A Mambrú
TULIO RAMÍREZ
Estimado
Mambrú, sé de algo que siempre te ha apasionado y se ha constituido en
tu única debilidad. Si, ya a estas alturas sabrás a que me refiero, no
en balde todos te conocen por estar siempre presto a acudir a la
confrontación bélica. Y es precisamente por eso que te escribo. Sabes
que siempre he admirado tu obcecada despreocupación por la estrategia y
la táctica militar.
Tu vas a pelear y punto. No te importan
cuáles son las condiciones en las cuáles irás al combate. Te resbala que
el eventual enemigo sea más poderoso que tú. Te es indiferente si la
causa por la que te batirás hasta vencer o morir, tiene que ver
directamente contigo o con algún desconocido. Total, has participado en
tantas guerras que ya no diferencias unas de otras.
Por cierto, hablando de tus anécdotas
bélicas, ¿recuerdas aquélla vez que fuiste al cine armado hasta los
dientes?. Te habíamos invitado al estreno de Guerra de las Galaxias.
Para coger palco tu cara de sorpresa e indignación. No entendías como la
gente iba desarmada y además pagaba entrada para participar en la
anunciada batalla interestelar. Cómo buen guerrero fuiste preparado al
combate. Estoy seguro que lo recuerdas.
Inolvidable aquélla escena que hiciste
arengando a los cinéfilos para que aprestaran a luchar contra el lado
oscuro de la fuerza. Todo el mundo te pitaba. Solo caíste en cuenta que
no se trataba de una guerra verdadera cuando te lanzaron cotufas y
refrescos porque no dejabas ver a nadie. Fue una noche para la historia.
Hoy nuevamente acudes al llamado de los
tambores de guerra. Los niños cantarán una vez más ese viejo himno que
ayudaste a universalizar. Algunas de sus estrofas decían algo así como
¡Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena!, ¡Mambrú se
fue a la guerra y no sé cuando vendrá, do re mí, do re fá, no sé cuando
vendrá!. Bueno, a lo nuestro.
Me he atrevido a escribirte esta carta
sabiendo que estas muy ocupado en los preparativos para esta pintoresca
guerra antiimperialista. Es posible que ni la leas, supongo que los
entrenamientos militares te tienen con la adrenalina a millón. Pero debo
cumplir con mi deber como tu amigo y compatriota. La verdad, no
recuerdo en cuantas guerras has participado.
Desde muy pequeño he oído de tus hazañas
y he cantado tu himno hasta que estuve un poco mayorcito. Pero lo que
sí recuerdo con cierta claridad es tu última participación en un campo
de batalla. Atendiste el llamado de los Generalotes argentinos y te
alistaste en su ejército para recuperar a las Malvinas de manos de los
ingleses. Te sedujo el llamado nacionalista y, aunque no tengas de
gaucho ni el acento, te acoplaste a una causa que sentiste como “justa” y
“patriota”.
Tampoco olvido que el resultado final
fue catastrófico para esa tanguera nación. No tengo porque recordártelo
ya que fuiste testigo en primerísima fila de lo asimétrica que fue esa
estúpida guerra y de los miles de jóvenes australes que perdieron la
vida, seguros de que iban a salir como héroes invictos, tal como se lo
prometieron los sátrapas que tenían secuestrado el poder.
Si Mambrú, lo sabes tan bien como yo,
esos muchachos ingenuamente creyeron que ofrendaban su vida por la
dignidad de la patria, cuando realmente fueron llevados a esa carnicería
como conejillos de indias. Fue un macabro experimento que tenía como
fin último, distraer a los argentinos de sus propias miserias y
nuclearlos alrededor de gobernantes impresentables y sinvergüenzas,
aferrados al poder y a la fortuna extraída de las arcas públicas.
Finalmente las fuerzas democráticas los
hicieron abandonar lo que tanto anhelaban, pero dejaron para las
generaciones futuras a una Argentina quebrada económica y
emocionalmente. Dejaron a un país con familias desgarradas por el exilio
o la desaparición forzosa de manos de esbirros sin alma y amaestrados
para actuar fieramente contra el supuesto enemigo interno.
Un país que todavía hoy, busca en cada
rincón a los que ayer fueron arrebatados de sus madres por las manos
asesinas. Un país que todavía, después de tantos años de esa desigual e
inducida guerra planificada en un siniestro laboratorio, llora a sus
muertos y clama por la justicia terrenal a los culpables. Por eso te
escribo hoy Mambrú, para que no vayas a cometer el mismo error que
cometiste en Argentina. Un abrazo de tu amigo que te aprecia.