Cuando lo cotidiano es lo absurdo
Observar a gente que sale de su trabajo para ir
directo a los basurales cercanos a restaurantes a rescatar alimentos en
buen estado o a punto de descomposición, es algo que trastoca cualquier
rasgo de la normalidad
Recuerdo mis tiempos
de estudiante universitario. Para ese entonces, mediados de los 70, a
uno se le removía el alma de la emoción cuando escuchaba aquella hermosa
frase que nunca supe si llegó de Cuba, vía Revista Bohemia o de alguna
estrofa de una de las canciones de Silvio Rodríguez.
También es posible que haya llegado de
Francia, como una de las genialidades de las muchas que adornaron aquel
mayo del 68 y se anclaron como frases inmortales en el corazón de todo
joven contestatario. Me refiero a aquel lema que decía algo así como:
“Cuando lo extraordinario se hace cotidiano, entonces estamos en
revolución”.
Tal hermosura nunca fue una consigna de
esas que se repiten hasta el cansancio en las marchas de protesta.
Tampoco ha cerrado los manifiestos políticos de la izquierda como aquel
¡Patria o Muerte, Venceremos!, impuesto por Fidel desde la Segunda
Declaración de La Habana en febrero de 1962. Confieso que en más de una
oportunidad se la he achacado a Quino ya que parece una de las típicas
salidas de su alter ego, Mafalda. Lo cierto es que la mayoría se la ha
endosa al polémico Che Guevara. Es posible que sea así, aunque buscando
en internet no conseguí ni cuándo ni en qué momento la dijo. A lo mejor
es como las frases atribuidas a Einstein y que nunca fueron expresadas
por el genio de la Teoría de la Relatividad.
Pero, más allá de quién la haya dicho,
esta afirmación tiene una inmensa fuerza emocional. De solo escucharla
cualquiera con algo de sensibilidad puede abrir la puerta de su
imaginación y trasladarse, cual la Alicia de Lewis Carrol, al país donde
las maravillas se hacen presentes a cada instante y en cada rincón.
Su carga poética y esperanzadora la ha
convertido en una de las frases más utilizadas en los últimos 30 años
por haberse sedimentado en el imaginario de todo revolucionario que se
respete. Sin embargo esa máquina trituradora que llaman revolución
bolivariana se ha encargado de desvirtuarla, gracias a su infinita
incapacidad para gobernar y al enorme poder de destrucción de lo bueno
que quedaba en el país.
A diferencia de lo que sugiere la frase
de marras, en la revolución chavista lo extraordinario no está asociado
con la idea de avance o felicidad para el pueblo. ¿Que suceden cosas
fuera de lo común?, es innegable. La diferencia es que ningún país serio
haría lo que en Venezuela el gobierno hace cotidianamente. Solo
mencionaré algunos casos que corroboran nuestra afirmación. Comenzare
por el más reciente. Díganme en cual país de esta bolita azul suspendida
en el universo, un gobierno prohíbe que ingresen medicinas a un
Hospital público donde cientos de niños esperan por ellas para tratar
sus dolencias. Si esto no es algo extraordinario, ¿cómo podría
calificarse?
Hacer que un poder como el electoral
invente de manera descarada miles de trabas para evitar el derecho
constitucional a revocar al Presidente de la República, es algo que
excede los parámetros normales de una sociedad que se autodefine como
democrática. El país no sale de su asombro al observar como en cada día
que pasa, surgen nuevos y más ridículos obstáculos para hacer imposible
el ejercicio de tal derecho. Esa extraordinaria insensatez e
inmoralidad, es de las cosas fuera de lo común que suceden en Venezuela.
Por último y para no alargar este
artículo, me referiré a lo más extraordinario que ha hecho la revolución
bolivariana. En apenas 17 años ha convertido a Venezuela de ser uno de
los países más ricos del continente, en uno donde recoger alimentos de
la basura se ha hecho cotidiano.
Observar a gente que sale de su trabajo
para ir directo a los basurales cercanos a restaurantes a rescatar
alimentos en buen estado o a punto de descomposición, es algo que
trastoca cualquier rasgo de la normalidad. Esta revolución de lo absurdo
definitivamente está inspirada en Marx, pero no en el pensador alemán,
sino en el humorista norteamericano Groucho Marx, experto en convertir
lo absurdo en un rasgo de cotidianidad.
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