¿Quién se robó mi vaca y mi queso?
Lo que realmente necesitamos es la Constitución,
una dirigencia decidida y bolas para evitar que le sigan robando la
vaca y el queso al pueblo de Venezuela
Estoy
seguro que al leer el título de esta entrega les vino a la memoria
aquél popular libro de Jaime Lopera y Martha Bernal titulado “La culpa
es de la vaca”. En esta obra los autores y esposos colombianos, narran
anécdotas, fábulas y parábolas que giran en torno a la necesidad de
asumir los cambios y la inevitable adaptación que debemos emprender para
sobrevivir y sentirnos felices (la otra enseñanza es que se pueden
hacer cosas en conjunto a pesar de estar casados). También estoy seguro
que también recordaron a otro que fue de cabecera para muchos. Me
refiero a ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson. Ambos bets
sellers se vendieron como desodorante de bolita en tiempos de
revolución.
Toda dama que iba de viaje a Miami o
Margarita, llevaba su librito para leerlo mientras esperaba el llamado
para abordar el avión. Eran los años donde la única preocupación era la
existencial. El petróleo estaba a 8 dólares y rendía para hacer obras
públicas, al abrir la regadera había agua, y tanto el jabón como el
champú, se podían comprar hasta en las bodeguitas más humildes. Recuerdo
que la electricidad no fallaba, un dólar costaba 517 bolívares (menos
de un bolívar de los de hoy), y los 15 de la niña se podían celebrar en
un salón de fiestas, con miniteca incluida. Hoy suena inverosímil pero
en cualquier bar de Caracas servía pasapalos ¡gratis! Ah!, Disneyworld
era una opción, entre muchas, para salir de vacaciones familiares en
agosto. Eran otros tiempos
Libros como los comentados se compraban
porque eran más baratos que asistir al psicólogo. Los niveles de
angustia y depresión eran consecuencia de males que no eran de morirse.
Los libros de autoyuda nos permitían superar los fracasos matrimoniales,
o la desazón por no haber sido nombrado para ocupar la vacante de Jefe
de Archivo. También nos daban herramientas para asimilar con dignidad
los cachos notorios y públicos, la vergüenza de habernos propasado (por
culpa de la bebedera) con la esposa del Jefe en la fiesta de fin de año
de la oficina, o el “trágame tierra” de haber sido capturado in fraganti
orinando en un vestidor de una tienda en Cúcuta, en ese viaje hecho con
los suegros, la esposa, los hijos y esos vecinos tan chismosos. Esos
ratones morales, si bien incomodaban, no ameritaban el pago de 1.500 Bs.
(de los viejos) para una consulta psicológica.
Hoy esos libros no nos servirían de
mucho. La revolución bolivariana ha introducido cambios en nuestras
vidas, pero para peor. Un libro que nos diga que debemos adaptarnos a
ese calamidad, no podría ser catalogado como de autoayuda sino from fuckmyself (“para
autojodernos” en su acepción castellana). Solamente al gobierno se le
podría ocurrir hacer una edición gratuita de uno de estos anestesiantes
para ser repartida en el Metro por los funcionarios del Viceministerio
de la Suprema Felicidad del Pueblo. Por supuesto, no me sorprendería que
tal obra estuviese escrita por el brasileño y publicista Joao Santana,
creador del guión de esa propaganda gobiernera que pasan por radio y TV,
donde una señora dice algo más o menos así: “en la revolución la cosa
está difícil, es cierto, pero hoy yo me siento feliz porque en la IV
estaba peor”, ¡vaya pa’ la auyama!.
Como habrá observado el lector, este
artículo no era para hacer alegoría alguna sobre los famosos libros y
mucho menos recomendarlos para apaciguar la calentera que a diario
pasamos en esta patria socialista, desabastecida y disparatada. Aquí
estamos muy claritos. No le echamos la culpa a la vaca, sino a los
barbarazos que se comieron el queso que había en la mesa y se quedaron
con todo. Estoy seguro que esto cambiará porque no hay mal que dure cien
años ni cuerpo que lo resista (frase que acabo de acuñar). La
resistencia no es fácil y a veces pensamos que todo está perdido, pero
debemos recuperarnos. Para evitar caer en depresiones o en la
desesperanza inducida, no necesitamos recostarnos a libros de autoayuda,
ni tampoco pedir cita para recibir el milagroso despojo que hace esa
reconocida terapeuta del alma llamada Bonifacia, La Bruja de Casalta. Lo
que realmente necesitamos es la Constitución, una dirigencia decidida y
bolas para evitar que le sigan robando la vaca y el queso al pueblo de
Venezuela.
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