lunes, 26 de agosto de 2024

 

El Sapo, por Tulio Ramírez

X: @tulioramirezc

Videos Recomendados by
La temporada de anidación revela la arquitectura aviar
0.00 / 0.00
Ver más videos relacionados
La temporada de anidación revela la arquitectura aviar
Now Playing
Alas en armonía: los pájaros migran al unísono
: La sinfonía del canto de los pájaros encanta la mañana
Maravillas de envergadura: pájaros en vuelo sincronizado
Bandada de pájaros pinta el horizonte
Los pájaros alzan el vuelo
Aves exóticas del paraíso: el arte viviente de la naturaleza

Los sapos han sido objeto de diversas interpretaciones a lo largo de la historia. En algunas culturas, se les considera símbolos de buena suerte o de transformación, mientras que en otras se les asocia con la brujería o la fealdad. Recuerdo que a mi compadre Güicho cuando joven le decían “El Sapo”, pero no por lo feo, que lo era y con mucho orgullo lo sigue siendo, sino por lo regordete y chismoso.

Al siempre recordado Manuel Graterol Santander (Graterolacho) se lo conocía en los predios publicistas y humoristas como El Sapo. Nunca se explicó la razón de tal remoquete. Algunos dicen que ese chalequeo fue por su fisonomía y no por su humor. Recordemos que el sapo es cualquier cosa menos un animal que cause gracia.

Los sapos son anfibios que, a pesar de su apariencia poco agraciada, esconden una serie de características y adaptaciones que les permiten sobrevivir en diversos ecosistemas. Aunque su hábitat natural son las zonas húmedas y rurales, lo podemos conseguir también en las ciudades. Tiene tal capacidad para el camuflaje, que podría estar frente a nosotros en el ascensor, y nos costaría reconocerlo.

Los sapos son más caminadores que saltadores, eso les permite no llamar mucho la atención. Al mimetizarse en el entorno suelen pasar desapercibidos. Sus ojos son grandes y sobresalientes, lo que les proporciona una excelente visión. Son capaces de observar el más mínimo movimiento de sus vecinos sin que éstos puedan percatarse de estar siendo observados. 

Una de las características más distintivas de los sapos es su piel seca y verrugosa. Estas verrugas son en realidad glándulas que secretan sustancias tóxicas o irritantes como mecanismo de defensa. No hay nada más peligroso que un Sapo descubierto como ídem.

Los Sapos no son domésticos y no sirven como mascotas. Aunque hay quien los cría y alimenta solo por el beneficio que obtienen de él. Mantener la zona vigilada y alertar con su croar sobre la presencia de animalitos indeseados para el dueño del jardín, es básicamente para lo que son útiles. Además, su mantenimiento es muy económico. Como son carnívoros con cualquier embutido en mal estado son felices. También comen insectos como los gorgojos.

Sobre este singular personaje, se han tejido muchas historias. Una de las más populares es la desarrollada en el cuento El Príncipe Rana de los hermanos Grimm publicado en 1812 y versionada posteriormente por Disney bajo el nombre La Princesa y el Sapo, film que se estrenó en 2006.

Para hacer el cuento corto, la historia gira en torno a una princesa que lanza una pelota de oro a un pozo profundo. Un sapo emerge del agua y promete devolver la pelota a cambio de que ella lo bese. La princesa, reacia, acepta el trato y el sapo le devuelve la pelota. Después de besarlo, la princesa se siente disgustada por la apariencia del sapo y lo arroja contra la pared. En ese instante, el sapo se transforma en un hermoso príncipe, dando por terminada una antigua maldición que pesaba sobre él. 

El cuento de marras es una historia atemporal que nos enseña valiosas lecciones sobre la importancia de la honestidad, la lealtad y la belleza interior. Se infiere que la apariencia física no define las fortalezas, sentimientos y bondades de un ser humano.

Hay otra versión más moderna pero sin mensajes sublimes. Es la del príncipe que se convierte en Sapo sin cambiar su apariencia humana. Esa conversión no es producto de una maldición como en el cuento de los hermanos Grimm o por algún hechizo vudú como en la versión de Disney. Es consecuencia de factores más terrenales y deleznables que tienen que ver con el yo interior. Rasgos psicopáticos como la falta de empatía, la intolerancia, la miserabilidad, , el fanatismo, el odio, la envidia y el placer de causar daño a sus semejantes, son los que definen a este tipo de personas. Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia.

