El Carnet de la Humillación
La práctica “del carnet” no es nueva en
Venezuela. Sin embargo, lo que vemos hoy día, dista mucho de lo que
vimos y criticamos en los gobiernos adeco-copeyanos
Lo recuerdo como si
hubiese ocurrido ayer. Durante la tan denostada IV República, o
democracia civil como prefiero llamarla, los camaradas de entonces y
boliburgueses de hoy, vociferaban indignados que era una humillación
para los venezolanos la exigencia del “carnet del partido”, como
condición para ser beneficiado con un puesto de trabajo en un
ministerio. La verdad, y no lo niego, me uní a esas voces en ese
momento. Siempre me indignó el chantaje para acceder a un derecho como
el del trabajo. Lo cierto es que los adecos aseguraban algunas prebendas
a parte de su militancia, si este demostraba con su carnet haber sido
un fiel militante de la causa partidista. Los copeyanos por su parte, si
bien no estilaban lo del fulano carnet, cuando les tocaba el turno de
gobernar, y sin botar a los adecos, también premiaban a su militancia
con algún puestico en el gobierno. Total que la práctica “del carnet” no
es nueva en Venezuela. Sin embargo, lo que vemos hoy día, dista mucho
de lo que vimos y criticamos en los gobiernos adeco-copeyanos.
Para ese entonces, no se obligaba a
nadie a sacar el carnet del partido, de hecho ni siquiera todos los
militantes lo tenían. Era un acto voluntario que mostraba más el
compromiso y orgullo de pertenecer al partido que el deseo de acceder a
algunas ventajas. Ni siquiera recuerdo a algún líder de AD o Copei,
hacer alarde público del número de militantes por el número de
carnetizados. Tampoco era un elemento de exclusión o apartheid. Más de
un revolucionario mascaclavos y comecandela de la época, una vez
graduado de su carrera universitaria, accedió a puestos de trabajo en el
gobierno o a una beca de Fundayacucho para estudiar postgrado en el
exterior, sin habérsele exigido el aborrecible “carnet del partido” o
haberle puesto como condición la inscripción en la seccional de la
parroquia donde habitaba. Los tiempos han cambiado.
Ahora, en tiempos de revolución, los
adalides del humanismo, la democracia protagónica y de los poderes
creadores del pueblo, chantajean a ese mismo pueblo que dicen defender y
amar, con la exigencia de una credencial partidista para acceder al más
mínimo servicio o derecho consagrado en la Constitución como de libre
acceso a todos los ciudadanos sin distinción alguna. Jugando cruelmente
con la situación de hambre y de extrema necesidad de los venezolanos,
obligan a la gente más humilde a sacar el Carnet de la Patria ya que lo
convirtieron en requisito para poder comprar las Cajas y Bolsas CLAP,
las medicinas y recibir atención médica en los CDI y los pocos Módulos
de Barrio Adentro que todavía existen. Quien no tenga esa credencial,
pues no tendrán oportunidad alguna de acceder a las migajas que el
gobierno lanza a los más humildes.
Estando de compras en una ferretería,
una mujer claramente enchufada en el Gobierno adquirió casi 3 millones
de bolívares en bombillos fluorescentes, amén de otras menudencias.
Atrás en la cola para pagar, se encontraba una señora a todas luces
proveniente de los sectores populares, cargaba dos bombillitos
normalitos en sus manos que pagaría a un costo de 16 mil Bolívares cada
uno. En la conversación que siempre se entabla en esas circunstancias,
la humilde señora preguntó dónde podía conseguir algunos antibióticos
que estaba buscando y no podía conseguir por ninguna parte. Nuestra
enchufada le contestó con cierto dejo de superioridad, de quien se sabe
está cómoda en la vida, que antibióticos si había y suficientes. Le
aconsejó que fuera con el Carnet de la Patria a una determinada farmacia
del Gobierno ya que allí los encontraría, caros, pero los encontraría.
A todas estas, después de pagar y salir del negocio nuestra enchufada,
la viejita dijo a viva voz, “yo quisiera el Carnet de la Patria Platinum
que tiene esa señora y no el que me dieron a mí, que para nada me ha
servido, qué humillación mijito”.
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