lunes, 2 de octubre de 2023

 

El país del Nunca Jamás, por Tulio Ramírez

El país del Nunca Jamás
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X: @tulioramirezc


No se puede negar que en nuestro país es difícil vivir la vida como un terrícola normal. Por más indiferencia que se pueda tener sobre el convulsionado entorno, por más intentos de convertirnos en ermitaños para estar lo más lejos de la realidad, no hay forma ni manera de evadir el aluvión de situaciones absurdas en las que se ha convertido nuestra cotidianidad.

Vivir serenamente en Venezuela es algo casi imposible. No solo tenemos que lidiar con las situaciones normales con las que cualquier persona en el mundo civilizado lidia, sino que también hay que convivir con las situaciones bizarras que solo pasan en esta comarca antiimperialista y profundamente chavista.

Estos tiempos nos han enseñado a estar alertas, pero no para defender a la revolución de sus enemigos; sino para defendernos de la revolución «mesma». Este fallido experimento social, ha sido el más costoso de nuestra historia. Y no me refiero exclusivamente al costo en pérdida de peso y calidad de vida, lo que de por sí justificaría el calificativo, sino al costo en salud mental y estabilidad emocional.

No soy psicólogo ni psiquiatra, pero salta a la vista el estado de permanente angustia al que nos hemos acostumbrado. Andamos nerviosos por lo que pasa o por lo que no ha pasado todavía. 

La incertidumbre y la sorpresa desagradable nos han quitado el optimismo a algunos, y a muchos otros, la esperanza. En ese saco no solo se incluyen los de este lado, quienes han visto mermada su calidad de vida y derechos políticos; sino también los de aquel lado, quienes han sufrido por partida doble.  Me refiero a los que han tenido que callar y simular falsa alegría porque la necesidad tiene cara de perro hambriento.

Además de la contrariedad de vivir con el estómago vacío, sin servicios, sin certezas y sin esperanzas, lo hacemos en medio de situaciones tan cantinfléricas y disparatadas que, paradójicamente, son las que han evitado el desbordamiento de la depresión colectiva. Cada noticia insólita nos mantiene espabilados y pilas por las consecuencias impredecibles. Pareciera que el guión que sigue el país lo escribe un maestro del suspenso y el misterio como Quentin Tarantino, pero con adaptaciones de Laurel y Hardy o Maxwell Smart, el Superagente 86. 

Fíjense en esta perla. En el extranjero saben que de país rico pasamos a ser tan o más pobres que los países que no han podido dar pie con bola para lograr el más mínimo indicador de prosperidad. Pero extrañamente, no es por eso que somos una curiosidad. Lo que nos convierte en un país único, son las mamarrachadas de las que somos testigos. Por ejemplo, ¿en cuál país del planeta se construyen túneles en las cárceles, no para escapar, como sería lo lógico y normal, sino para ingresar? Solo en esta Tierra de Gracia.

¿Cómo preocuparse por la situación de hambre y desempleo, si debemos ocupar el tiempo tratando de entender lo que pasaba en la cárcel de Tocorón? Habían presos con boletas de excarcelación que se negaron a salir libres para no abandonar las comodidades de la prisión. Ni en Finlandia, caballo. 

En el exterior pensarán que son maledicencias de los enemigos del gobierno, las denuncias sobre la violación de derechos humanos en el sistema carcelario venezolano. Por las imágenes, Tocorón no era un penal sino un gran Spa con reserva de derecho de admisión.

Pero el chiste no termina allí. El militar que dirigió el operativo con «11.000 hombres» que nadie vio, remata lo ya increíble diciendo que el preso más importante y peligroso que estaba allí, «no estaba allí, porque tenía libertad plena» (¿¿???), pero, léase bien, «presumimos que se encuentra en alguna parte». ¡Plop! 

Díganme estimados lectores, ¿cómo se puede uno deprimir como Dios manda con declaraciones como estas? El mismo que ocasiona la tragedia, te resarce brindándote la oportunidad de que aflore una carcajada en tu rostro aunque sea por un instante.

Otro ejemplo es la famosa sentencia sobre a quién corresponde conocer los casos de tortura. En ella se dictamina que los actos de violación de derechos humanos que hayan ocurrido en recintos judiciales, deben ser conocidos en sede administrativa y no en las salas penales. No amigo lector, no es joda mía, lean la sentencia.

Si la tortura se realiza en una prefectura, puedes interponer una solicitud de nulidad del acto administrativo por falta de motivación. Según la Ley de Procedimientos Administrativos, el torturador podrá recibir una amonestación verbal o por escrito. Si la cosa es muy grave, le podrán abrir un expediente disciplinario en el Departamento de Recursos Humanos. El chiste se cuenta solo.

Definitivamente estamos en el País del Nunca Jamás, donde se combinan armoniosamente la tragedia con lo absurdo, y así la vamos llevando.

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