Por cierto, el hijo del Tuqueque sigue detenido, lo delató un príncipe de su vecindario.


lunes, 12 de agosto de 2024

 

Tuqueque y el odio como excusa, por Tulio Ramírez

protestas Petare 29 de julio
FacebookTwitterWhatsAppTelegramEmail

X: @tulioramirezc


Fui testigo de esta reflexión en voz alta por allá por los lejanos 70. Era una noche de cervezas con un grupo de condiscípulos, aspirantes a sociólogos todos. En ese momento Chávez solo aspiraba a ser pitcher, por lo que era un ilustre desconocido.

Ese día habíamos cobrado la Beca de 600 bolívares y como buenos militantes y aspirantes a intelectuales de la izquierda, nos fuimos a libar en un barcito ubicado en la Avenida Victoria. Nuestra idea de “ligarnos con el pueblo” se limitaba a estos encuentros fuera del campus universitario. Aunque en honor a la verdad, no interactuábamos con los parroquianos, quizás solo con Gladys y Lorenza, las dos mesoneras del bar que frecuentábamos.

Nuestros poquísimos encuentros con “el pueblo” se debían, por una parte, a la falta de real, y por la otra, a que el resto del tiempo nos dedicábamos a leer a los teóricos marxistas para poder hacer nuestras monografías sobre la ideología y lucha de clases en Gramsci y Poulantzas. Eran tiempos de Bibliotecas, máquinas de escribir portátiles Olimpia y de la Nueva Trova cubana. 

Los rezagos de la renovación universitaria, los debates entre la izquierda “reformista” y la “irreductible”, sumado a la intoxicación ideológica que nos hacía analizar la realidad solo desde el prisma del marxismo, nos colocaba ante el mundo como “la vanguardia preclara”, llamada a impulsar la transformación revolucionaria de Venezuela.

La frase con la que iniciamos este artículo se produce en el contexto ya descrito. Era la época en la que “los radicales, ultra izquierdosos o irreductibles” incorporaron a su arsenal discursivo la expresión “odio de clases” como consecuencia lógica del concepto de “lucha de clases”.

La ecuación era formalmente irrebatible, “si las contradicciones de clase son una característica esencial de las sociedades donde impera la explotación del Hombre por el Hombre, entonces, cuando el explotado tome conciencia de su condición, o sea conciencia de clase, volcará todo su odio contra el explotador con lo que se materializará la lucha que eliminaría la opresión, para así entrar al reino de la igualdad, o sea, al comunismo”. Listo, redondito el argumento, muerto el perro se acabó la rabia y 20 puntos en Teoría Social II.

Sí esa era la lógica que imperaba en esos predios revolucionarios, cómo no comprender a nuestro condiscípulo cuyo nombre de guerra, por cierto, era “Tuqueque”. El buenavaina de Tuqueque solo visualizaba lo que en un futuro cercano, le correspondería hacer en caso de salir triunfante la revolución. Afortunadamente de esos vaporones etílicos solo ha quedado la anécdota.

Unos años después, Tuqueque se graduó. Trabajó en un ministerio durante la denostada IV República. En algunos reencuentros comentaba que le iba muy bien, pudo comprar carro, apartamento, casarse, criar 3 hijos y hacer viajecitos de vez en cuando al exterior. Se jubiló en 2015, ya el sueldo se había pulverizado, y el ambiente de mediocridad y persecución política lo había hastiado.

Hoy administra la Bodega que era de su padre, la heredó hace unos cinco años. Por cierto, cuestión que le ha salvado la vida, porque la pensión de jubilación no le permite ni siquiera comprar las medicinas.

Supe de él durante estos días aciagos. Me llamó muy angustiado preguntando si podía hacer algo por su hijo menor, quien había sido detenido durante las protestas, a propósito de los inverosímiles resultados electorales. “Amigo”, me comentó con un dejo de tristeza, “le están aplicando la Ley del Odio a un muchacho que solo ha aprendido a repartir amor y ayuda a los más necesitados. Su pecado fue creer que su voto podía ser valorado en este país”.

Desde las guerras más antiguas hasta los conflictos más recientes, tanto el odio como su persecución han sido utilizados como arma para justificar atrocidades, excluir a otros y construir identidades colectivas basadas en la diferencia y la hostilidad, bien por razones raciales, religiosas, étnicas o políticas. Pobre Tuqueque, está sintiendo en carne propia el uso del odio para satanizar a quien se oponga democráticamente al poder. “Esa no era la revolución que soñábamos”, concluyó antes de colgar.