Estatuas y Botas Militares
Hablando de estatuas efímeras, en el caso venezolano tuvimos las estatuas de Antonio Guzmán Blanco y ahora las de Hugo Chávez
En
el mundo hay estatuas emblemáticas, son aquéllas que han sobrevivido a
los embates del tiempo y hasta a la indiferencia de algún sector de la
humanidad. Son estatuas que aunque tienen cientos o miles de años, no
dejan de seguir erguidas e imponentes ante la admiración de todos.
Cuántas generaciones se han quedado boquiabiertas ante la Gran Esfinge
de Giza o la estatua de Ramsés II en El Cairo. Son miles de años
resistiendo a las inclemencias del tiempo y de los depredadores. Ni
hablar del David de Miguel Ángel, una mezcla de belleza y ternura
varonil o la Estatua de la Libertad, esa dama que desde el siglo XIX ha
recibido a los inmigrantes que construyeron a los Estados Unidos a
fuerza de trabajo y disciplina.
Hay
estatuas que por sí solas compensan la costosa inversión de un viaje.
Son famosas las peregrinaciones para observar al Cristo Redentor en Sao
Paolo, Brasil, o al Señor Shiva de el Har-ki-Paur en la India, ambos
monumentos, expresiones de culturas diferenciadas, han convocado a
millones de turistas de todas partes del mundo. No importa la religión
que se profese, son obras que invitan a reflexionar sobre la humanidad y
su historia. También están aquellas que evocan las hazañas de quienes
representan, como la de Pedro El Grande en Moscú, la de Gengis Khan, la
estatua ecuestre más grande del mundo (40mts) situada en la orilla del
río Tuul en Tsonjin Boldog, a 54 km al este de la capital de Mongolia, o
la de Abraham Lincoln en Washington. Todas ellas evocan personajes que
trascienden las posiciones morales, políticas o religiosas que podamos
tener sobre su actuación en este mundo. Finalmente son maravillas que se
han convertido en reliquias y testimonio incólume de lo que es capaz de
hacer el hombre. La mano del artista le hace ocupar un lugar en la
Historia a través de la piedra, el mármol o el bronce.
Estas
obras contrastan con las efímeras estatuas mandadas a erigir en vida
por los mismos representados. Es el caso de los monumentos en honor a
Antonio Guzmán Blanco en Venezuela, Saddam Husseim en Irak, Hitler en
Alemania, Gadafi en Libia o Trujillo en República Dominicana. Algún
lector avispado me corregiría en este momento. Seguramente me increparía
que esos mismos caprichos de transcendencia lo tuvieron los emperadores
romanos o los faraones egipcios y perviven en el tiempo. Es cierto,
fueron monumentos levantados en vida por los primeros narcisos de la
Historia, la diferencia es que no fueron derrumbadas a su muerte porque
de alguna manera hubo un reconocimiento de sus aportes en la
construcción de la civilización respectiva. En el caso del lejano
oriente hay que destacar que de esa civilización gobernada por faraones
crueles y endiosados se irradió al resto del mundo la escritura, la
matemática, el riego, la alquimia, la ingeniería, el vidrio, entre otras
invenciones. Los romanos por su parte legaron al mundo el Derecho, el
concepto de República, la arquitectura, el calendario juliano, la
política, el arte militar, la escultura, la pintura, además de un arte
culinario todavía apreciado.
Hablando
de estatuas efímeras, en el caso venezolano tuvimos las estatuas de
Antonio Guzmán Blanco y ahora las de Hugo Chávez. Al momento de escribir
este artículo tengo conocimiento de que gente del pueblo han derribado
por lo menos dos, en realidad una estatua y un busto. Hay una tercera en
la isla de Margarita que no ha sido derribada, quizás porque está en
custodia día y noche por efectivos de la Guardia Nacional. ¿El mérito de
este personaje para merecer tal reconocimiento?, haber convertido a
Venezuela en un país cuyos habitantes comen de la basura, no gozan del
derecho a elegir sus gobernantes y caen asesinados en las calles en
manos del hampa, o de los aparatos represivos y colectivos armados
progobierno. Ese ha sido el legado de Chávez, morir de hambre o en manos
de la violencia. Por cierto, revisando las fotos de la estatua de
Chávez derribada por los habitantes de la Villa del Rosario en el Zulia,
me percato que lo único que quedó en el pedestal fueron las botas
militares. Claro símbolo de lo que azota hoy a Venezuela
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