los lentes para leer (nueva montura de
las chimbas, 5.250,00 Bs.). A esto hay que sumar uniformes y útiles
escolares (15.000,00 Bs. tirando por lo bajito), agreguemos el aporte al
fideicomiso para el seguro del carro, aunque pienso que será tan caro
que es probable que tenga que venderlo para poder comprar la póliza.
Las tarjetas seguirán esperando mejores
momentos y los Bancos tendrán que conformarse con el pago mínimo; mis
compadres Edgar y José tendrán que esperar para el abono a sus
respectivas acreencias; mis perros, tendrán que conformarse con las
sobras porque dinero para su alimento, no hay; pensaré seriamente en
vender la acción del Club, las mensualidades pasaron a llamarse
“calamidades” por lo alta que están. Seguiré postergando la compra de un
par de zapatos nuevos hasta el cobro de los aguinaldos, a ver si este
año puedo por fin comprarlos. Señores, sin más vueltas, se me fue el
Bono vacacional sin ni siquiera haber comenzado a disfrutar de las
vacaciones. Pero aclaro, esas no son “mis vacaciones”, esas son las
vacaciones de un profesor universitario en Venezuela.
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