viernes, 12 de junio de 2015

La Sofi

La Sofi, por Tulio Ramírez

Amigas

No se alegra por la situación de Tati, pero tampoco la crítica. Sofi sabe, por amarga experiencia, que hay muchas maneras de huir y Tati escogió una de ellas, la que le permitiría evadir lo que más teme, la pobreza

La relación de amistad entre Sofi y Tati viene desde sus estudios de bachillerato en aquél Colegio de Monjas que se hizo muy famoso en Caracas, porque cursaban las chicas más Jai de la capital. Pero a diferencia de Tati, quien venía de una familia muy pudiente y acomodada, Sofi ingresó al plantel por ser la hija del vigilante del Colegio y de la señora que aseaba los baños. Un matrimonio que llegó de la hermana república huyendo de guerrilleros y paramilitares.
Un día se obstinaron de las agresiones y abusos de quienes dizque luchaban para defender a los pobres y decidieron dejar atrás su huerto, su vaquita, los dos chivos y todas sus querencias. Dijeron adiós a su querida Coropoya allá en los confines del Caquetá y emprendieron hacia una tierra rebosante de petróleo, trabajo y sobre todo, de paz.
Esta humilde pareja llegó a Caracas sin plata para comer y con una adolescente que en su vida había recorrido más allá de la última esquina del pueblo. Les tocaba resolver y como dicen allá en su tierra “hicieron la vuelta para buscar donde camellar” y a los pocos días lograron conseguir trabajo en el prestigioso Colegio de Monjas. Pero no fue gracias a la buena suerte. En la caja amarrada con mecate que hacía las veces de maleta, habían traído una cartica de recomendación del Padre Prudencio, un sacerdote español que resultó ser Tío de la Hermana Rosario a la sazón Directora del Colegio de Monjas.
Así las cosas, la vida de Sofi, cuyo nombre de pila, por cierto, es Sofía del Carmen, se entrecruzó con la de Tati y sus amigas. Paradójicamente, la violencia colombiana la apartó de una segura vida ligada a la tierra y sin perspectivas de crecimiento más allá de la precaria primaria que estudió entre balas y obuses, para codearla con las jovencitas más consentidas de la sociedad caraqueña. Por supuesto, para Sofi no fue fácil adaptarse, tampoco para el grupo fue fácil acoger a una adolescente tímida, sin pedigrí y con una cadencia al hablar que les recordaba las innumerables cachifas que les han tendido la cama y servido el cereal del desayuno desde que tienen uso de razón. Pero como suele suceder, el tiempo y la compañía cumplieron su papel. Para el 2do año ya no era Sofía del Carmen la hija del vigilante, sino Sofi la mejor amiga de Tati, lo cual era razón suficiente para que el resto de las condiscípulas la asumieran como una más del grupo.
Al graduarse de bachilleres, Tati y Sofi se prometieron no perder contacto e hicieron un pacto de amigas. Quien se casara primero nombraría como madrina de la Boda a la otra; y al primer hijo, de ser hembra, llevaría el nombre de la otra. Esas eran Tati y Sofi, el dibujo de lo que por mucho tiempo fue la sociedad venezolana, una sociedad sin prejuicios, tolerante, afable, amiguera y sin resentimientos absurdos. Sin embargo, como suele suceder, al final la vida se impuso sobre los sueños y el deseo de conservar como congelados en el tiempo, los años felices del Colegio.
Tati y Sofi tomaron caminos diferentes. Aunque la amistad se mantuvo gracias a las comunicaciones telefónicas, fueron cada vez menos frecuentes los encuentros personales.
Tati incursionó infructuosamente en los estudios de Comunicación Social en una de las mejores universidades privadas del país, también vio desplomar la prosperidad de su familia gracias a la expropiación, por parte de gobierno chavista, de la Finca Ganadera de sus padres. El terror de convertirse de la noche a la mañana en una chica del montón, la llevó a cuadrarse con el gobierno para poder disfrutar de las mieles del poder. Hoy es la feliz “querida” de un Trisoleado con el que mantiene una larga y clandestina, pero muy provechosa, relación. Como en los cuentos de nuestras abuelas, Tati le vendió el alma al Diablo para no mermar ni en un ápice el tren de ostentosa vida que siempre disfrutó.
Mientras tanto, Sofi aceptó un puesto de secretaria en el Colegio y se matriculó para estudiar de noche en una universidad pública. Ella vive una vida modesta pero tranquila, aunque en muchos momentos siente los temores de niña por el nivel de violencia a la cual ha llegado el país. Teme por sus padres y por su propia vida, pero sabe que huir ahora es más difícil. El gobierno la tiene prisionera en un país que la acogió con los brazos abiertos y que ahora le resulta peligrosamente extraño.
No se alegra por la situación de Tati, pero tampoco la crítica. Sofi sabe, por amarga experiencia, que hay muchas maneras de huir y Tati escogió una de ellas, la que le permitiría evadir lo que más teme, la pobreza.
Es cierto que en su huida largó la dignidad, pero para esa jovencita bien vale la pena el pagar el costo que sea para mantenerse en el TOP TEN de la nueva burguesía parasitaria roja, rojita. Sofi también quiere huir de la pobreza, pero con dignidad, por eso estudia y trabaja hasta reventarse, tal como aprendió de sus padres y de ese pueblo venezolano que conoció antes de que llegara esta pesadilla teñida de rojo. Esta es la historia de Sofi, la amiga de Tati.

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