lunes, 12 de junio de 2017

Ya basta amigo

Represión policial

Te entiendo amigo, te metieron en una vorágine de la cual te cuesta salir. Esos niveles de represión bestializan al mejor ser humano. Lo peor es que mañana, los mismos que hoy atropellas con tanta saña, serán los que seguramente solicitarás para que te resuelvan un problema
Correteábamos por el barrio desde muy pequeños. Éramos 11 y no nos llevábamos un año de diferencia. Tú fuiste el más tremendo. Recuerdo aquella vez que te jubilaste del Liceo y nadie sabía de ti. Tu madre desesperada visitó cada una de nuestras casas y no sabíamos nada de tu paradero. Al caer la tarde fue al Hospital, a la Policía y hasta a los bares cercanos, no vaya a ser. La búsqueda fue infructuosa y al caer la noche, la angustia comenzó a adueñarse de los vecinos. Pasada la medianoche apareciste sucio, sin los libros y con el rostro lleno de felicidad. La escapada a la playa con la muchacha de servicio de Doña Carmen bien valía el regaño y el castigo. Eso fue lo que nos dijiste no sin antes vanagloriarte de los morados causados por los azotes que, con el cable de la máquina de coser, te propinó tu padre aquel glorioso día. Así creciste, siempre eludiendo la escuela y la rutina. Mientras tus amigos se enfocaban en los estudios, tú lo hacías en la aventura. El placer de las victorias rápidas te seducía. Eso te apartó de la escuela, más no del buen camino.

Con el tiempo nos fuimos dispersando. Juan, Ramón y Andrés se casaron muy temprano y se dedicaron al trabajo, Luís, Edgar y yo proseguimos los estudios y hoy somos profesionales. Orlando y Raúl se entregaron a la vida loca del dinero fácil y los vicios riesgosos, lamentablemente ya no están en este mundo. Marlon y Carlos están en la cárcel, lo que es casi decir que están demasiado cerca del otro mundo. Tu caso fue distinto. Si bien no estudiaste, no caíste en la tentación del delito ni del mal vivir. A pesar de que eras entrador y bien parecido, no embarazaste a ninguna de las chicas del sector, ni estafaste a ningún desprevenido, mucho menos incursionaste en el peligroso mundo de las drogas o el alcohol. Sí tenías un problemita y no lo puedes negar, la disciplina del trabajo te era huidiza. Eso hizo que tu padre, un viejo sargento jubilado de la Guardia Nacional, te llevara casi a rastras a su antiguo Destacamento, donde rogó que te admitieran. El temor a que te hicieras viejo bajo su techo y la posibilidad de verse obligado a trabajar para mantenerte, lo hizo tomar esa drástica determinación.

Al principio fue muy dura tu vida militar, te escuche comentar en una de esos sábados de cervecitas en la bodega del portu Felipe. Los entrenamientos agotadores, las levantadas al alba, los baños con agua fría, las interminables guardias, la comida insufrible, calarse los caprichos de los superiores, pintar cada 3 meses la casa de playa del General, escoltar las amantes de los oficiales a sus casas a altas horas de la madrugada y luego cargar las bolsas de las esposas cuando van de compras, eran parte de las actividades que te hicieron pensar en la deserción en más de una ocasión. Sin embargo te aguantaste. La ilusión de que en cualquier momento te trasladaran a alguna Aduana te mantenía firme. Los cuentos sobre compras de apartamentos y carros por parte de los afortunados transferidos a esos puestos de frontera, eran la comidilla en el comando. Incluso, llegaste a comentar que te darías por bien servido si te destacaran en la Alcabala de Peracal en el estado Táchira. Sin embargo, tanto esperar y mira lo que te pusieron a hacer: agredir a la gente por protestar.

Con razón ya no te dejas ver por el Barrio. Pedro José, tu padre, nunca da razón de ti y Rosaura, tu madre, a veces deja soltar que estas muy malhumorado y que por eso no sales. Te entiendo amigo, te metieron en una vorágine de la cual te cuesta salir. Esos niveles de represión bestializan al mejor ser humano. Lo peor es que mañana, los mismos que hoy atropellas con tanta saña, serán los que seguramente solicitarás para que te resuelvan un problema de salud, legal, laboral, espiritual o simplemente para que te tiendan una mano en un momento de apremio. Son tus compatriotas hermano. Son los venezolanos de siempre, los mismos a los que alude el Himno Nacional y por los que te has sentido orgulloso cuando ponen en alto el nombre de Venezuela por sus hazañas deportivas, científicas, artísticas o simplemente por ser buenos ciudadanos. En fin, son los mismos que lloran igual que tú al escuchar el Alma Llanera o esa bella canción compuesta por los españoles Herrero y Armenteros, llamada Venezuela. Ya basta, te lo pido de corazón, no te sigas manchando las manos de sangre. Mira que esa vida que mañana posiblemente apagues con un tiro certero, puede ser la mía, la de tu amigo del alma. Piénsalo. Saludos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario